Ep 4

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Al estar fuera me sentí aliviada, presentí que ya no estaba en peligro, y por ello, me detuve para que la brisa golpeara mi rostro, mientras que el chico se iba alejando hasta adentrarse en el bosque que divisaba a mi izquierda.

No quise seguirlo, pues ya estaba afuera y pensé que no lo necesitaba, pero en un acto de enorgullecerme, giré para ver todas las vallas que había sido capaz de saltar y en ese momento, vi cómo se acercaba una mujer de piel morena, pantalones negros, camisa blanca y lo que más resaltaba, un chaleco rojo sin mangas. Podía ver cómo corría hacia mí, acompañada de unos cuantos hombres. El pánico regresó a mis sentidos y en la búsqueda de un escape, observé el bosque al que había ingresado el chico, mismo que, como si hubiese escuchado mi grito interno de auxilio, permaneció inmóvil con su brazo extendido hacia mí. Daba la sensación de me esperaba, así que, con un nuevo aire de confianza hacia aquel desconocido, avancé con tanta rapidez que imaginaba haber perdido a mis persecutores.

Uno al lado del otro, comenzamos a correr pasando grandes casas y edificios tomados por la naturaleza como solía decir, pues varios crecimientos de flora cubrían sus paredes. Como si se tratara de una rutina, corríamos en dirección recta sin molestarnos siquiera en girar o entrar en las edificaciones, a pesar de que nuestro objetivo principal era escondernos, aun así, existía el pensamiento de que el chico sabía exactamente a dónde iba. Aterrada y curiosa de la distancia impuesta por nuestra huida, giré mi cabeza para ver si habíamos perdido a nuestros persecutores, pero contrario a lo que quería, estaban más cerca que antes, tanto que me asombraba no haber sido atrapada ya.

El chico y yo por fin doblamos hacia una de las direcciones para adentrarnos en una calle que no se diferenciaba de la anterior, era idéntica, las mismas casas, los mismos edificios y sobre todo, la misma y resaltante flora que invadía cada espacio, tanto de las carreteras como de las edificaciones. Parecía como si corriésemos en círculos, me sentía tan mareada de la igualdad, pero tan segura de la diferencia, que me convencí de estar en la misma calle, con contraste de no ir hacia el frente, sino hacia abajo.

De pronto, el miedo y el cansancio había alterado mi respiración, cosa que el chico notó, pero pareció aliviado, pues ya habíamos llegado al destino que él había estado siguiendo.

Se acercó a una de las casas y a pesar de no haber puerta, quitó un par de yerbas y realizó una apertura que si miraba con atención, podría decir que era de cristal. Era tan hermoso y reluciente, que incluso podría ver mi reflejo si no estuviese tan cuarteado.

El chico entró y a pesar de no ser invitada, me limité a seguirlo, para que luego, él cerrara la puerta y según mi discernimiento, la camuflara de nuevo.

Nos mantuvimos quietos, como si fueran a escucharnos o sentirnos en cualquier momento. El chico miraba por la ventana, que no era más que unos pequeños orificios en la pared, pero no se veía a nadie, así fue como sentí en su expresión la extrañeza con la que coincidíamos, pues, estaban tan cerca cuando volteé a verlos, que me parecía extraño y no hubiesen llegado ya.

Mientras el chico observaba la lejanía, yo lo observaba a él. Había algo que me causaba confianza y hacía palpitar mi corazón, ¿Acaso ya lo conocía? Todo había sido tan extraño que con una reciente lucidez, comencé a replantear todas las cosas.

En tanto pensaba, el chico me apuntó con su mano abierta causando impresión, parecía querer decirme que guardara silencio aun cuando no había dicho nada, comprendí que era su forma de decirme que ya habían llegado.

Me acerqué para observar a través del orificio, y fue tan extraño como se convirtió en un pequeño cuadro de cristal, que alcancé a ver todo lo que pasaba allí afuera. La mujer y sus hombres miraban alrededor, supongo que habían perdido nuestro rastro desde que giramos al final de la calle, y al ser todo igual, les costaba hallar diferencia, acabaron por marcharse sin descubrirnos. Creí que sería fácil hallarnos por lo reluciente del cristal, pero extrañamente eso pareció haberlos cegado.

El chico y yo suspiramos, para que luego él caminara hacia una mesa en dónde acabó sentándose. Me acerqué observando la maravillosa apariencia que el lugar tenía, parecía sacado de un cuento de hadas.

Las paredes eran de piedra, cosa que no noté al inicio, aun cuando pensé estar en una madriguera enorme echa con madera. Los muros eran en realidad estantes llenos de libros y del techo colgaban macetas de plantas y flores. El color reinaba, pero no de forma hostigante y eso hacía que la elegancia también tuviera cabida. La mesa en la que el chico se sentó, parecía surgir del suelo como la raíz de un árbol en dirección contraria, sus sillas tenían la misma apariencia, aunque poco creíble, pues fue fácil ver cómo el chico las movía para sentarse en ellas. Había tantas cosas en la habitación, pero tan ordenadas que estar allí era un placer. Era obvio que alguien vivía allí, y de no equivocarme sería el chico, pues una cama en el rincón y una cocina en el otro, aclaraban la presencia de un huésped, también había una pared de madera con un letrero dibujado conteniendo un inodoro. Atrás de mí, junto a las ventanas, había una bicicleta rosa que nadie usaría a menos de ser tan pequeño como para tener dos años. También, al lado del vehículo rosa, encontré un armario de ropa con algunas camisas colgadas en todo sentido y en tal orden que se me hacían agua los ojos — "Que maravilla, podría vivir aquí sin problemas" — Era obvio que pensaría algo así.

Llegué a la mesa y me mantuve de pie frente al chico que escribía en una pequeña libreta de hojas transparentes cuya cubierta era un espejo de cristal adornado con una flor negra, que en combinación con el reflejo del vidrio, me provocaba un exquisito placer... Aunque, el chico se esforzaba por escribir, aun cuando no dejaba marca alguna — ¿Ve algo que yo no? — Me preguntaba mientras me concentraba en el deslizar del esfero que en poco tiempo se detuvo, siendo dejado en medio de las hojas para luego cerrar el libro que una vez callado desapareció. Tal vez se trataba de la maravilla del camuflaje, pues allí todo lo que fuese de cristal, era invisible para los ojos ajenos a los que no conocieran con exactitud el lugar en que se encontraban, y aun así, dudo de la capacidad de tomar algo que no se ve.

Puntos SuspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora