Capitulo dieciseis

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Las tres caras de una moneda y media

Habían pasado dos horas desde el amanecer cuando terminó. Le dolía muchísimo la mano derecha y apenas si podía sentir los dedos, que al más mínimo movimiento, le dolían a rabiar. Pero había terminado y eso la llenó de orgullo porque había podido apurarlos hasta el más mínimo detalle que ella recordara.

Lo que más le había costado era plasmar la mirada exacta de él. No era tarea sencilla dibujar aquellos ojos llenos de dolor y de odio que poseía Kanian en su rostro fino y alargado. Había tenido que hacer muchos intentos una y otra vez hasta hacerlos tal cual su mente los recordaba; con los mismos destellos y sombras que en ellos anidaban. La joven, en cambio, había sido mucho más sencilla de dibujar sobretodo al tener los rasgos tan bien definidos y proporcionados.

Miró sus obras sin percatarse del largo y sentido suspiro que profirió. No había sentido placer alguno en dibujarles y aquel trabajo había sido más mecánico que artístico. Con cada trazo y con cada sombreado difuminado, había sentido en sus carnes que estaba condenando aquellas dos personas a una muerte horrible cuando, tal vez, no se la merecían. Y si se la merecían ella no quería estar involucrada.

No era lo mismo que dibujar al hombre de sus sueños.

Cuando le dibujaba a él, sus labios siempre estaban curvados en una sonrisa dulce y no fruncidos en un rictus mohíno.

Rea dejó caer el lápiz de entre sus dedos - embadurnados del negro carboncillo de la mina - y tomó los dos retratos con su otra mano algo más limpia. Al enderezarse, sintió un latigazo en la espalda y en las vértebras del cuello. Hizo unos estiramientos pero en vez de menguar, el dolor aumentaba su potencia al forzar las zonas que tantas horas habían permanecido en una misma postura. Pero en cuanto entregara aquellos retratos al rey, podría descansar y la tensión de los músculos bajaría.

Si, descansar… lo necesitaba con desesperación.

La joven se colocó una bata sobre el camisón y salió de su dormitorio con paso pesado y el cuerpo ligeramente encorvado hacia delante por el gran dolor que tenía en la espalda y en las cervicales. La mano derecha le temblaba.

Había mucho ajetreo en las afueras del palacio y la muchacha pudo distinguir una voz autoritaria dando múltiples ordenes aquí y allá.  Con una curiosidad que iba in crescendo a cada instante, se detuvo y miró por la ventana más cercana. En el patio se había formado un gran escuadrón de rastreo con una veintena de dragones mecánicos que formaban en filas de cuatro por cinco y en la cabeza de aquella fila de acero, estaba el general Rutus con las manos en la espalda y la ligera armadura de combate de cuero y hierro alrededor de su fibroso cuerpo.

Sin querer ver nada más, Rea se apartó de la ventana y caminó con más ímpetu hacia los aposentos privados de su benefactor. Tocó con los nudillos y esperó hasta que le dieron permiso para entrar. Xeral, al ver que era ella la que franqueaba la entrada, cambió la expresión huraña de su rostro y se acercó a ella con los brazos extendidos.

- Hola querida mía ¿has terminado lo que te encargué?

Rea le entregó los dibujos sin decir nada. Él los tomó y los contempló maravillado.

- Es increíble lo exacto de cada uno de los trazos. Un gran trabajo Rea.

Ante esas palabras de felicitaciones, no supo si sonreír agradecida o no. Decidió permanecer estoica.

- Has sido de gran ayuda y tu falta queda perdonada al usar tu don por una causa noble.

¿Noble? ¿Estaba seguro de que era noble lo que acababa de hacer?

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora