Capitulo quince

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Un nuevo rumbo

El cántico de los pájaros era sumamente delicioso para sus oídos y hacía que no tuviese ganas de abrir los ojos aunque su cuerpo, acostumbrado a madrugar, se lo pidiera. Pero estaba tan a gusto allí echada, acostada sobre la hierba fresca y mullida sin que la luz del sol llegase a molestarle en sus parpados cerrados que sería un despropósito despertar. Galidel se sentía en el paraíso.

Pero abrió los ojos.

Al principio solo los entreabrió, después parpadeó y así sucesivamente hasta que  - suspirando y gruñendo - se desperezó fregándose los ojos con las manos. Cuando enfocó la vista tuvo que reprimir un grito de espanto. Sobre su cabeza, había una gran membrana azul que la cubría por completo aislándola del mundo exterior y muy cerca de su propia cabeza, había una escamosa y muy grande con los ojos cerrados.

Tardó la joven unos instantes en hacer memoria y recordar que aquella bestia era un dragón y que el dragón era el príncipe Kanian. Gali se sentó y contempló el rostro de Nïan en su forma dragonoide. Las escamas azules de su cuerpo le recorrían por entero salvo en el vientre donde solo había piel como les sucedía a los demás reptiles. Alargó la mano y acarició el suave vientre para luego rozarle las escamas de la zona que delimitaban el vientre con el resto de su cuerpo. Las yemas de sus dedos sintieron la rugosidad y también la resistencia que ofrecían las escamas del Dragón y sonrió maravillada ante lo hermoso de la situación.

¿Quién le hubiese dicho que vería un dragón auténtico? ¿Qué tendría el placer de estar tan cerca y poder tocarlo? Era maravilloso y a la vez escalofriante porque él estaba en inminente peligro; así lo demostraban la marcas de quemaduras negras que aún había en gran parte de su cuerpo. Unas quemaduras que se hizo cuando acudió a ayudarla. La muchacha se llevó una mano al pecho cuando rememoró lo ocurrido la noche anterior. Los dos habían estado a punto de morir y ella en verdad pensó que no sobreviviría cuando sintió que su corazón estallaba dentro de ella al latirle tan fuerte y de un modo tan punzante que era insoportable. Nunca nada le había dolido tantísimo como aquello; pero ahora se encontraba bien y solo se sentía algo engarrotada y magullada.

Por lo demás estaba bien.

Muy bien.

Pero no podía ser. Recordaba perfectamente como había caído por una cascada y como se había golpeado  en el pecho con una roca en la fuerte corriente del rápido.

El ojo azul de Kanian se abrió de repente y su cabeza se alzó cuan largo era su cuello y ella se encogió un poco por la impresión, mientras él plegaba el ala a su cuerpo sin dejar de mirarla. Su corazón se aceleró y no pudo evitar sonrojarse sin saber a ciencia cierta el motivo. El Dragón se estirazó como lo haría un gato, primero las patas delanteras arqueando la espalda hacia abajo y después estirando las patas traseras y la larga cola juntamente con las alas.

Galidel vio todo el espectáculo como ensimismada hasta que, de repente, las escamas de Kanian cayeron como si fuesen una lluvia de ceniza azul y apareció el cuerpo desnudo de un hombre.

La muchacha dejó escapar un grito lleno de pudor y de vergüenza mientras las mejillas volvían a arderle.

- ¿Por qué gritas? Anoche me viste así y no pareció importarte - dijo él con cierto fastidio.

Ella - sin atreverse a mirarle - se abrazó los brazos.

- Ayer no tenía la cabeza para fijarme en nada más que no fuese el salvar mi vida. ¿Podrías vestirte? - le pidió con cierta timidez.

Él soltó una risotada con un cierto cariz de diversión.

- No sé con qué. ¿Tienes algo a mano?

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora