LA DOBLE VIDA DE PAMELA VII

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Llegamos a la ciudad de México y recuerdo perfectamente mi primera impresión. Sentí que nunca había visto la ciudad tan bonita, sofisticada y llena de promesas. Tal vez sucedió porque la miré llena de ilusión. Los abuelos se portaron muy amables. La abuela en la cena hizo gran hincapié en que se habían hecho algunos cambios en la casa para acomodarnos mejor y que esperaba que el tiempo que permaneciéramos allí nos sintiéramos realmente en casa. Me gustó que mi cuarto diera hacia la calle y que tuviera mucha luz. Era de color durazno. Mi madre estaba muy callada y mi padre hablaba y hablaba, feliz. De pronto, en un día, todos los roles habían cambiado. Al llegar descubrí o más bien recordé muchas cosas de mi infancia y de mis visitas entonces. La casa de los abuelos era un lugar de adultos con muchas reglas y donde la abuela no permitía que nadie cambiara nada de sitio. La decoración era muy sobria, oscura casi, y aunque al regresar a los diecisiete y mirarlos con otros ojos ya no me molestaron tanto, cuando era niña los cuadros tan oscuros con sus crucifijos y enormes marcos dorados, me daban un poco de miedo. Mis abuelos eran rígidos en su apariencia y en su forma de ver el mundo y su casa lo reflejaba. El jardín era tan perfecto que no se te antojaba salir a caminar o jugar o incluso a echarte a tomar un poco de sol. Desde que llegamos dijeron que Tolstoi no podía salir al jardín porque se comería las rosas. Lo tuvieron encerrado en un cuarto de servicio durante varias semanas, hasta que convencí a mi abuela de que lo dejara estar en nuestro lado de la casa. Casi de inmediato busqué a la abuela para preguntarle sobre algunos de los lugares que me interesaban para mi transformación. Por ejemplo el salón de belleza y algunas de las tiendas de ropa.

En realidad, todo encajaba perfecto porque al salón podía ir caminando. Los abuelos me prohibieron andar en bici porque dijeron que era demasiado peligroso hacerlo en la ciudad; acordé con la abuela que le diría con días de anticipación a dónde me gustaría ir y cuándo, para que me llevara el chofer del abuelo. Mi madre me miraba curiosa cuando pasaba por la sala y me veía sentada platicando con la abuela. Casi al final de nuestra conversación le dije que quería ir al salón de belleza al día siguiente y me preguntó si me iba a "rapar" de nuevo. Le sonreí y dije: "Para nada, abuela, creo que te va a gustar el cambio". Creía que también, en cuanto me convirtiera en alguien más socialmente aceptable y que mi aspecto mejorara, mi relación con la abuela cambiaría para bien. Mi abuela, como las reglas de su casa, es muy estricta y clasista, pero entiendo ahora que es por la forma en la que fue educada. Yo sé que estaba muy desencantada por el hecho de haber "perdido" a su único hijo por una gringa hippie que lo alejó de ellos, pero el que Alex regresara a la ciudad para realizar un trabajo digno y bien remunerado, que implicaba tenerlo muy cerca, la tenía feliz. Me imaginé que ella también estaría más relajada conmigo e intentaría llevar una amistad, ya que era su única nieta, sangre de su sangre, y más aún si me convertía en el tipo de chica que le gustaría presentar a los demás como su linda nietecita. Al final de la cena, antes de que cada quien se fuera a su cuarto, me dijo que me acompañaría al salón al día siguiente y que después me llevaría a comer y de compras. Creo que no confiaba en mí.

Al día siguiente, de camino al salón, la abuela me dijo que había pensado también llevarme a su oculista para ponerme lentes de contacto, lo cual me dio mucho gusto porque si ella lo pagaba sería un gasto menos y tendría un poco más para ropa y accesorios. Quedamos en ir a conocer mi nueva escuela en la tarde después de mi corte de pelo, de la comida y de ir un rato a ver tiendas.

Mi vida de rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora