Aunque pensaba en Dago de vez en cuando, la verdad es que todos mis esfuerzos estaban dirigidos hacia el inicio de mi nueva vida. Entré a la escuela y desde el primer día me gustaron mucho las clases, aunque en mi área no había para nada lo que se pudiera llamar el factor cool. Sólo había un chico que me llamó la atención. Se llamaba Dante. Cuando entré a la primera clase de física, las niñas me miraron como si estuviera en el lugar equivocado y vi que mi presencia les molestaba un poco. Ese era su sitio, esos chicos nerds eran sus amigos y de pronto había irrumpido en su grupito una chava que evidentemente sabía lo que quería, que no era tonta y además se vestía muy bien. Todos los maestros me miraban con atención y me trataban de maravilla, en especial los profesores varones. Por la forma en la que me trataban las chavas del salón, comprendí que la discriminación funciona de ambos lados de la balanza.
Para la mayoría de la gente, las chavas guapas deben, naturalmente, ser muy tontas. Sería injusto si no fuera así. En esos primeros días estaba de pronto tan nerviosa que a la hora de descanso preferí quedarme leyendo en el salón en vez de ir sola al jardín donde me imaginaba que estaría el resto de sexto. El jueves, al final de la clase de Derecho, se me acercó Lía mientras yo juntaba mis libros. Había identificado a Lía casi desde el principio, en el homeroom que compartíamos, como la líder del grupo de las chavas guapas de sexto. Vi que volteaba a ver a sus amigas mientras se acercaba a mí, con cautela, a interrogarme. Me preguntó sobre la escuela de la que venía, dónde había comprado la blusa que llevaba puesta, dónde vivía, etcétera. De mi pasado respondía lo que me imaginaba que respondería Ximena en tal situación y al parecer funcionaba. Lía era exageradamente bonita. Tenía el pelo largo color castaño claro, perfectamente alaciado, con luces de tono miel. Seguramente era talla cero y traía puesto un conjunto blanco de minifalda y saco a la cintura de Abercrombie (pág. 14. revista Seventeen, no 975). Era muy segura de sí misma y actuaba como chica ruda con todos menos con los que deseaba quedar bien. A mí me convenía entrar a su grupito lo más pronto posible, así que me esforcé por ser linda, pero siempre aparentando estar súper cooly relajada. Lo único que le saltó a Lía fue que yo estuviera en área dos en vez de en ciencias sociales, así que le dije que había un error y que pronto lo arreglarían.
A la mitad de esa primera conversación llegó a interrumpirnos una chava de lentes y pelo grasoso, vestida con ropa tipo Walmart, con una camisa de cuadritos y jeans viejos que le llegaban hasta el cuello. Era algo que seguramente yo habría usado en mi vida pasada. El acné le desfiguraba las mejillas y la nariz, y no se le veía la cintura por ningún lado. Quería preguntarle a Lía sobre el proyecto semanal de la clase de historia. Lía se volteó, le hizo un gesto con la mano y le dijo: "A la mano, monkeygirl" y le dio la espalda. Al principio no entendí qué era lo que le había dicho Lía a la pobre nerd, pero después supe que se refería a la frase Talk to the hand, traducida al español, lo cual es aún más cool. Después de que la monkey se retiró, Lía siguió con nuestra sesión de preguntas y respuestas como si nada. Sus otras amigas, que estaban paradas cerca de nosotras, se murieron de la risa y la chava del pelo grasoso se marchó con la cabeza agachada.
Lía me contó que para los de sexto la escuela tenía una política de "puertas abiertas" y que así en las horas libres se iba con sus amigas a Plaza Loreto. Me invitó a ir con ellas al día siguiente. Al ver que Lía sonreía, sus tres amigas se acercaron. Había pasado la prueba. Me presentÓ entonces a Pola, Vania y Manuela. Pola inclinó la cabeza y se soltó una cascada de pelo oscuro, largo y rizado. Tenía los ojos azulísimos, una carita en forma de corazón, llena de pecas y sonrisa de buena gente.
Manuela era güera, súper sofisticada y estaba vestida impecablemente. Su modelo a seguir era Paris H. al cien por cien. Vania parecía no encajar del todo dentro de ese contexto de perfección estética. Su pelo negro, un poco crespo, apenas le llegaba a los hombros y enmarcaba una cara muy redonda y muy morena. Ciertamente sus reglas de buen vestir coincidían con los uniformes de catálogo de Bebe que lucían tan bien las otras, pero ni el porte ni la actitud parecían cuajar con las demás. Era interesante observarlas y saberme yo también observada y calificada. Me intrigaba saber qué calificación me pondrían. Al final de nuestra conversación, Lía parecía satisfecha conmigo. Se despidieron las cuatro y me dirigí inmediatamente a la dirección para pedir mi cambio de área.
La directora me miró un poco confundida. Me dijo que me esperara unos días para ver si no cambiaba de opinión; si mi intención era entrar a medicina, el cambio a ciencias sociales podría ser una decisión muy desafortunada. Le dije que la medicina no me acababa de convencer y que quería darle la oportunidad a otras posibilidades en humanidades. Salí de la escuela ese día con la sensación de que todo mi plan estaba funcionando, que todo iba muy bien. Cada día me sentía más segura de mí misma en este nuevo rol y me gustaba la escuela y las que serían mis nuevas amigas, porque me serían muy útiles. Estaba a punto de lograrlo. Al día siguiente empezaron las clases y mi integración al grupo de Lía, Pola, Vania y Manuela, mejor conocidas como las reinas, las súper WUAPAS. A la primera hora, cuando entramos juntas al salón, noté que todos los ojos iban sobre nosotras; fue una sensación poderosísima.
Ellas, sin embargo, actuaban como si nada ni nadie más existieran en el mundo y eso también me gustó. Me compartieron los chismes del momento, quién era quien y quiénes les tiraban la onda y con quiénes habían andado. Me explicaron a qué chavas habría que evitar porque eran zorras. Me incluían en sus planes futuros. Estaba dentro y era tan natural que casi no me la creía. Por momentos pensaba que tal vez había algo detrás de todo, que seguía estando a prueba, pero cuando llegaron algunos de los chicos populares a saludarlas y me presentaron con ellos, descubrí que algo en mí sí había cambiado. Al pertenecer al grupo de las reinas, de inmediato los chavos me trataban muy bien y se interesaban en hablar conmigo y preguntarme cosas.
Todos decían que habían estado en San Miguel y que era un lugar súper chido. Las chicas me habían advertido que ninguno de los chavos de sexto les interesaba, que eran todos súper "tetus' , "unos sonsos"; decían que saldrían con chavos de la Ibero, la Anáhuac y el ITAM. Sin embargo había que tratar los bien a todos para permanecer en el reinado. Darles la impresión de que cada uno era el consentido. Además de guapas éramos lindas con los hombres. Nunca había que ser groseras con ningún hombre. Y eso, más que nada, fastidiaba horriblemente a las otras de sexto porque todos los niños siempre nos defendían. Era el reinado perfecto. Les pregunté por Dante y me dijeron: "Es guapo, sí, pero es unfeak, unforever". Se rieron al ver mi cara de no entender y me explicaron que fumaba marihuana.
Lía tenía un novio aun más grande que los demás chavos con los que salían Manuela y Pola, un director de cine, había dicho ella, pero Pola me aclaró después que sólo hacía comerciales. Me dijeron que tenía un departamento increíble en la Condesa, que era súper guapo y tenía treinta años, lo cual me pareció una barbaridad, pero que si estaba bien para Lía, y yo me imaginaba que ella era bastante exigente en cuanto a los hombres, yo no tenía nada que decir sobre el asunto.
Al salir de la última clase, que teníamos en común todos los de sexto, caminé con mis nuevas amigas al estacionamiento y vimos un Mustang amarillo que Manuela señaló como el coche del dealer de la escuela. Vi a un grupo, que incluía a Dante, alrededor del coche. ¿Qué les vende? , le pregunté a Manuela. Marihuana y pastillas, me dijo. Todos ésos son unos losers. Formó una L con el índice y el pulgar, apuntó en dirección a Dante y amigos y les disparó. Pola me pidió un aventón de regreso a San Ángel y en el coche me contÓ que Lía estaba tan flaca porque siempre vomitaba después de comer. Que me fijara cuando fuéramos a comer, cómo ella se desaparecería al baño al final de la comida y que no era precisamente para retocarse el maquillaje. Yo le dije que a mí me urgía bajar algunos kilos y ella me miró y dijo: "Sé de una dieta buenísima en la que bajas como cinco kilos a la semana, creo que con un par de semanitas te sentirás súper bien. Si quieres te la mando por mail en la tarde". Ellas se despedían siempre con dos besos, ésa era su onda para ser diferentes a los demás y además sentirse súper europeas, y así nos despedimos hasta el día siguiente. Llegué a mi casa de muy mal humor, sintiéndome obesa, y al ver la comida servida en la mesa del comedor de los abuelos, me dieron náuseas.
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Mi vida de rubia
RomancePamela, una chica de 17 años, vive en San Miguel de Allende, Guanajuato, con sus padres siento hija única. Durante la mayoría de su vida se a visto como una "recha", empezándose a sentir un fantasma social, visible para su pequeña familia pero invi...