𝑴𝒊𝒆𝒅𝒐

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Y así como la lluvia había empezado a caer en el techo de las casas de la ciudad de Canadá, Luther había pasado las últimas dos horas en el cuarto de Cinco.

Colapsando.

Probablemente lo hacía porque sabía con seguridad que esos sentimientos que tenía dentro de su pecho no estaban bien.

No estaban bien en el ámbito de que si su padre llegaba a enterarse podría ser capaz de hasta eliminar a la persona implicada.

Porque así era para su padre.

No debían existir distracciones.

Era increíblemente raro para él que después de pensar que no era tan creíble la posibilidad de... Querer a alguien más, alguien después de Allison, entraría alguien con un brillo propio incleible, una chica con presencia, con carisma, inteligencia y belleza a su vida.

Y le haría cambiar de opinión.

—Luther, nada malo va a suceder —Cinco colocó una mano en su hombro.

Cinco realmente era un gran apoyo para Luther, aunque nunca le decía que lo quería o que era alguien especial, con sus pequeños actos de bondad se lo demostraba a diario.

Cinco solo era sensible con Luther porque sabía por todo lo que había pasado.

Desde la vez que lo encontró en la azotea, hasta la vez que vio su primer ataque de ira.

Ellos dos eran hermanos adoptivos, pero sin duda esos simples papeles no significaban nada en comparación al verdadero cariño que se tenían mutuamente.

Luther veía la lluvia caer desde la ventana, sentado en el borde de la cama después de verse como un loco dando vueltas por toda la habitación.

—¿Qué se hace después de darte cuenta de que te atrae alguien?

Era un tono de voz con el que podías desconocer a Luther.

Bajo, preocupado y triste.

—¿Qué se hace cuando sabes que esa persona es la indicada, pero no puedes porque corre peligro?

Luther tenía miedo, le asustaba e incluso aterraba qué Allison o su padre pudieran llegar a lastimarla.

No debía exponerla de tal modo, no era correcto.

¿Pero también era correcto ocultar sus sentimientos?

—Después de eso se tiene que tomar una decisión —quitó la mano de su hombro— Debes recordar que no está bien guardarte las cosas.

—¿De cuál decisión hablas?

—Si confesarte o no.

(...)

Había estado caminando por la calle principal de Paris durante los últimos minutos, iba sola y totalmente serena.

El día aparentaba estar agradable en todos sus sentidos, pues el clima no era ni tan frío ni tan cálido, estaba todo perfectamente templado para poder estar en cualquier lugar tranquilamente.

Había decidido salir porque el encierro en las mismas cuatro paredes la había estado hartando y simplemente no quería pasar más tiempo sola.

Caminó sin rumbo, solo queriendo recorrer la ciudad.

Y sin pensarlo, sin quererlo realmente llegó a aquella galería de arte.

Esa maldita galería.

Se postró frente a la entrada principal, solo viendo como las personas entraban y salían, algunas sonrientes y algunas con simple paz en sus rostros.

𝑳𝒂 𝑴𝒊𝒔𝒊𝒐́𝒏 | 𝑳𝒖𝒕𝒉𝒆𝒓 𝑯𝒂𝒓𝒈𝒓𝒆𝒆𝒗𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora