Capitulo cuarenta

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 Lo que necesitamos 

Estaba cansado, terriblemente cansado, pero a pesar de todo; ya no podía seguir en el limbo de la inconciencia. Su parte de dragón deseaba seguir enroscado con la cabeza apoyada entre sus patas y la punta de su cola tocándole el morro. Pero su parte humana necesitaba despertarse a pesar de la fatiga; de la escasa magia que le quedaba y que iba acumulando demasiado lentamente.

Nïan gruñó mientra en una minúscula parte de su cerebro, destellaba un poco de lucidez. Intentó abrir los ojos que le pesaban como losas y lo logró solo por unos momentos antes de que sus párpados se cerraran sin remedio. Volvió a gruñir mientras iba recobrando, poco a poco, sus sentidos y el entendimiento, dispersándose la bruma que lo había envuelto durante mucho tiempo. 

Lo asaltó un ramalazo de dolor increíblemente intenso y apretó los dientes antes de dejar escapar de sus labios secos he hinchados, un gemido lastimero. Intentó moverse, darse la vuelta para intentar paliar aquel escozor y picor que le carcomía, pero lo único que logró con aquel pequeño gesto, fue hacerse más daño puesto que sus miembros estaban demasiado débiles y flácidos para moverse. Intentó de nuevo abrir los ojos y esta vez le fue mejor que la anterior.

A pesar de lo pesados que aún eran sus párpados, Nïan fue capaz de entreabrir los ojos y miró unos instantes a su alrededor antes de que los cerrase de nuevo. Donde fuera que estuviera, la estancia estaba en penumbra y le había parecido vislumbrar la cándida luz de una lámpara, ajustada para que su iluminación fuese tenue. ¿Sería de noche?

Reuniendo fuerzas he intentando adaptarse a la inmovilidad y escozor de su cuerpo, el joven príncipe abrió por tercera vez sus ojos y los mantuvo abiertos sin que sus párpados se cerrasen. Tal y como le había parecido la vez anterior, frente a él sobre una cómoda, había una lámpara iluminando la estancia lo menos posible, dándole una atmosfera relajante a la estancia que era completamente de madera. Miró hacia su izquierda y vio una ventana entreabierta con cortinas blancas que ondeaban por la gracia de la brisa.

Apartó la mirada de la ventana y se fijo en lo que había cerca de su cama; una mesita de cuatro patas con vasos, probetas, tubos, jeringuillas y tarros cerrados. En resumen, un completo arsenal medicinal. Se contempló el brazo y vio que tenía una aguja intravenosa clavada y sujeta con una fina venda de lino. Siguió el tubo blanco con la mirada hasta ver, sobre su cabeza y colgada de un clavo curvado hacia arriba, una botella de cristal con el extremo del tubo dentro. 

Le asaltó el pánico. ¿Qué le estaban inyectando? ¿Dónde se encontraba? Me han capturado - pensó en una vorágine total de confusión y terror -. No, lo que sucede es que jamás escapé. Todo era un sueño producido por las drogas.

Se le aceleró la respiración haciendo con ello que le ardiesen los pulmones, pero su corazón no se inmutó. No se aceleró, es más, no parecía latir. ¿Entonces estaba muerto? Imposible, la muerte solo producía paz eterna y a él le dolían hasta las pestañas.

Se volvió hacia su derecha y vio algo peludo muy cerca de la mano que allí reposaba. Pero no solo había aquella mata de pelo castaña porque en su propia mano tenía otra más menuda que la suya. Se concentró en aquella cabeza de cabello corto y - a pesar de saber que no debería hacerlo - utilizó las escasas fuentes de magia para que aquel cabello se apartase del dueño de aquel rostro oculto. Su pecho inerte le dio un vuelco al ver un familiar rostro femenino completamente dormido. El pánico se esfumó y el miedo se escondió a sus profundidades cuando el rostro hermoso de Galidel estuvo expuesto ante sus iris azules.

La mujer que poseía física y sentimentalmente su corazón.

Cerró los ojos durante unos minutos y, cuando los volvió a abrir, ella seguía allí, con la cabeza apoyada sobre el colchón de heno y con su mano sobre la suya. Nïan supo que ella lo había estado velando y que, finalmente, se había quedado profundamente dormida al rendirse ante el sueño.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora