Capitulo catorce

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Corazón de dragón

No había otra alternativa.

Era la única solución.

Debía entregarle su corazón si quería salvarla.

Kanian, completamente en su forma de dragón azul, miró a Galidel sin pestañear. ¿De verdad estaba dispuesto a hacerlo? ¿De verdad iba a entregarle su corazón a esa muchacha que no conocía? Es cierto que él podía vivir sin su corazón con tal de que éste permaneciese vivo y latente, pero si algún día era dañado… si Galidel moría; él irremediablemente perecería también. Iba a arriesgar su vida para salvar otra.

Una noble decisión o un suicidio absoluto.

“Madre estaría muy orgullosa o terriblemente escandalizada por hacer algo tan sumamente temerario.”

Pero no podía dejarla morir. Sentía que si lo hacía, a la larga se arrepentiría. Preferiría arrepentirse después de haberle dado su parte más vital que arrepentirse por haberse quedado mirado pudiendo hacer algo por ella. Cerró lo ojos y alzó la uña de una de sus garras. Abrió los ojos de golpe he incrustó la punzante uña en el pecho de ella limpiamente.

La joven abrió los ojos de par en par cuando traspasó la carne y extrajo su corazón a la vez que usaba su magia en un hechizo no verbal, uno que solo la naturaleza innata de los dragones podía realizar, para que su flujo sanguíneo se ralentizara al igual que todos sus demás órganos vitales. El cuerpo de ella se alzó y levito frente a él mientras Kanian, con su garra libre, se extraía su propio corazón envuelto en llamas azules y blancas. Miró su órgano más importante sabiendo que debía juntarlo con el de la humana para transformarlo en un completo corazón humano porque si no, su caja torácica no podría resistir su tamaño ni su ardiente fuego y la consumiría hasta los huesos en vez de revivirla.

El Dragón, con las palmas de sus garras brillantes por el fulgor de su corazón en llamas, fue acercando los dos corazones hasta que logró transformarlo en uno completamente nuevo y vigoroso completamente distinto a los dos anteriores. Lleno de vida incansable. Volvió a mirar a la joven mientras introducía su nuevo corazón en su pecho y cerraba la herida gastando con ello, el último resquicio de magia que le estaba permitido utilizar sin consumirse en el mal del dragón.

Kanian se dejó caer pesadamente al suelo, extenuado a la vez que ella descendía lentamente con los ojos cerrados y el rostro extremadamente pálido aunque sereno. El Dragón acercó su morro a la cara de ella y notó como su respiración iba pausándose y los latidos de su nuevo corazón bombeaban de un modo totalmente normal toda su sangre y con ello, su permanencia al mundo de los vivos. 

Lo había logrado. 

Se sintió bien consigo mismo.

Consciente de que habían dado esquinazo a sus enemigos y que necesitaba descansar más que la propia Galidel, Kanian se arrastró en el suelo para situar su cuerpo alrededor de la joven y descansó su cabeza escamosa cerca de la suya para poder vigilar así su sueño. Colocó su ala derecha sobre el cuerpo de la joven para servirle de manto o de refugio, y se dispuso a cerrar su párpados para dormir y recuperar fuerzas.

Mañana sería otro día.

Un nuevo día en el cual proseguir su nuevo camino.

Xeral no podía contener su rabia. 

Nunca hubiese imaginado tal fracaso porque dicho fracaso jamás había estado en sus planes.

Su hijo, con el rostro sonrosado a pesar de la palidez que reinaba en él desde hacía unos días, estaba frente a él chorreando sangre por lo brazos y con un aspecto tan lamentable que el rey deseo perderlo de vista.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora