Ep 20

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La mujer ingresó al cuarto donde se encontraba el niño, aquel al que entró desde que su madre le ordenó dejarnos a solas y así, llegó el momento en que no volví a verlo hasta que la mujer lo tomó en sus brazos llorando.

Me mantuve en la puerta, pues no deseaba ser grosera al ingresar de la nada a un espacio tan privado como lo era una habitación, misma que permanecía a oscuras y viendo solamente la espalda de la mujer, empecé a escuchar los jadeos del niño mezclados con los lamentos de su madre.

— Lo siento amor... — Inhalaba de forma tan lastimosa que no comprendía su cambio tan de repente — Esta es la única salvación... Mi salvación

No me gustaba para nada lo que escuchaba, así que con cautela decidí ingresar y acercarme a la asustada madre. Creí que sus lamentos eran debido al miedo por los malignos, pensé que esa era su forma de rezar, la consideré una mujer devota y ese fue mi mayor error.

No hizo falta encender la luz para ver la sangre que se escurría y esparcía alrededor del chico. El olor metálico se adentró en mi nariz al igual que el horror de presenciar aquel acto del que fue víctima en manos de su propia madre, ¿Acaso no había un padre que valiese la pena?

— Yo... Esto era necesario — La mujer dejó con cuidado el cadáver del niño y con el mismo cuchillo con el que lo degolló, se levantó observándome y ofreciéndome una explicación que no quería escuchar. Jamás podría entenderla. Mientras más miedo tenga una madre, más luchará para salvar a sus hijos. Así debían ser las cosas... No debió acabar de esta manera... — Es la voluntad de Dios, si ayudo con ello, quizá me perdone la vida

— ¿De qué voluntad me está hablando? ¡Ha matado a su hijo! — Hablaba horrorizada mientras retrocedía para huir cuando fuese necesario

— Él era un pecador, ¡Todos lo somos! Dios está limpiando el mundo, se ha arrepentido de su creación y ahora la elimina. Si lo ayudo... Si yo lo ayudo ¡Obtendré la redención! — La mujer mostraba un frenesí descabellado. Estaba loca

— Este es el apocalipsis después de todo — Suspiré cansada. John tenía razón, yo era una asesina y siendo así, con qué derecho la criticaría — Cada quien reacciona de forma distinta, no puedo juzgarla

Me giré para irme creyendo que todo acabaría allí, pero no fue así.

— ¡¿A dónde vas?! Tú también eres una pecadora, ¡Tú debes morir!

La mujer se lanzó a mí con el cuchillo ensangrentado, estuve a punto de ser atravesada por él, pero logré esquivarlo a tiempo. Ella no se rindió y continuó lanzando movimientos atacantes, acabé tendida en la cama del niño que alguna vez estuvo vivo y sobre mí, la mujer que forcejeaba para acuchillar mi cuerpo.

Sostuve sus manos para evitar que el arma me traspasara y en ese momento, por la emoción y el instinto de supervivencia, acabé derritiendo el brazo de aquella mujer enloquecida. Escuché como gritaba y se alejaba de mi pavorida, yo igual no comprendía lo que acababa de hacer, mi cuerpo se calentó al extremo de fundir sus extremidades. Sentí como caían sobre mi abdomen en una baba hirviendo que no me causaba daño, la sangre se desplazó por mi estómago hasta caer sobre el colchón que luchaba por absorberla. La piel, los huesos, cada cédula de sus brazos fue derretida y convertida en lava ardiente, y en ese proceso, pude oler lo que nunca quise percibir en toda mi existencia.

— Tú... Tú eres... Uno de ellos — La mujer tambaleaba y aunque sus manos ya no estaban, ella sentía más miedo que dolor — ¡¿Qué haces en mi casa, demonio?! — Ella comenzó a gritar — ¿Has venido a matarme? ¡Dios no lo permitirá!

— ¿No se da cuenta? — Comencé a hablar mientras me levantaba de la cama — Usted mató a su propio hijo, ni siquiera a Abraham se le permitió hacerlo, ¡Usted es el verdadero demonio!

— ¡No! Yo solo hice lo que Dios quería

— Sí, pero aun así la castigará por ello. Eso es lo que hace Dios — Reflexioné — Te acorrala hasta que ya no puedes más con tu vida, ruegas por una ayuda que nunca te es brindada y cuando tomas el camino del pecado como el único que te queda, te conviertes en el malo, en un demonio.

— Yo solo quiero vivir

— Yo también quería esa estupidez, pero mira cómo acabé. Si íbamos a ser tratados de esta forma — Apuñalé el vientre de la mujer con mi mano ardiente — Nunca debimos ser creados

No sé cómo había tomado el control de aquella habilidad, de pronto comenzó a hacer parte de mí, como si siempre hubiese estado allí. Y de ese modo, derretí el estómago de la mujer que agonizaba. Tuve que ver en sus ojos las últimas emociones que su cuerpo pudo sentir y me alegré al saber que hubo arrepentimiento en ellos.

No había cambiado de opinión, no me decidí a matar a todo el que se atravesara en mi camino, sino que aquella mujer se convirtió en la excepción de mi propia regla, pues luego de ver su más cruel acto, no pude controlar mi deseo de castigarla, y eso era lo que menos entendía, ¿Quién era yo para castigar a alguien?

Desde ese momento la culpa me invadió, ¿Cómo había sido capaz de matar a una persona?

Mientras lavaba mi ropa, me calmé al despejar mi mente. Entendí que era lo mejor que pude haber hecho dada la situación. Y ahora, tenía que seguir adelante, ¿Qué tanto estaba dispuesta a hacer por ganar? La respuesta era sencilla, haría cualquier cosa porque yo merecía esa segunda oportunidad.

Pensé en miles de cosas que sirviesen como una razón válida para calmar mis nervios, necesitaba motivos para sentir que matar fue lo mejor que pude haber hecho. Una de esas razones era Dios... Al finalizar el juego, él los mataría a todos, no había nada que pudiera hacer, aunque me dolieran las muertes de tantos inocentes, no podía hacer contra el creador.

Puntos SuspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora