XXIV

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Pasaron tres semanas y llegó el día en que saldría el comercial por primera vez al aire. La verdad es que después de todo lo que había pasado no sentí mucha emoción. Me emocionaba mucho más pensar en ir a la universidad y en empezar la carrera de medicina. Terminé de llenar la solicitud para la UNAM, la mejor opción para mí por muchas razones, pero sobre todo porque de mi escuela había pase directo y no tenía que hacer el examen de admisión. Luego me conecté a Internet para bajar algunas canciones. Cuando me metí a mi correo vi que había un e-mail de Pablo. Estaba titulado "El D.F., un café, tú y yo pero el mensaje estaba vacío. En eso tocaron la puerta y no sé como, pero lo supe de inmediato: Pablo estaba allí afuera tocando mi timbre. Mi cuerpo entero empezó a temblar. Miré mi outfit y me di cuenta de lo ridícula que me vería, después de meses de imaginarme como la recha padre y extraña que había sido. Decidí no cambiarme. Decidí que ya no podría fingir más. Bajé rapidísimo las escaleras, lo vi y corrí a abrazarlo. Al principio estaba muy frío, sacado de onda, mirándome mucho, tratando de reconocerme, pero después se rió y me dijo: "Mírate nada más, una reinita tal cual". Nos reímos, yo muy apenada y tratando de bajarme la mini lo más que podía, pero finalmente después de mirarnos un ratito como tontos, nos fuimos a la sala a platicar.

Estaba en México para quedarse, tenía ya suficiente dinero y empezaba ese mes con un curso de verano en el conservatorio. Estudiaría composición y piano. Me daba tanto gusto verlo, sentía mucha emoción y felicidad de tenerlo frente a mí y así lo expresé, aunque él siguió distante siempre. Hablamos de mi correo y me dijo que tuvo que leerlo varias veces. Al principio sintió un coraje terrible y después celos y después ya no sabía qué, pero que al final había entendido por qué le había contado a él y a nadie más. Me miraba intrigado, lo sabía, el cambio en mí había sido radical. No sabía si ya no le gustaba. Me hizo muchas preguntas, muchísimas y traté de contestarlas lo mejor que pude. Al final le dije que lo quería. Lo dije sin miedo. Sonrió tímidamente pero no me contestó nada. Pablo vivía cerca, en Coyoacán, y compartía un departamento con otros dos chavos. Uno de San Miguel y otro de Celaya. Dijo que eran buena onda y que me caerían muy bien. Eso me dio un poco de esperanza, ya que mostraba que pensaba, por lo menos, darme la oportunidad de conocer su vida en el presente. Pablo no se quedó mucho tiempo, pero cuando se fue yo no paraba de sonreír. Sabía que Pablo era el novio que siempre quise tener y que tendría que hacer un gran esfuerzo para que me llegara a querer otra vez.

Además de que había muchas cosas de él que me encantaban, era una persona real, muy real y yo quería estar rodeada, desde ese momento en adelante, de pura gente así. Estaba decida a reconquistarlo. En esos días mis padres por fin encontraron un departamento que les gustó a ambos. Nos mudaríamos después de mi graduación porque necesitaban hacerle algunos arreglos. Estaba en la colonia Roma, más cerca del trabajo de Alejandro, para que mi padre pudiera ir a comer a la casa todos los días. Sabía que en parte los problemas que tenían se debían a que casi nunca se veían y a que mi madre ya no soportaba estar bajo el dominio de la abuela. Me gustaba la idea de ser "romana" y aunque la universidad me quedaría lejos, los abuelos decidieron regalarme el coche que había estado usando (y que había chocado) , así que tendría cómo moverme cuando entrara a la universidad. Mi abuela me preguntó por Fero un par de veces, pero yo no le contestaba nada, hasta que se dio cuenta de que era un tema del que no quería hablar y dejó de insistir.




Mi vida de rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora