La lluvia que precede la tempestad
La oscuridad fue total hasta que sus pupilas se acostumbraron mínimamente a esa negrura. Giadel, con los dientes fuertemente apretados, había regresado al dormitorio que le habían asignado con largas zancadas; repiqueteo incesante que le había acompañado sin cesar durante el trayecto. Sin las botas y con las piernas cruzadas, tenía la espalda apoyada en un almohadón y las manos sobre el regazo. Hacía calor allí dentro y se había desabotonado la camisa blanca para sentir algo de fresco en el pecho.
No sabía definir como se sentía.
Una fuerte opresión en el pecho lo atenazaba con una fuerza tan arrolladora que le costaba respirar y debía mantener los labios entreabiertos para que no le faltase el resuello. Dejó que su cabeza golpeara sutilmente la pared y fue haciéndolo una y otra vez, como si siguiese el compás de algún tipo de melodía.
Cuando llegó a Queresarda al alba, lo primero que hizo fue buscar a su hermana y a su abuela. Bajo la guía del propio general rojo, Gia había penetrado en aquel espléndido castillo de madera con el corazón en la garganta y el estómago completamente revuelto a consecuencia del nerviosismo que recorría todo su cuerpo. Al vislumbrar a su gemela, aquella ansiedad que lo atormentaba desde que se habían separado, cedió a más de la mitad. Pero pronto regresó cuando contempló su semblante. Blanca como la cal y con los ojos inundados de lágrimas, Galidel permanecía en pie con la vista fija en la puerta de doble hoja que portaba al ala del castillo dedicada a los asuntos curativos.
Con un nudo en la garganta. se acercó a ella y la joven ni se inmutó cuando le colocó un brazo sobre el hombro.
- Gali… - la llamó en un susurro.
Dos gruesas lágrimas rodaron por sus blancas mejillas.
- Galidel - la volvió a llamar lleno de congoja. Pero a ella solo le tembló el labio.
Hoïen abrió entonces las puertas y entró en el área sanatorial mientras Corwën apoyaba la espalda en la pared con su único brazo en el costado. Al cabo de unos larguísimos minutos, el general regresó y le susurró unas palabras a la mujer. Ella asintió y dio media vuelta. Cuando Corwën se perdió en la distancia, Hoïen se volvió hacia ellos con el rostro pétreo y los labios apretados.
- Chisare está bien físicamente y ahora duerme en compañía de Araghii - les informó. Eso hizo suspirar al joven pero el rostro de su hermana no mudó de expresión.
- ¿Y… y Kanian? - quiso saber Gali con la voz entrecortada dando un paso adelante. La mano de él resbaló de su hombro y algo punzante se le clavó en las entrañas.
- Extremadamente grave pero vivo - respondió el general con sequedad.
Un sollozo brotó de los labios de su gemela y más lágrimas rodaron por sus mejillas.
- Quiero verle - dijo ella fijando sus iris miel en Hoïen -. Por favor, deseo estar a su lado.
¿Era intensidad y anhelo lo que había notado en el timbre de su voz? ¿Infinita preocupación sincera hacia alguien sumamente importante?
Hoïen la miró durante unos segundos; evaluándola con sus profundidades rubí. Finalmente asintió.
- Necesita sangre. Eso le ayudaría a regenerarse más deprisa.
- ¿A qué esperamos entonces? - respondió siendo la primera en cruzar la barrera de las dos puertas.
- Ven tu también Giadel. Tu abuela deseará mucho verte cuando despierte.
ESTÁS LEYENDO
Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)
FantasyPortada de María Sánchez Torrente Han pasado cien años desde que terminó lo que fue una corta guerra entre los Hijos del Dragón. Los antiguos reyes de Arakxis murieron ante el ataque de los Rebeldes y el dragón azul fue secuestrado por su lider. Ah...