𝑩𝒂𝒅 𝑯𝒂𝒃𝒊𝒕𝒔

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¿Cuántos toques se necesitan para enamorarse?

¿Y cuántos para matar?

A lo largo de su inconsciencia sentía ligeros toques, apenas perceptibles en su débil cuerpo.

Estaba consciente ahora, pero su cuerpo se sentía tan cansado como para abrir sus ojos.

Se concentró en sus demás sensaciones corporales y, a diferencia de no saber cuanto tiempo, ahora estaba sobre una superficie blanda y suave.

A su cuerpo lo rodeaban suaves telas que parecían abrazarla todo el tiempo, con suma delicadeza.

Volvió a decaer cuando se dio cuenta de que deseaba unos brazos en específico.

Si no eran los de él, sentía mucho frío.

Frunció el ceño ante tal pensamiento y trató con todas sus fuerzas volver a los brazos de Morfeo, pero unos susurros que cada vez parecían más cercanos la obligaban a mantenerse ahí.

—Hija.

Por un momento dudó de todo, pero realmente había escuchado eso con claridad.

Más dudas llenaron su mente y al borde de querer explotar porque sabía lo que le esperaría, abrió los ojos.

Lo primero que vio, fue un techo reluciente y blanco y mientras bajaba la vista podía notar los detalles en dorado que había al rededor de las paredes.

Todo extremadamente elegante y lujoso.

Ese estilo tan peculiar, solo lo presumía cierta persona...

—Por fin despertaste, mi ______ —esa voz volvió a hablar.

Su vista se fue hacia su derecha, viendo a quien tanto deseaba, pero a la vez odiaba ver.

Pareció que su garganta se cerró de nuevo, porque a pesar de querer gritar un millón de cosas, no pudo hacerlo.

Vincent se acercó a ella, con la genuina intención de rodearla con sus brazos y ofrecerle un abrazo digno.

Pero en cuanto estuvo más cerca de ella, _______ se retiró.

Le dolía el cuerpo, estaba pesado y muy débil y aún así pudo alejarse.

Ahí su padre se dio cuenta del gran error que había cometido.

Porque, ¿desde cuándo su propia hija se negaba a abrazarlo?

(...)

Tenía tiempo despierto, y solo podía ver fijo el lugar en el que se encontraba, muy parecido al sótano de la Academia Umbrella, su hogar, el que antes fue su hogar.

A pesar de sus miles de preocupaciones, la incertidumbre de saber donde se encontraba su familia, sus hermanos, solo podía pensar en alguien en especial.

_____ ¿dónde estás?

Estaba tan preocupado y confundido, ¿por qué el hombre que le habían ordenado investigar hace años llamaría a su amada como "hija"?

No podía ser posible.

Había muerto, él mismo había visto la autopsia, una muerte natural a causa de un infarto.

Los Hargreeves pudieron descansar cuando se enteraron de la noticia de que su enemigo mortal había muerto, por causas naturales y sin dejar ningún tipo de descendencia.

No había posibilidades de que ella fuera su hija, no llevaban el mismo apellido, su tipo de sangre no coincidía del todo.

Entonces, ¿todo este tiempo el mentiroso jamás fue Luther?

𝑳𝒂 𝑴𝒊𝒔𝒊𝒐́𝒏 | 𝑳𝒖𝒕𝒉𝒆𝒓 𝑯𝒂𝒓𝒈𝒓𝒆𝒆𝒗𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora