𝑹𝒆𝒗𝒂𝒏𝒈𝒆

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"Perdóname, no sé realmente qué he hecho"

30 de diciembre.

Canadá, La Academia Umbrella.

Nuevamente despertó, gracias a aquella incomoda posición en la que se habían encargado de dejarla durante las últimas... ¿4 noches? No estaba segura en realidad, pues solo notaba los cambios de luz cuando algún integrante abría la puerta para volver a torturarla.

No sabía donde estaba, pero suponía que estaba en algún lugar escondido de la Academia, pues estaba en un habitación oscura, con la puerta metálica y totalmente hecha de hierro sólido frente a ella.

La última vez que había ingerido o tomado algo, había sido aquel día en su departamento, cuando se había quedado completamente sola.

Sus brazos y piernas dolían, al igual que su abdomen. Sus muñecas estaban fielmente esposadas a unas fuertes cadenas, que cada hora le costaban aún más cargar.

Su mente era un completo caos.

Estando en medio de aquella fría habitación solo pudo sentirse aún más miserable, a pesar de que su mente estaba nublada por algo que posiblemente le habían dado interiormente, pues su mente divagaba y no podía mantenerse estable estando de pie.

Apenas y podía oír las voces de los integrantes, todo era ensordecedor ante el más mínimo movimiento y se cuestionó minuto tras minuto el por qué ella estaba aún ahí.

Se suponía que ellos no eran quienes la estaban buscando.

Ellos no la conocían, ¿por qué la trataban de esa forma?

¿Por qué en específico Allison fue hacia ella?

Era una muy mala idea que ellos la hubieran secuestrado en ese momento.

Algo malo iba a pasar, ella estaba segura.

Algo muy malo.

Y la rosa se lo confirmó aquel día.

¿De verdad me secuestraron?

¿Los héroes de Canadá?

Su mente no podía trabajar con normalidad, todo era aterrador.

Incluso estando aún "sedada" podía sentir los golpes que había al rededor de su cuerpo, pegando justamente en una parte en específico de su cuerpo: su abdomen.

Su cuerpo estaba temblando, el frío aún era muy fuerte y la hacía estremecerse aún más porque solo llevaba aún puesta aquella camisa.

Era de Luther, una simple camisa negra unas tallas más grandes.

Y tal vez por eso comenzó a llorar también, Luther la había entrenado, alguien más también le había dado consejos y un par de clases.

¿Por qué no se defendió?

¿Por qué no hizo nada cuando sus sentidos ordenaron hacerlo?

Entre todo el rencor y tristeza que aún tenía su corazón hacia cierto hombre, una parte de si no pudo evitar sentir que lo había decepcionado.

Una vez más.

La gran puerta de metal crujió, mostrando detrás una figura alta entrar a aquella habitación.

Dieron pasos lentos pero firmes hacia donde estaba ella, él notando como su cuerpo con algunas manchas de sangre temblaba levemente.

—Vaya, realmente pensé que nos dirías algo si usábamos la fórmula —dio algunos pasos más adelante y dejó sus manos detrás de su espalda.

𝑳𝒂 𝑴𝒊𝒔𝒊𝒐́𝒏 | 𝑳𝒖𝒕𝒉𝒆𝒓 𝑯𝒂𝒓𝒈𝒓𝒆𝒆𝒗𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora