Capitulo uno

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Un poco de historia en las montañas

El cielo aún estaba oscuro cuando salió de la cueva para mirar a su alrededor con una pequeña lámpara de aceite en la mano. Galidel se sentó en una piedra cercana y soltó la lámpara a sus pies para fijar sus ojos color miel hacia el horizonte y por las cercanías. No se escuchaba nada salvo el viento mientras la joven contemplaba el paisaje montañoso y alguna que otra luz de la ciudad que había al pié de la montaña a cien kilómetros.

La muchacha apartó la mirada de la ciudad en calma y volvió a escrutar el paisaje. El cielo comenzaba a clarear un poco cuando suspiró sin dejar de mirar a todos lados buscando algo; una pista, un movimiento. Cualquier cosa que indicara su llegada. Estaba tan preocupada por su hermano desde que se marchó del escondite de la montaña con un grupo de reconocimiento, que no había podido casi ni pegar ojo en toda la semana. 

Si al menos ella hubiese podido acompañarle… pero no se lo habían permitido ni su hermano Giadel ni su Abuela.

- ¿Pero por qué no puedo ir? - se quejó mientras sacaba su cuchillo de caza y lo clavaba en la superficie de la mesa con mucha frustración -. Soy una buena guerrera, una de las mejores y sería de mucha utilidad -. Miró a su hermano -. ¿Verdad que si Giadel?

Su hermano la miró y ella se vio a si misma. 

Los dos eran idénticos, eran gemelos y aunque ella era la mayor y él el menor, parecía ser todo lo contrario. Lo único que los diferenciaba era el sexo - ella mujer y él un hombre - pero también el color de sus ojos y el de su cabello. Giadel era un poco más alto que Galidel y también más musculoso por ser de sexo masculino. Sus ojos rasgados eran verdes en vez de brillantes como la miel y su cabello por encima de los hombros - los dos lo llevaban cortado del mismo modo aunque ella tenía flequillo y él no - era de color castaño rojizo y el de Galidel era castaño claro.

Cuando eran niños, ni los podían distinguir y muchas veces se intercambiaban para gastar bromas a los residentes de la cueva de la montaña. Pero a su abuela no podían engañarla: ella siempre descubría quien era quien y ahora, al estar muy desarrollados y distintos, no podían jugar al juego del intercambio.

Ya no jugaban a nada en absoluto.

Ya no eran dos niños; ahora eran dos muchachos de veinte años.

Giadel apartó sus ojos verdes de ella y se sirvió un vaso de sidra.

- ¿Hermano? - murmuró.

- Gali - la llamó por su apelativo cariñoso -, sé que eres muy buena con las espadas cortas y digo espadas porque luchas siempre con dos en la mano y a una velocidad tremenda. Pero eres demasiado impulsiva. Se te calienta demasiado pronto la sangre y siempre acabas metiéndote en problemas y metiendo a su vez a tus compañeros.

Ella arrugó la frente y frunció los labios.

- ¿Cuándo vas a dejar de recordarme la imprudencia que cometí en mi primera misión? - refunfuñó -. Ya sé que debí huir cuando se me ordenó, pero no podía dejar que ese haragán continuara maltratando a aquellos niños. Se mereció que le matara.

- ¿A costa de que te matara a ti también? - añadió la abuela con el rostro muy serio.

La abuela era su única familia. Ninguno de los gemelos recordaba a sus padres pues murieron cuando solo tenían un año de vida. Su madre Vritel - Hija de los hombres -murió de una grabe enfermedad que contrajo antes de dar a luz y que hizo que muriera a los pocos días del parto. Y su padre Phoxi - Hijo del Dragón - , un gran guerrero, falleció cuando uno de los túneles de las cuevas de la montaña en la que vivían se derrumbó en medio de una exploración.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora