XXII

348 6 0
                                    

A la mañana siguiente, después de no haber dormido casi nada, dando vueltas y vueltas en la cama, y el techo dándome vueltas y vueltas a mí, le escribí a Pablo y le conté todo, absolutamente todo, porque necesitaba contárselo a alguien. No sabía si él entendería, si me rechazaría o me odiaría o no, pero consideraba que él y sólo él, podría entender mi situación. Justo antes de enviar el mail dudé si hacía bien al enviarlo, pero lo hice de todas formas. Una vez más ya no tenía nada que perder. Me pasé un rato largo sentada frente a la computadora, sintiendo náuseas y un cansancio enorme. Después decidí hablar con Jennifer. Estaba en su cuarto y me acerqué a tocarle a la puerta, pero no me atreví y me regresé a mi cuarto. Me eché en la cama y de pronto me sentí agotada y me quedé dormida. No sé cuánto tiempo pasó hasta que sentí que alguien me hacía cariños en el pelo y cuando abrí los ojos me encontré a Jennifer allí mirándome con ternura. Me senté, la abracé y lloré en sus brazos como creo que no lo había hecho nunca, ni siquiera de niña. Su olor a jabón neutro me pareció el olor más delicioso del universo, después de haber estado rodeada de perfumes caros que encubrían tanta putrefacción. Empecé a hablar, a decir muchas cosas sobre lo que había deseado, lo que me había sucedido desde esa noche en San Miguel, en la cena en que Alex había anunciado que nos marcharíamos, de Dago y Ximena y de cómo no entendía que ya no fuéramos amigos todos como en la primaria. De que quería saber qué se sentía que alguien te admirara y tener amigos y reírse a carcajadas. Le conté de los horrores de la nueva escuela, de cómo me habían aceptado las reinas, de la gente que había conocido, de la muerte de Hannah y cómo había reaccionado Lía, de Fero, de lo que pasó con él, de los e-mails de Pablo. De que ya no sabía qué quería hacer o ser. De cómo sentía que lo había arruinado todo y si había manera de recomponerlo. De que mi espíritu había cambiado, que de tanto fingir me había empezado a convertir en alguien horrible. Hablé durante dos horas creo y Jennifer me hacía cariños en el pelo. No parecía sorprendida, ni shockeada por lo que le platicaba. Cuando terminé seguía llorando y ella sólo me abrazó muy fuerte y decía: "Lo sé, lo sé. Te entiendo mi amor y te quiero siempre.

El lunes siguiente, cuando regresé a la escuela, sentí que todo había cambiado. No me vestía diferente, ni me maquillé diferente, ésa era ahora mi forma de verme a mí misma y eso no tenía por qué cambiar, pero mi percepción de esa zona de guerra llamada preparatoria, ahora era muy distinta a cuando había entrado por primera vez por las puertas rojas del colegio, con ese anhelo tan grande de pertenecer al grupo de los populares e ignorando que existía algo más en el mundo. Iba a clases y ponía atención cuando decían algo interesante. Ya no me importaba participar, incluso un par de veces llegué a alzar la mano y contestar cuando sabía la respuesta. En el homeroom me comportaba como si nadie existiera. Me sentí orgullosa cuando fui al patio a la hora del descanso por primera vez con mi sándwich y me senté a comer y a leer un libro yo solita. De hecho lo gocé muchísimo. Todos me miraban, lo sabía y me imaginaba a Lía furiosa, porque yo había roto otra más de sus preciadas reglas. No me importaba. Volvía a ser yo. Supe por los rumores que se escuchan por allí siempre, que Lía, al saberse traicionada por mí, o sea al ver que no había aceptado yo su arreglo, había entrado a "La jaula" a escribir cosas terribles. Lo chistoso fue que las chachalacas me empezaron a hablar, los chicos se me acercaban de forma más natural, y yo empecé a ser amable con todos, no porque necesitara su amistad -había comprobado que no me daba pena sentarme sola en el patio con un libro- sino porque realmente lo sentía. Empecé a tener conversaciones con la gente antes de las clases y Dante resultó ser un fantástico compañero en Derecho porque al estar por fin desmitificada, me convertí en una chava normal para él. Sólo le interesaban las imposibles y, como ya no era imposible, ya no le interesé como antes. Me dio un poco de ternura porque entendí que lo que buscaba en las cinco fantásticas era a la chica preciosa que había perdido, o sea a Hannah. Entendí que el reinado del terror sólo se lo creían ellas y mi separación del clan había cambiado, aunque fuera un poco, el orden mundial de la escuela. Había renunciado al reinado por el bien de los demás. Monroe y su clan me seguían hablando como siempre y me sentí más contenta en la escuela que nunca antes. Sin amigas, pero muy tranquila. Pablo no contestÓ mi correo, pero lo entendía.

Pasaron varios meses así. Empecé a preocuparme por las clases y por volver a leer las cosas que me interesaban. Entendí que siempre había sido bonita, pero ahora veía algo mucho más atractivo en mí que era la humildad de saberme igual de vulnerable y real e incluso a veces mucho más tonta y crédula que la mayoría de las chavas. Había echado todo a perder por un deseo simple de ser aceptada y querida fingiendo ser alguien más. Eso me había hecho reflexionar. Me sentía como si perteneciera por fin al mundo real. Con mi madre mejoraron las cosas muchísimo a partir de esa conversación, La empecé a acompañar a ver casas y departamentos. Me contó que las cosas con Alejandro estaban muy tensas y platicamos de eso. Le di algunos tips de belleza para que mi padre se sintiera otra vez atraído por ella y se puso a dieta. Encontramos un lugar cerca de la escuela donde ella podría ir a camrnar todos los días para hacer ejercicio. Un pequeño bosque en Tlalpan y nos íbamos juntas en las mañanas. Ella se regresaba caminando a la casa. Todo empezaba a marchar mejor. En abril fue mi cumpleaños número dieciocho y lo festejé en casa. Durante la comida, todos estaban de buen humor. Mi abuelo me preguntó por enésima vez si ya había tomado alguna decisión sobre qué carrera iba a elegir y en dónde, y les dije que me estaba llamando mucho la atención la arquitectura, por ser una combinación de matemáticas con algo creativo y artístico. La abuela y el abuelo sonrieron y sacaron sus regalos. Me habían comprado un anillo muy lindo con un pequeño diamante y un libro de arquitectura de la ciudad de México. Mi madre me regaló un CD de hip-hop y mi padre una playera muy sexy de Bershka. Las cosas realmente estaban cambiando.

Algunas semanas después de mi cumpleaños, Pola se me acercó y me saludó bien, me dijo que Lía estaba insoportable desde lo que había pasado conmigo y que era sabido que Richie estaba saliendo con alguien más, pero que Lía no quería hablar para nada de esos rumores. "Manuela y yo te extrañamos mucho", me dijo Pola y le creí. No eran malas esas dos, no como Lía. Pero al mismo tiempo me daban ya un poco de flojera porque seguían las reglas de Lía y tanta tonta y falsa perfección. Ellas tendrían que encontrar su propia forma de ser algún día y me imaginaba que eso sucedería en la universidad. Me preguntaron si me habían llamado para el casting y les dije que sí. Una semana antes, me habían llamado de parte del chavo del casting de la telenovela de Televisa para invitarme a un casting para un comercial. Pola me dijo que Manuela y ella iban a ir y que fuéramos juntas las tres. Le dije que sí y nos despedimos con tres besos en la mejilla, para ser diferentes.



Mi vida de rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora