Brisas de noviembre 1944

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Permanecieron ocultas todo el día. Se oían disparos, explosiones, gritos en alemán, gritos en inglés, gritos en francés, gritos en otros idiomas. No se atrevieron a salir de su escondrijo, cabía la posibilidad de quedar en medio de un fuego cruzado. Cuando se hizo la noche salieron de manera subrepticia, casi a rastras. El oeste, siempre hacía el oeste, lo más recto posible. Evitaron los caminos y avanzaron por el descampado. No hallaron señalizaciones en su camino lo cual no les ayudaba mucho.
—¿Dónde estamos Esmeralda? —preguntó Eglin.
—La verdad no estoy segura —sacó uno de los mapas —, creo que aquí o cerca —señaló un punto en el mismo.
Eglin observó con atención, no sabía descifrar de forma adecuada el mapa.
—¿Y eso que significa? La verdad no se interpretarlo —le comentó.
—Estamos más o menos a mitad de camino, al norte de Aquisgrán, cerca de Roermond —le explicó —. Si seguimos derecho deberíamos llegar en dos noches hasta Amberes, si es que no nos captura una patrulla aliada o alemana.
—Qué sea una aliada por favor.
—Eso espero también. Se acerca el amanecer, debemos hallar un refugio. Mañana nos colocamos el uniforme de enfermeras norteamericanas y esperaremos lo mejor. 
Lo que ellas no sabían era: que se habían desviado, no estaban al norte de Aquisgrán sino al sur. No encontraron una casa o una ruina donde resguardarse. Amanecía, corrieron de aquí a allá, por ultimo tropezaron con los restos de un vehículo blindado. Al parecer había sido abandonado por sus ocupantes, quienes lo habían hecho explotar. Estaba tirado a un lado del camino, volcado e inservible. Se refugiaron allí. No había tiempo para buscar más. Estaban tan cansadas que durmieron hasta ya pasado mediodía. No se percataron que un contingente británico circuló por la carretera cercana, dejando el vehículo volcado atrás. Había logrado cruzar el frente sin darse cuenta. Esperaron la noche para continuar la caminata, se alejaron de la carretera, oyeron un distante rumor, apenas audible entre los continuos disparos y explosiones. Parecía agua corriendo, se desviaron un poco, en dirección del murmullo. Era un arroyo, el agua estaba helada, pero sin tiempo que perder tomaron un momento para el aseo personal. Se cambiaron el vestido de paisanas, colocándose los uniformes de enfermera que habían confeccionado. Continuaron. Toparon con varias patrullas y hombres marchando. Inmediatamente los evitaban sin ocuparse de corroborar su nacionalidad o bando. Esa noche no hallaron refugio, ni ruinas, ni vehículos abandonados. Durmieron a la intemperie, ateridas de frío, exhaustas, ocultas en un pequeño bosque, tras unos troncos caídos. Estuvieron alertas todo el día, no observaron actividad humana en sus cercanías.
—Esta es nuestra última noche de caminatas, la comida se acabó, mañana, sea lo que sea, estemos donde estemos, tendremos que establecer contacto con alguien, ya no podemos continuar —anunció Esmeralda.
Eglin asintió.
—De todas maneras, ya deberíamos estar en territorio controlado por los aliados y muy cerca de Amberes —continuó explicando Esmeralda.
—¿Qué tanta seguridad tenemos de eso? —le preguntó Eglin.
—Ninguna que sea concluyente. Hasta que no veamos alguna señalización que nos guíe estaremos caminando a ciegas. Según creo, el pueblo que evitamos ayer en la noche es Lommel y ahora mismo deberíamos estar a unos 20 kilómetros de Amberes.
—¿Qué? ¿En serio? Yo no creo poder caminar esa distancia esta noche Esmeralda. Estoy agotada. 
— Yo también Eglin, yo también... Pero debemos hacer un último esfuerzo.
—Ok —aceptó Eglin.
Caminaron por unas 5 horas cuando toparon con un claro. Se pusieron a cubierto, la protección que les daba el bosque se terminaba allí. Rodearlo significaría invertir mucho tiempo además de usar una energía que ya no poseían. Esmeralda señaló un bulto en el medio del claro. Era un bombardero B-17. Estaba inclinado sobre una de sus alas, todo indicaba que estaba fuera de servicio, producto de un aterrizaje forzoso. Eglin negó con la cabeza, Esmeralda siguió señalando al avión siniestrado. Como su amiga no quería a avanzar le dijo en baja voz.
—A la cuenta de tres, corremos hasta el avión.
—No, Esmeralda, no quiero entrar a ese avión, tengo malos recuerdos de los bombarderos —le contestó.
—Entiendo lo que dices. Debes verlo como un refugio. Ya no caminaremos más, estoy bastante segura de que estamos en territorio controlado por los aliados. Dentro tendremos protección contra el frío y en la mañana ya veremos. Esto parece un campo de aterrizaje.
Eglin negó otra vez con la cabeza, pero antes de que pudiera volver a protestar, Esmeralda inició un conteo regresivo y corrió hacia el avión. Eglin no tuvo otra alternativa, corrió tras ella y entraron por la compuerta trasera. No estaba sellada. Exploraron el interior. Avanzaron hasta llegar a la cabina.
—¡Mira! ¡Eglin, mira lo que encontré! —exclamó, mostrándole una especie de barra en la oscuridad.
—¿Qué es? No puedo distinguirlo.
—Abre la boca, confía en mí —le dijo mientras abrió el envoltorio y le alargó un pedazo de aquello.
Lo masticó con cierta desconfianza, una vez rompió su cohesión molecular se sintió invadida de una sensación de felicidad y calor, aquella sensación que sólo te puede brindar el chocolate.
Se contuvo para no gritar de felicidad. Abrazó a su amiga y aprovechó para dar otro mordisco a la barra. ¡Qué delicia!
—Tómala toda, aquí hay otra para mí —le dijo Esmeralda —. Ahora si estarás de acuerdo conmigo, fue buena idea ingresar al avión.
—No te lo discuto —le respondió mientras deglutía el chocolate.
—Por acá conseguí unas mantas y estos paracaídas sin abrir nos pueden servir de almohadas.
—¡Vaya! Tantas cosas buenas dan un poco de miedo.
—¿Por qué lo dices?
—Nos han pasado tantas cosas extrañas que algo tan bueno, asusta.
—No pienses en eso. Como dices, nos han pasado cosas extrañas y malas, ya por pura probabilidad estadística nos tocan cosas buenas. Mira, tenemos un par de barras de chocolate extras, las guardaremos para mañana.
—¿Qué? ¿Para qué me las enseñaste? Ahora quiero comérmelas —exclamó alegre Eglin.
—Yo te la doy, esa es tu parte. Te recomendaría que no te la comieras ahora mismo, pero....
Esmeralda no terminó la frase, ya Eglin tenía media barra en la boca.
—¿Me decías? —contestó con la boca llena.
Esmeralda rio, buscó la suya e hizo lo mismo. Mejor disfrutar la vida, el momento, ya mañana sería un día mejor. Pensó. Y era cierto. El 23 de noviembre se convertiría de nuevo en una fecha clave en sus vidas.
—No sé si pudiéramos llamarlo celebración, pero un día como hoy, un 23 de noviembre de 1938 despertábamos en esta realidad ¿Recuerdas? —le comentó Esmeralda.
—Quisiera no recordarlo. Parecía una broma macabra, pero la broma ha durado seis largos años —le respondió con tristeza Eglin.
—No te preocupes mañana todo cambiará. Tengo la plena seguridad que será para bien. Nuestras vidas mejorarán, quizá no podamos regresar a nuestro tiempo ni ser las mismas de antes — suspiró —. Regresaremos a nuestro país y viviremos en paz.
—Amén.
Chocaron las barras de chocolate a modo de brindis y se aprestaron a dormir.
El Mayor John V. Crisp. Comandante del puesto antiaéreo en Kortenberg, Bélgica, a las afueras de Bruselas. Recibía otro reporte extraño, no bastaba con el ocurrido temprano: un bombardero B-17 había aterrizado en su campo, sin piloto ni tripulantes. La soldadesca se encontraba agitada y ya apodaban al aparato como el avión fantasma. Uno de los soldados reportaba actividad dentro del bombardero siniestrado. Que ya por sí mismo era extraño. Se acercó hasta el avión, con una patrulla. Lo primero que comprobó fue que la compuerta trasera estaba abierta, lo cual le pareció normal, por superstición nadie la había cerrado. Se asomó por la escotilla, alumbró con la linterna el interior del fuselaje, nada, allí no había nadie ni nada. No llegó a observar a las chicas, que se hallaban en la cabina de pilotos. Procedió a bajar.
—Oigan, sé que están inquietos por el extraño aterrizaje de este avión, les pido que no se dejen llevar por supersticiones. No es un avión fantasma. Alguna explicación habrá, la comisión de investigación se encargará de ello. Así que vamos a calmarnos, continuemos con nuestras labores como soldados profesionales que somos —les comentó a sus subalternos mientras salía.
Estaba un poco malhumorado, cerró la escotilla con cierta violencia. El ruido despertó a las chicas, quienes estaban durmiendo en un compartimiento cercano a la cabina.
—¿Oíste Eglin?
—Sí, alguien está afuera. Son voces en inglés. Me parece.
—Sí lo son. Es inglés. ¡Estamos en la zona aliada! —comentó feliz Esmeralda, mientras abrazaba a su amiga —¡estamos a salvo!
Eglin asintió. Afuera, el Mayor Crisp, queriendo zanjar el asunto y otro poco para descargar su malhumor, le dio un golpe al fuselaje.
—¡No quiero más reportes fantásticos acerca de este avión! —exclamó.
Los soldados iban a responder "¡Señor, sí señor!" cuando el avión comenzó a vibrar con violencia. De forma instintiva todos se alejaron, asustados, menos el Mayor y un sargento, quien detuvo la huida de los soldados con una vigorosa voz de orden. Dentro, las chicas reconocieron la vibración. Era la misma que sintieron cuando estaban en el museo, en un bombardero B-17. Se abrazaron fuerte, asustadas. "¡No, no, no otra vez!" pensó Eglin. "¡Sí, sí, sí, está ocurriendo! ¡Está ocurriendo!" pensó Esmeralda.
Se desvanecieron y todo se hizo negro.

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