Dos días antes de que llegaran los de la mudanza, mi madre quiso hacer un barbecue vegetariano de despedida y en la noche llegaron algunos vecinos y amigos de mis padres. Me preguntaron si yo quería invitar a alguien y no supe qué contestar. Me dio pena que se dieran cuenta de que a pesar de haber vivido allí toda mi vida, no tenía de quién despedirme. Cuando llegaron los Sánchez, con su hijo Pablo, Jennifer me llamó y me pidió que me ocupara de él. Yo puse cara de tremendo fastidio, pero salí a recibirlo. No sabía de qué hablarle, tenía la cabeza llena de tantas cosas -de mi transformación y de mi vida en México- y la verdad es que entretener a un chavo con el que nunca había platicado, a pesar de que lo conocía desde niña, era lo peor que me podía suceder en ese momento. Cuando salí al jardín, él estaba parado solo, mirando el cielo, y me dio risa. Pensé que tal vez era tan tímido que prefería mirar hacia arriba para evitar entablar conversación con alguno de los presentes. Igual que yo un poco. Me vio venir pero siguió mirando el cielo y cuando estaba ya muy cerca me dijo: "Allí está Casiopea, se ve perfecta, mírala. Marte está por allá". Me señalaba con el índice cada una de las constelaciones y planetas visibles. Miré el cielo con él un rato y luego fui por algo de tomar. Al regresar le extendí un vaso de ponche que tomÓ de mi mano.
Finalmente bajó la mirada, y cuando me vio completa me sonrió. Pablo iba un año arriba de mí en la escuela y aunque no había sido de los popus, era respetado porque tocaba en una banda de rock. Se acababa de graduar y por su look desenfadado, yo sospechaba que él no hacía nada más que dedicarse al rock and roll. Entramos a la casa juntos. Me empezó a preguntar sobre la mudanza y sobre cómo sería mi vida en México, a dónde iría a la escuela y cosas así. Me dijo que él quería ir a México a estudiar en el Conservatorio Nacional de Música, pero que trabajaría todo el año para ahorrar lo suficiente y rentar un departamento, ya que no le alcanzaba con lo que tenía, aunque fuera compartido entre varios. Dijo que sus papás le pagarían la carrera pero nada más, a menos de que decidiera quedarse y estudiar en Querétaro o en algún lugar vecino y que optara por una carrera "normal". Yo no le platiqué nada de mi transformación porque habría pensado seguramente que estaba loca. Entre más lo veía, me parecía que era más y más guapo, aunque confieso que desde que me sonrió me pareció mucho más guapo de lo que recordaba. No estaba en la misma categoría de "guapo perfecto" como Dago, pero tenía algo diferente y sus ojos estaban llenos de vida. Era muy seguro de sí mismo, como si le bastara estar solo con sus pensamientos para divertirse.
Me empecé a poner un poco nerviosa, porque no sabía qué más hacer para entretenerlo, le dije algunas adivinanzas y acertijos que él contestÓ rápidamente, lo que me sorprendió. Me había imaginado siempre que, como no era nerdni tampoco popular, sería más bien tonto y sin espíritu. Me da pena aceptar lo prejuiciosa que fui siempre con la gente. Me preguntó por el estudio de mi madre. Dijo que se acordaba mucho de una vez en la que entró de niño y vio a mi madre pintando un cuadro; el olor de la pintura y la música que estaba escuchando lo impresionaron muchísimo. En el tercer piso de la casa mi padre había construido, hacía algunos años, un estudio muy grande para que ella tuviera un espacio propio en donde pintar a gusto y sin interrupciones. Le dije que estaba todo empacado, incluyendo los libros y las cosas que mi madre utilizaba para pintar. Me preguntó si podría verlo y le dije que sí. Subimos y, al abrir la puerta, ya no había nada: sólo quedaba una grabadora viejita conectada a la pared. De pronto entendí el dolor de mi madre al tener que partir y dejar el mundo que había construido, que ella tanto amaba, y me dieron ganas de llorar. Pablo encendió la grabadora. Empezó a sonar una canción de Simon and Garfunkel que se llama "The only living boy in New York". Es muy suave y muy bonita. En ese piso enorme, vacío y un poco sucio, él se puso a bailar muy despacio. Sentí dolor en el estómago al verlo allí, como si estuviera viendo un cuadro extraordinario. Me quedé así un rato, pero como no sabía qué más hacer y a él no parecía incomodarle mi presencia, me puse a bailar yo también.
Bueno, lo mío no era precisamente un baile "baile", sino que daba vueltas como niña chiquita hasta que me mareaba y entonces empezaba a dar vueltas hacia el otro lado. Empezó otra canción. Pablo se quedó parado mirándome, se acercó y me tomó de las manos. Empezamos a dar vueltas juntos, y para no caernos, puso sus pies entre los míos. Me empecé a reír a carcajadas. El sonido de mi risa y la suya, y el eco que formaban en ese espacio vacío, me sorprendió muchísimo. Terminamos tirados en el piso riéndonos todavía y después él se acercó a mí, sin quitarme los lentes, y me dio el primer beso de mi vida. Estuvimos así un rato besándonos y luego nos bajamos a tomar más ponche como si nada hubiera sucedido. Me gustaron sus labios, eran muy suaves, pero besaba con fuerza y no me sentí nerviosa, como si hubiera pasado una vida entera besando gente y ese acto fuera igual a jugar ping pong o a comer tacos. Nos unimos a la fiesta y seguimos platicando toda la noche. Me contó sobre cómo se sentía al salir de la escuela. Me dijo que era padre, pero que de pronto daba un poco de medo. Ya eras responsable de todo lo que hacías y decidías. Sólo tú. Estábamos en el porche cuando sus papás le dijeron que ya se iban. Me pidió que le anotara mi correo electrónico y dijo que me escribiría.
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Mi vida de rubia
Storie d'amorePamela, una chica de 17 años, vive en San Miguel de Allende, Guanajuato, con sus padres siento hija única. Durante la mayoría de su vida se a visto como una "recha", empezándose a sentir un fantasma social, visible para su pequeña familia pero invi...