Capitulo veinticinco

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El eco de los muertos

Galidel miró hacia arriba mientras el palacio seguía retumbando y temblando en un agónico lamento. Trocitos y polvo de sílex caía sobre su cabeza mientras la luz se iba abriendo camino desde el techo a base de fuerza bruta. Ante sus ojos, apareció una garra de metal que portaba en ella un pedazo de techo. A esta garra se le sumaron muchas más y los cascotes que iban cayendo ahora en el dormitorio de los antiguos reyes, se hicieron más grandes y más continuos.

- ¡Cuidado! - gritó Kanian mientras la tomaba del brazo y la sacaba de allí con gran rapidez hasta portarla de nuevo a la sala de la guerra. 

El palacio seguía agitándose y más pedazos de techo caían a su alrededor con estruendosos golpes que agujereaban incluso el suelo de aquella gran sala y se precipitaban hasta la octava planta donde se partían en infinidad de pedazos. El sudor empezó a recorrer su cuerpo a la vez que la adrenalina le corría por todo su ser. Colocó las manos sobre las empuñaduras de sus dos espadas cortas mirando en rededor las cabezas mecánicas que comenzaban a asomar por los grandes agujeros abiertos. El palacio dejó de agitarse y de proferir lamentos cuando hubo abierto en su cenit una obertura circular que abarcaba todo el techo de la sala de la guerra.  Galidel no se amilanó al ver, en perfecto circulo, veinte amenazantes máquinas voladoras con sus respectivos jinetes rebosantes de júbilo en sus lomos.

No iba a morir sin luchar, sin plantarle cara al enemigo.

- Hasta que, al fin, te encontramos Dragón - dijo una potente voz sobre sus cabezas. La joven fijó entonces la mirada en el hombre que había hablado y vio una melena ondulada caoba mecerse al viento que soplaba más fuerte en aquel nivel de cien metros de altura que al nivel normal de la tierra firme. Vestido con una imponente armadura de acero y cuero, aquel guerrero esbelto y de ojos rasgados demostraban su herencia genética pura de Hijo de Dragón -. Nos has hecho dar muchos tumbos hasta hallarte. Debí preveer que regresarías aquí, pero era una idea tan estúpida que la desdeñé antes de analizarla en su totalidad.

Nïan, que estaba muy cerca de ella, no dijo nada mientras sus ojos miraban sin ver a aquel guerrero que parecía ser el cabecilla de aquel regimiento. Debía pensar en algo y rápido porque esta vez no se dejaría atrapar como la vez anterior ni permitiría que ningún percance dañase a Gali. Si eso ocurría, sería sobre su cadáver y - sin su corazón  - no podía morir antes que ella. 

“Tengo la cabeza fría y la impasibilidad de mi lado y también… ¡los huevos!”

Kanian miró el suelo bajo sus botas y utilizó su poder para sondear el palacio entero hasta notar y captar las vibraciones de la tierra. Si, claro que si, ¿cómo no había reparado en ello cuando había visto los cascarones de huevos en el establo? Estaba claro que Sirakxs no había sido edificada para quedar despoblada para siempre.

La joven miró a su compañero de reojo y se le heló la sangre al ver como el príncipe tenía la cabeza gacha. No pudo evitar desesperar ¿y si Nïan estaba reviviendo de nuevo su doloroso pasado y se había quedado paralizado por los fuertes recuerdos? Además no solo era eso, también estaba la conmoción por el hecho de descubrir que la espada de su padre no estaba donde debiera estar. El joven era inestable y más allí dentro. ¿Qué debía hacer? ¿Y si lo agarraba para salir corriendo de allí? Ante aquella poderosa fuerza aérea, solo podían salir corriendo con la esperanza de escapar.

 -No hagas nada - escuchó una voz en su cabeza. Gali aguantó las ganas de pegar un bote ante el susto imprevisto de escuchar la voz de Nïan sin que él fuese un dragón en su mente.

- Pero…

- Tengo un plan. No pienso huir nunca más de mi destino ni de mi deber Gali. Los acontecimientos del pasado son mi escudo y en él me aré más fuerte - le dijo mentalmente con verdadera pasión y honor. Ella tembló maravillada ante aquellas valientes palabras. Solo por eso, lo amó más.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora