Capitulo veintisiete

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Bajo el crepúsculo

La luz solar iba abandonado poco a poco el cielo cediéndole el paso a su amiga y amante luna cuando Giadel se llevó una mano sobre el pecho. Su corazón latía fuertemente lleno de nerviosismo al haber visto desde la lejanía, como sus tres compañeras de viaje, las ruinas de Sirakxs. No fue el único en quedarse completamente abrumado por lo que veían sus ojos y notaban sus sentidos. El palacio no hacía muchas horas que se había desprendido de su inestable estructura y no por obra de la naturaleza precisamente puesto que, a kilómetros, los viajeros pudieron sentir los temblores de la tierra y los estruendos espantosos de algo gigantesco que caía para hacerse añicos sin clemencia.

Algo había propiciado que el Palacio de Sílex acabase de desmoronarse y de destruirse.

Y su hermana estaba allí o había estado allí.

Debía apresurarse.

Las monturas del grupo, surcaban la tierra con gran velocidad mientras sus jinetes les espoleaban para que galoparan más aprisa y llegar a su destino cuanto antes. Gia, al ser el más interesado en ver lo ocurrido, iba a la cabeza seguido muy de cerca por la hija de Corwën, Anil. Tras ellos y solo a unos pocos metros de distancia, iban su abuela Chisare y la general. Ninguno de los cuatro tenía muy buenos presentimientos.

Giadel, llegando el primero a los lindes de las ruinas, frenó su montura y se apeó de un salto. Anil hizo lo propio a los pocos segundos y las otras dos mujeres procedieron del mismo modo mientras él miraba Sirakxs. La gran capital edificada en las mismísima piedra de un gigantesco acantilado de fabuloso sílex, estaba completamente derrumbada salvo una simple pared de cien metros de altura y unos veinte metros de ancho. Lo demás había caído por su propio peso sepultándolo todo bajo miles de escombros. La descomunal cabeza de dragón que emula al gran Zingira estaba irreconocible.

- Misericordia de Urano - susurró Corwën con lágrimas en los ojos contemplando aquel terrible horror para su corazón envejecido y dañado por los recuerdos -. Está todo destruido. ¿Cómo a podido suceder?

- Por esto - señaló Anil con el dedo. Giadel miró en la dirección que su joven compañera marcaba y vio a cuatro magníficos dragones mecánicos en completo silencio y parálisis -. Señores del Dragón; no me equivoqué en vaticinar que venían hacia aquí.

- ¿Pero eran más verdad? - apuntó el joven mirando a su alrededor y viendo restos de otras máquinas destrozadas bajo los escombros -. Parece que algunas han sucumbido al derrumbamiento.

- Es factible y lógico pensar que sus dueños también hayan perecido.

- No estamos seguros Anil - intervino Corwën dando pasos decididos y firmes hacia Sirakxs -. Hay que asegurarse de ello.

- ¿Y Galidel? - dijo entonces Chisare que miraba el desastre con los ojos muy abiertos y llenos de ansiedad -. ¿Dónde está mi niña y Nïan?

Giadel, yendo a buscar a su abuela para darle consuelo con sus brazos, avanzó con ella hasta la posición en la cual estaban Corwën y Anil mirando con ojos expertos. El joven dejó a Chisare que tenía las manos unidas y el cuerpo tembloroso y fue a inspeccionar las recientes ruinas juntamente con la madre y la hija. Sus ojos verde jade miraron con absoluta atención y profesionalidad cada pista o resquicio buscando algo que le asegurara - aparte de su corazón y su alma - de que su hermana mayor no estaba allí.

- ¿Habéis hallado algo? - preguntó a la general. 

Ésta se encogió de hombros.

- No hay nada aparte de las maquinas asquerosas perladas de nigromancia aquí y allá. Es como si a los Señores del Dragón se les hubiese tragado la tierra.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora