Capitulo veintiocho

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El poder del dolor

Cuando entró Weil, su ayudante de cámara, el rey Xeral ya estaba perfectamente vestido para lo que le deparaba aquella nueva jornada. Sentando en su mullido sillón orejero, esperó con las manos entrelazadas a que su sirviente le depositara la bandeja con su desayuno. Con el cabello recogido en una cola alta, Xeral separó sus manos para tomar los alimentos de aquel  desayuno. 

Weil le sirvió un fresco vaso de agua después de dejarle un plato generoso de pan torrado con mantequilla y tres lonchas de panceta. Xeral tomó sus cubiertos de plata y comió metódicamente y en silencio mientras el ayudante de cámara hacía sus quehaceres con el mayor sigilo posible para no molestar a su amo y señor. 

Terminado su desayuno tan matinal, el rey se levantó de su asiento, se lavó las manos y la cara y se marchó con sus ropajes totalmente negros y el rostro tan macilento y serio que daba miedo. Su único ojo naranja refulgía de rabia mientras que su otro ojo de cristal refulgía opacamente al ser simplemente una copia artificial. El estigma más odioso que poseía.

Las antorchas de los corredores aún chisporreteaban en sus ganchos dibujando sombras en las paredes de madera y piedra mientras el rey caminaba regiamente con sus perfectas y brillantes botas. El cielo estaba gris y rugía en la lejanía advirtiendo que su ira estaba cercana a desatarse sobre el lugar. Pero a Xeral no le importaba en aquellos momentos los caprichos de la naturaleza. En aquel momento lo único que le importaba eran los caprichos de su esposa y el de los dioses; unos dioses que creyó haber vencido.

Pero se negaban a ser derrotados.

Y eso apenas le había permitido conciliar el sueño. 

Dos días atrás, cuando su esposa Sonus apareció con su hijo ante él, no imaginó que sería para enseñarle una multitud de bocetos hechos por Rea, su protegida y Dama de Gea. En un primer momento, aquello le repercutió una gran alegría. Ya tenían el incentivo perfecto para mandar a Rea al verdugo sin la necesidad de tener que recurrir a planes y a terceros para encontrar el modo de matarla sin levantar sospechas. Ya tenía suficiente con romperse la sesera con el Dragón como para tener que hacerlo a su vez con aquella bastarda.

Pero no todo podía ser tan sencillo. ¡OH no! Si lo hubiese sido ni él mismo se lo hubiese creído. Sonus, su bella y estúpida esposa, había mancillado aquella buena noticia con sus innegable defecto llamado impaciencia. 

Kerri, completamente en el limbo y con la mirada perdida y los nudillos blancos por contener la desesperación acumulada en su interior, tenía la vista fija en sus botas como si solo aquello fuese importante para él. Pero en su cabeza - y Xeral estaba completamente seguro de ello - no dejaba de pensar y de urdir alguna especie de plan. Sonus lo había echado todo al garete por mandar apresar y maltratar a Rea en su presencia.

- ¿Por qué la has mandado encerrar y azotar sin consultarme antes a mí primero? - quiso saber mientras las arterias de sus sienes se dilataban y empezaba a dolerle la cabeza. 

Sonus, indignada, se puso a la defensiva y gritó:

- ¿Es que tengo que pedirte permiso para actuar como debe hacerlo una reina? ¡Recuerda quien soy aquí, entre estos muros y entre este maldito continente!

- ¡ Y recuerda tú también quien soy yo para ti y el reino! Yo soy el rey y tú antes que reina eres mi esposa. Yo estoy por encima de ti y debiste hablarme antes de actuar. Rea es nuestra protegida, nuestra hija adoptiva.

- ¡No es nada ya para mi! ¡Es una traidora!

“Muy bien Sonus así me gusta. Sigue así, compórtate como tal y verás como la lealtad profunda de tu hijo cambia y se vuelve contra ti. Tú que siempre lo has puesto en mi contra todo lo posible, ahora es mi turno de hacer lo propio contigo.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora