Epílogo

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 Una ligera nevada caía en el país de las maravillas cuando Rea llegó a la frontera que separaba un mundo del otro. Con su capa sobre los hombros y la capucha ocultándole el rostro, dio un paso al frente.

Los cerezos estaban en flor y sobre ellos y sobre las ramas, había una ligera capa de nieve, justamente del modo que ella tan bien recordaba. Los crisantemos estaban en flor al igual que las azucenas y las rosas. Todo estaba tan increíblemente hermoso como siempre. Era su mundo, el que había compartido con alguien que estaba a punto de recordar.

Lo presentía.

Con los ojos fijos en el templo abovedado perlado de hiedra y plantas trepadoras, la joven caminó con paso firme mientras conejos, ardillas, pájaros y demás animales, correteaban libremente por el lugar. El aroma de las flores era dulce y miles de sensaciones y recuerdos estaban regresando a ella a una velocidad vertiginosas.

Bien.

Ya faltaba poco.

En el interior del antiquísimo templo solo se escuchaba su respiración y el sonido de sus botas con cada paso que daba. El vaho salía por su boca al respirar. Se le aceleró el corazón cuando llegó al lugar exacto en el cual Eneseerí enterró el cuaderno. Su cuaderno.

Se agachó y sacó el cuchillo que guardaba en el cinto y lo introdujo por los bordes de la losa. Ésta empezó a titilar hasta que se desprendió y Rea fue capaz de desencajarla y alzarla. Sintió un fuerte nudo en la garganta cuando vio la finísima tela blanca, envoltorio leal del tesoro que custodiaba. Tomó el cuaderno con las manos temblorosas y lo sujeto durante un larguísimo minuto antes de atreverse a desenvolver aquella reliquia con muchísimos años de historia.

El corazón parecía salírsele del pecho cuando tomó una esquina de la tela y se dispuso a separarla de su fiel compañero. Dejó la tela a un lado, sin mirar siquiera la letra C que había allí bordada, con la idea fija en abrir aquel cuaderno. Y al hacerlo, todos los recuerdos regresaron de golpe a su mente mientras, en la primera página, aparecía el más magnifico dibujo que jamás huiesen visto sus ojos violetas.

Lo que allí había plasmado era más que un hombre; un auténtico dios de belleza. El hombre del cual estaba enamorada hasta lo más profundo de sus entrañas. Una sonrisa calurosa y jovial curvaba sus labios mientras que en su hombro, había una pareja de jilgueros. Su mirada era clara y brillante, perlada de amor por los seres vivos y la vida misma que él había ayudado a crear juntamente con sus padres.

El golpe de la realidad fue fuerte.

Contundente.

Todo le daba vueltas y necesitaba respirar.

Corrió hacia el exterior sin soltar e cuaderno, con la capa a su alrededor a punto de hacerla caer al suelo. Trastabillo y soltó el cuaderno para poder detener la caída con las manos. Apenas podía respirar. Le ardían el pecho y los ojos mientras lloraba desesperadamente. Le dolía todo y temía que le diese algo de lo fuerte que eran aquellos recuerdos y sus repercusiones.

Se sentía morir.

¿De verdad había ocurrido todo aquello?

¿En verdad se había amado con un dios?

¿En verdad su padre le había arrancado los ojos para que no pudiese verla nunca más?

¿En verdad ella había muerto justamente antes de huir con él?

Alzó la mirada cuando una brisa cálida y demasiado familiar recorrió su rostro y le agitó la capucha de la capa. Alzó el rostro para ver ante ella, una alta figura ataviada con ropajes blancos impolutos. Pero en vez de tener el cabello claro, ahora los portaba tan oscuros como la noche, como el espantoso resentimiento lleno de amargura que ennegrece las almas más puras. Dos pájaros se colocaron en su hombro derecho y él no se inmutó al sentir su contacto.

Pero ella si se estremeció al ver su perfil y se levantó sin saber muy bien cómo había sido capaz de hacerlo en su estado de aturdimiento. Al percibir sus movimientos, él se volvió hacia ella y la miró con su hermoso rostro pálido con dos cuencas vacías como ojos.

-          Cronos – susurró.

Y el tiempo se detuvo.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora