Yo gano

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Gretchen no podía creerlo. Se pellizcó. Era una pesadilla. Era él, era su camioneta. La vio estacionada en la Avenida Ashland, muy cerca de la universidad. Aquello no podía ser casualidad. Corrió a su habitación, donde había dejado a Marie Louise, ignorante de la situación. No pudo evitar que algunas lágrimas escaparan de sus ojos, ese malnacido profesor las había seguido, eso solo significaba una cosa, iba a realizar el experimento en las cercanías y las iba a llevar consigo a 1938. Sin embargo, las cosas se iban a poner peor. Antes de llegar al edificio fue interceptada por unos hombres que se identificaron como agentes del FBI. Ella protestó, pero los hombres fueron inflexibles, en una camioneta le esperaba el agente Hope. Allí estaba también Marie Louise, la tenían en custodia.
—Señorita Eglin, bienvenida —le saludó con malicia —, espero que colabore un poco más que su amiga Esmeralda, quien no ha querido admitir nada — añadió.
A continuación, tocó la ventanilla y le indicó al chofer conducir hasta la sede local.
— ¡No! — le gritó Gretchen — no lo haga, no hay tiempo que perder. He visto al profesor Kubbelmeyer, está por iniciar el experimento. Hay que detenerlo. Tienen que detenerlo, antes de que sea demasiado tarde.
El agente dio dos golpes a la ventanilla. El vehículo se detuvo en seco.
—¿El profesor qué? Habrá querido decir, profesor King.
—No, así se llama, ocupa el cuerpo del profesor Martín, pero su verdadero nombre es Kubbelmeyer.
—¡Gretchen! ¡No lo hagas! —exclamó Marie Louise en alemán.
El Agente Hope estaba tan confundido como maravillado. Eran las voces de la grabación, sin duda y su expresión en alemán lo corroboraba.
—Señorita Thompson podría explicarme lo que, según usted, está ocurriendo; la naturaleza del experimento que va a realizar el profesor Kubel-no sé qué en pocas palabras y decirme donde lo vio.
—No lo vi, a él en persona, pero si a su camioneta, estacionada en una esquina de la avenida Ashland. El experimento que quiere recrear es un traslado en el tiempo. Sucede que cuando la máquina alcance su límite hará explosión. Y es una explosión muy poderosa, destruyó una instalación subterránea en 1944 construida para soportar los más fuertes bombardeos. Imagínese lo que ocurrirá aquí si se lo permitimos.
El agente de nuevo dio dos golpes a la ventanilla.
—¡Avenida Ashland! ¡Rápido! —indicó.
La furgoneta arrancó.
—¿Entonces sí es verdad lo del viaje en el tiempo? — preguntó el agente, en tono condescendiente.
—Sí, es verdad. No puedo explicarle los detalles técnicos. En mi tiempo era yo solo una enfermera y no sabría cómo. Él único que sabe qué ocurrió, cómo ocurrió y qué ocurrirá es el profesor. Nosotras no vinimos por nuestra voluntad. Al parecer todo fue producto de un experimento fallido. Estamos aquí por mera casualidad.
El agente frunció el ceño. No sabía si creerle. 
—¿Y cuáles son sus objetivos?
—El nuestro. El de mi prima y yo era vivir, aprovechar esta segunda oportunidad que nos dio la vida. Los objetivos del profesor son regresar a 1938 y aplicar los conocimientos de esta era para ayudar a Alemania ganar la guerra.
—¿Qué? ¿Es en serio? ¿Y es eso posible? —preguntó sorprendido el agente.
—No lo sé. Eso solo lo puede responder el profesor.
—Y mataron al consejero porque descubrió la verdad.
Gretchen guardó silencio. No supo que responder.
—Sí, yo lo maté. Asumo toda la responsabilidad, mi prima no tuvo nada que ver —contestó Marie Louise en la figura de Esmeralda.
—Por fin se decidió a hablar señorita Esmeralda —le indicó el agente.
—Marie Louise, le corrigió ella.
—¿Qué?
—Marie Louise Yorck de Angelis, ese es mi nombre.
—¿Y el tuyo? —le preguntó Hope a Gretchen.
—Gretchen Fahrmbacher. Cómo lo expresó Marie Louise somos primas.
—¿Y qué fue de las chicas Cabrera y Thompson?
—Si le hacemos caso al profesor, ellas, o más bien su mente, su personalidad, fueron trasladadas a 1938.
—O sea que el viaje en el tiempo no es físico, es más bien una transferencia mental —le explicó Marie Louise.
El agente por un momento dudó. ¿Sería todo, el producto de unas personas perturbadas y no un caso real? Aquello era de locos. Cabía la posibilidad que estas tres personas hubieron perdido la razón e inventaran esa historia tan inverosímil. Era difícil de creer. Lo único claro era que había dos muertos; uno, ya admitido como asesinato, el profesor Abraham Glassermann y el otro, Gules Mc Adams, posible víctima de un experimento macabro. Pensó, al principio, que las chicas iban a negar todo, que iban a descalificar la idea. Resultaba que no sucedió así, confesaron sin mayor dificultad y deseaban colaborar para detener al que debería ser su cómplice. Era raro en extremo. Todo aquello era anormal, casi burlesco. ¿Estaría haciendo el ridículo en la operación que dirigía? Se cuestionó.
La furgoneta bajó la velocidad. Eso despertó al agente de sus pensamientos.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué no avanzamos? —preguntó al chofer.
—Una muchedumbre. Algo ocurre y una multitud de curiosos abarrota la calle —le respondió el conductor.
Hope se asomó por la ventanilla. Una gran masa de personas se acumulaba en las calles. Iba a preguntar el motivo. cuando observó un insólito resplandor viniendo de un terreno baldío en la avenida. Se oía también un fuerte zumbido. El brillo parecía tener una fuente giratoria cuya variación de intensidad iba al compás del sonido. Aquello sumaba otra cosa extraña al caso.
—Es el profesor, está realizando el experimento —indicó la chica Thompson que decía llamarse Gretchen.
—Es cierto, tiene que detenerlo, nosotras no podemos —añadió Marie Louise, en la figura de Esmeralda, señalando sus esposas.
El agente miró a una y luego a la otra.
—¡Qué el diablo me lleve! ¡Vamos! —exclamó —¿Van a ayudarme atraparlo? ¿No van intentar escapar? Las atraparíamos luego de todas formas.
—Queremos ayudar, no deseamos volver a nuestro tiempo —afirmó Gretchen.
—No vamos a escapar, tiene nuestra palabra, hay que evitar el experimento —añadió Marie Louise —. Además si él tiene éxito no tendremos lugar adonde escapar, el experimento revertirá los efectos del fenómeno que nos trajo aquí y volveremos en el tiempo.
Hope, las liberó, bajaron de la furgoneta, junto con dos agentes. Se movieron todo lo rápido que pudieron a través de las personas. La policía local estaba sobrepasada. Cruzaron la barda, entraron al terreno. Cerca del centro se encontraba un objeto cilíndrico del tamaño de una bombona de oxígeno, giraba a gran velocidad sobre sí mismo, una especie de faldón giraba en sentido contrario en la parte inferior. Se encontraba flotando por encima del césped, sostenido por unas cadenas que bailoteaban con frenesí. El brillo no lo producían unos focos o bombillos, lo irradiaba una especie de incandescencia producida por el giro del aparato. Pero allí no había nadie.
—¿Es esa la máquina del tiempo? —preguntó a gritos el agente, el ruido era intenso.
Las chicas asintieron, aunque en realidad nunca la habían visto. Ni siquiera en diagramas.
—¿Cómo la desactivamos?
—No lo sabemos —le gritó de vuelta Gretchen.
Marie Louise señaló varios cables, conectados a generadores colocados a cierta distancia.
—¡Buen trabajo! —le dijo el agente.
Se apresuraron a desconectar los cables y apagar los generadores. Pero nada sucedió. Se miraron unos a otros. El agente Hope apuntó, no sabía que sucedería, pero lo intentaría, igual si no hacían nada iba a estallar; disparó. La bala recorrió el espacio entre la pistola y el objetivo, fue frenando su avance y cayó, mansa a los pies de aquel aparato. Intentaron acercase, el calor aumentaba de manera considerable a medida que lo hacían. El zumbido arreciaba, era ensordecedor.
—Lo activó a distancia —le gritó Gretchen.
—¿Qué? —le preguntó el agente, no pudo oírla,
—¡Qué lo activó a distancia! Dijo que lo haría así por motivos de seguridad. Debe estar huyendo del lugar, si es que ya no lo hizo.
Los tres agentes y las dos chicas estaban paralizados, sin saber qué hacer. Entonces observaron una figura imponente escurrirse entre los árboles. Era el profesor. Corrieron tras él, Hope, le dio la voz de alto, ni él mismo se escuchó. ¡Bah! No importaba. Disparó. La bala, otra vez, se comportó de manera extraña, realizó una curva y erró el tiro. Necesitaba alejarse del endemoniado cilindro. Lo intentó de nuevo, erró el segundo tiro, pero pasó más cerca. En el tercer intento por fin lo derribó, apuntó a las piernas, en vez de ello, le dio en el brazo izquierdo. Llegó hasta él y entre los tres hombres lo inmovilizaron.
—¿Cómo detenemos el aparato? —le gritó el agente, apuntándolo con la pistola.
No era una mera amenaza, estaba dispuesto a jalar el gatillo.
—No se puede, ahora genera su propia energía —le dijo el profesor con voz entrecortada.
Se oyó otra detonación. Le había disparado en la pierna
—No me salga con estupideces, detenga esa cosa. No crea que no puedo matarlo. Si lo mato ahora no habrá mente que transferir y usted habrá perdido.
Las chicas observaban toda le escena, con lágrimas en los ojos. Todo indicaba que volverían a la guerra, a vivir todo ese horror de nuevo.
—Es demasiado tarde, yo gano —dijo riéndose el profesor al mirar su reloj —Ya no hay tiempo, el tiempo no existe.
Un estruendo inundó todos los sentidos de los presentes. El mundo se llenó del blanco más intenso y luego se vació en la más negra de las oscuridades.

Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora