Empezaron a pasar los días, como un sueño extraño y pesado. Todo era nuevo y todo era motivo de asombro para mí. Las reglas del juego que había decidido jugar resultaron mucho más complicadas de lo que me hubiera imaginado. Poco a poco fui descubriendo que en el colegio había un código social, que, aunque no se expresaba abiertamente, todo el mundo conocía. Los nubis, o sea los nuevos, debíamos empezar a conocer este código después de algunos días de clases, si deseábamos sobrevivir en ese campo de batalla llamado preparatoria.
Por ejemplo: en el recorrido matinal por los pasillos, podrías ser susceptible a ser elegido para la ley del hielo ese día. El encargado de elegir a la víctima era Monroe, como le decían todos a Sebastián, la contraparte de Lía, y el chico del cual todas las de cuarto y quinto invariablemente se enamoraban. Lía y Monroe habían tenido onda hacía un año, pero ella, como le encantaba repetirnos, se había graduado ya de los chicos de prepa y se iba a casar con Richie, el director de cine (comerciales). La ley del hielo consistía en que nadie te dirigiría la palabra durante todo un día. El rumor sobre a quién le había tocado ser "congelado" corría rápidamente y pronto toda la prepa lo sabía. No sucedía cada semana o cada tercer día. El chiste era que Sebastián lo elegía cuando se le antojaba, sin estar sujeto a ningún calendario, y también para que nadie fuera a sospechar nada y evitar toparse con él durante toda la mañana. El factor sorpresa, me explicó Manuela. Todos tenían que respetar la ley del hielo o si no también serían castigados. Las reinas, al igual que la mayoría de los popus, quedaban exentas del "juego Recuerdo bien que, en el libro de texto de ciencias sociales de quinto, decía que de acuerdo con Maquiavelo -quien seguramente era el gurú de Monroe-, provocar miedo era la mejor manera de mantenerte en el poder. Monroe siempre era súper simpático conmigo, pero me imaginaba perfectamente que podría ser una ladilla insoportable y hacerle la vida imposible a alguno de los rechas.
Otra de las reglas consistía en que las mujeres del clan de las reinas, o cualquiera que deseaba ser medianamente deseable o popular, no opinaba jamás en clase, a menos de que el profesor la pusiera contra la pared. Era bastante no cool. Eso de demostrar tus conocimientos se les dejaba a los nerds, a las monkeys o a las chachalacas, que podrían llevarse bien con los chicos como amigas, pero que no tenían para nada el espíritu sofisticado del clan de las temidas reinas. Había pugna entre las chachalacas y las reinas, eso me quedaba claro, porque eran chicas listas mas no nerds, respetadas por los hombres porque no eran zorras y que además se llevaban bien con casi todos.
Las reinas las aborrecían y ellas aborrecían a las reinas. Había otros grupos en mi nueva escuela demás de las monkeys, las chachalacas, las zorras y los nerds. Existían, por ejemplo: los skaters y los forevers. Los forevers se vestían como de los noventa, ondagrunge o dark o heavy y se decía que fumaban mota todo el día, en cualquier parte escondida de la escuela, incluyendo el baño. Había chavas forevers también, pero eran pocas y más bien se consideraban freaks o darks o marimachas. Me empecé a dar cuenta de que las mujeres eran mucho más rudas que los hombres en cuanto a los apodos y a categorizar a la gente y que tenían un talento especial para burlarse de las demás.
Me contaron que había habido casos de niñas que no aguantaban la presión y se salían de la escuela. Esas eran las peores losers. Se notaba que Lía, cuando hablaba de esas niñas que habían tenido crisis y por ello se cambiaron de escuela, se ponía como pavorreal. Ella tuvo ese poder sobre alguien. Me decepcionó un poco el hecho de que el guapo Dante era entonces un prever y mis nuevas amigas me habían dado a entender que no tenía por qué mencionar su nombre, aunque claro debíamos ser lindas también con él (por lo del reinado y la competencia con las chachalacas). Al empezar a conocer los nombres con los que se referían a los demás, la constitución no escrita de mi escuela en San Miguel parecía cosa de risa, infantil casi, porque allí sólo existían dos grupos: los rechas o los popus y nadie se portaba grosero con nadie más. Si no eras de los popus simplemente eras ignorado por no ser cool, pero no te hacían groserías jamás y la ley del hielo nunca habría sido permitida.
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Mi vida de rubia
RomancePamela, una chica de 17 años, vive en San Miguel de Allende, Guanajuato, con sus padres siento hija única. Durante la mayoría de su vida se a visto como una "recha", empezándose a sentir un fantasma social, visible para su pequeña familia pero invi...