Capitulo nueve

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Punto de control

El sol se ponía ya sobre la línea del horizonte cuando apareció en su campo de visión el puesto del punto de control. Por fin había llegado a la penúltima parada de su viaje. Había sido duro y difícil pero, al fin, Galidel estaba a un solo paso de llegar a su destino.

La joven puso a su montura a un paso ligero palmeándole el cuello con afecto. En verdad los caballos que le habían dado en alquiler durante su trayecto, habían cumplido perfectamente sus exigencias en cada momento que ella los había forzado a correr más deprisa y a descansar poco. Gracias a ello, había podido cumplir con su itinerario y llegaría a Rubofh el mismo día del baile con unas buenas horas de adelanto, en las cuales, buscaría alojamiento para poder vestirse y arreglarse para la ocasión.

Las luces de las lámparas de aceite parecían luciérnagas amistosas, que invitaban al viajero a detenerse y descansar un rato y, aquella noche, Gali estaba dispuesta a descansar de un tirón. Se había ganado con creces un buen descanso después de las duras jornadas - largas y extenuantes - de los días anteriores.

Pero había valido la pena todo su esfuerzo y toda su entrega.

Detuvo su caballo con un simple tirón de riendas y bajó de él visiblemente fatigada. Cogió sus pertenencias y se puso el petate en la espalda antes de tomar por las riendas a su montura y dirigirse a los establos del punto de control. Allí había una mujer tras el mostrador y jóvenes mozos atendiendo a los demás animales allí reunidos. Galidel saludó a la mujer y le enseñó el papel que tantas veces había sacado en los anteriores puntos de control. La señora lo miró bajo las llamas de un par de velas y le estampó un sello antes de llamar a un muchacho a voces.

Un joven enclenque y patizambo fue corriendo a por su caballo para atenderlo y la mujer le indicó que podía pasar a la posada para cenar y descansar.

- ¿Se quedará a dormir? - preguntó.

- Si - dijo por primera vez después de escuchar esa misma pregunta otras seis veces en las cuales siempre había respondido con una negativa.

La mujer sacó entonces un papel y escribió con una desgastada pluma de gavilán antes de dejar que la tinta se secara y le entregara dicho papel. En el había apuntado que tenía permiso para quedarse a dormir sin necesidad de pagar por ello por haberlo pagado por adelantado en la tarifa principal. 

- Mañana parto al amanecer - le dijo a la mujer mientras jugueteaba con el papelito entre sus dedos.

- Tendréis lista la montura para esa hora - y añadió algo en su libro de registros.

Gali se marchó entonces del establo y se dirigió a la posada. Había mucha actividad y eso le gustó a la joven. Como estaba sola, prefería la concurrencia que no dejaba de hablar, de reír, y cantar dándole al lugar una calidez que le recordaba a los sentimientos que la embriagaban en la guarida de la montaña. Era como si no se hubiese marchado nunca de allí.

Cerró la puerta tras de sí y se adelantó hacia el interior del lugar. Una pianista, tocaba una melodía suave y delicada que fluía por aquellas cuatro paredes como una tenue brisa refrescante que limpiaba toda impureza de tu alma. Galidel buscó una mesa desocupada cerca de la pianista y se dejó caer con pesadez en una silla tosca de madera desgastada. No tardó mucho en llegar una de las mesoneras del lugar y ella le enseñó la documentación para poder estar allí dentro. La joven asintió mientras se marchaba para buscarle la cena y traerle una botella de vino y una jarra de agua.

Cinco minutos después, la mesonera llegó con su comida; una escudilla de cocido con garbanzos y fideos, una hogaza de pan moreno y la bebida.

- Los dormitorios son dobles - le informó la muchacha que tendría unos pocos años más que ella -. Como viajáis sola tendréis que compartirla con otro viajero.  

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora