XVII

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Pablo y yo seguíamos chateando, cada vez más seguido y con mayor intensidad. Me encerraba en la biblioteca, les decía a todos que tenía que estudiar y que por favor no me molestaran y pasaba horas platicando con él de cualquier tontería. Una noche me dijo que estaba enamorado. De pronto, cuando leí esas palabras, sentí muchísimo miedo. Pensé que tal vez había conocido a alguien, con mucha timidez y miedo de saber la respuesta le pregunté de quién. Se enojó conmigo por mi pregunta y se desconectó del messenger. Al día siguiente me encontré con un correo suyo donde me pedía perdón por haberse desconectado y decía que le parecía estupidísimo tener que explicarme que me quería a mí, que era evidente que estaba súper clavado conmigo y eso que sólo me había visto (y besado) una vez. Me sentí mal, como si lo estuviera engañando y decidí no volverle a escribir ni meterme al chat a hablar con él. Lo extrañaría muchísimo, eso ya lo sabía, pero no podía continuar con la mentira. En cuanto me viera se sentiría decepcionado porque yo había traicionado mis raíces de recha y chica inteligente, para convertirme en una despreciable reina de lo frívolo y de la estupidez. Me sentía fatal. Sabía que era el precio que tenía que pagar por lo que estaba haciendo, y me dolió muchísimo despedirme de Pablo. Ahora lo entiendo, me estaba quedando con muy poco a cambio de seguir siendo la reina Pam, pero en ese momento estaba tan inmersa en ese universo que no podía verlo. En una de esas tardes solitarias Pola me habló para decirme que había un casting en dos días, que le había dicho su hermana que deberíamos ir todas porque necesitaban varias chavas muy guapas de nuestra edad para una telenovela nueva sobre una preparatoria. Le hablamos a Manuela y a Lía, todas decidimos ir al día siguiente a casa de Manuela para probarnos ropa y looks para el casting. La hermana de Pola, que estudiaba comunicaciones en la Ibero y estaba haciendo su servicio social en Televisa, le había dicho que teníamos que ir súper fashion, pero que no intentáramos vernos más grandes porque querían chavitas de quince a diecinueve. En la casa las cosas seguían igual, mi padre vuelto un trabajólico, los abuelos metidos en todo lo que sucedía dentro de la casa, en especial conmigo, y mi madre absorta en su mundo. Jennifer había logrado vender la casa en San Miguel, pero aún no encontraba nada en la ciudad que la convenciera. Mis padres y yo realmente nunca hablábamos ya y yo los sentía súper ajenos a mí. Un día sentí compasión por ver a Jennifer tan sola, escribiéndoles cartas a sus amigas en San Miguel y me acerqué a ella. Había subido mucho de peso al no salir a caminar como antes y porque se la pasaba comiendo dulce de leche en su cuarto, leyendo y haciendo dibujos. Sketches los llamaba, para sus próximos cuadros que empezaría a hacer en cuanto nos fuéramos de casa de los abuelos y ella tuviera nuevamente un estudio. Se vestía fatal, su pelo lucía terrible, estaba ojerosa y malhumorada. Se veía realmente muy mal. Eran cosas en las que antes no había reparado. No me parecían importantes, pero ahora sí, me daba vergüenza invitar a mis amigas a la casa por temor a lo que pensaran de ella y, por ende, de mí. Pobre Jennifer, era la única que estaba sufriendo con el cambio de vida, pero pensaba que era su culpa por no saber adaptarse a las nuevas circunstancias como lo hacíamos Alejandro y yo. Sin embargo, algo me conmovió en ella y me acerqué y le hice un cariño en el pelo. Volteó y me miró con sus ojos azules todos tristones y me dijo: "¿How's my old girl?". Hacía tanto que ignoraba su presencia que me había parecido extraño escuchar su voz. Era ya noviembre y no habíamos platicado desde agosto. Le dije que iba bien, que me gustaba la escuela, que me caían bien mis amigas y que las clases no eran más difíciles que en San Miguel. Se sentó y me escuchó mirándome con sus ojos de tristeza. "Ya no veo que leas tus libros de medicina. Las cosas se olvidan, sabes, muy rápidamente" En ese momento volví a sentir coraje. Sentí que ella no quería que yo cambiara por nada del mundo, que me convirtiera en alguien normal y socialmente aceptada, que fuera considerada bonita y que tuviera una vida social. Sentí que estaba celosa y que verme tan contenta le era insoportable. ¿Qué quería de mí? ¿Que siguiera sus pasos? Que me convirtiera en la persona que ella quería que fuera, pensando en la enormidad del universo y en el amor como algo abstracto¿Y ella? Yo no veía que ella amara tanto a los abuelos como para hacer un esfuerzo y llevarla bien. ¿Creía que me iba a poner de su lado y perderme de los mimos de la abuela? Pues si era así, estaba muy equivocada. En ese momento sentía que la vida me había dado la posibilidad de convertirme en algo más. En alguien adorable para el mundo, y lo estaba logrando por fin. Aún no sabía si quería estudiar medicina, arquitectura, historia, filosofía, matemáticas o economía, pero eso era lo de menos. Ya había entendido la lección; el mundo era distinto y le pertenecía a los audaces y a los prácticos y a los hermosos, que no tenían tiempo ya para sus ideales hippies. Pero ella no podía cambiar. Jennifer seguía con su ropa, sus ideas y sus discursos seudoespirituales que no venían al caso en este mundo y que además contradecían su actitud con los abuelos y con mi papá. Si no tenía cuidado, mi padre la podría dejar por alguien más. Una chava joven, guapa y linda, que no estuviera siempre con cara de circunstancia. Era cierto que yo no tenía idea sobre mi futuro, pero por primera vez en mi vida mi presente estaba divertidísimo, como debería ser la vida para cualquiera de mi edad. "Ya no sé si quiero estudiar medicina", fue lo único que le dije antes de cerrar la puerta de su recámara y dejarla atrás. Al día siguiente fuimos las cinco al casting en Televisa San Angel, Vania dijo que quería ir sólo para echarnos porras y Lía se rió muchísimo de ella. Nadie le preguntó a Vania por qué no participaba también, tan sólo por buena onda. Pero la verdad es que a ninguna de las cuatro nos fue muy bien. La hermana de Pola no nos había divertido que teníamos que saber cantar y ser bailarinas semipros. Aunque realmente éramos de las más guapas allí, había chavas que de verdad, cantaban y bailaban que no llevaban looks tan fashion, ni highend, pero que a pesar de ir con pants, podían hacer cosas que nosotras jamás lograríamos. Lía nadaba y hacía yoga, pero ni Manuela ni Pola ni yo hacíamos ejercicio fuera del vóleibol en la clase de deportes. Al final nos fuimos sin audicionar por no hacer un enorme oso, pero un chavo que estaba allí nos pidió el teléfono a las cuatro para un casting de un comercial. Pola hizo una broma diciendo que seguramente mi madre hablaría para arruinarnos la oportunidad. Yo estaba justo frente a Lía mientras Pola hablaba y noté que se puso muy incómoda. Fue entonces cuando supe que no había sido mi madre, ni mi abuela, ni la suya, sino que había sido Lía quien llamó a la agencia. No lo podía creer. Entendí por fin, y no sé por qué me tardé tanto, que tendría que tener mucho cuidado con lo que le contara a Lía porque muy probablemente tarde o temprano sería utilizado en mi contra. Era como si fuera mi amiga y al mismo tiempo mi peor enemiga. Lía me querría mientras yo no brillara más que ella. El chisme de la semana en la escuela era que en "La jaula", un sitio al que ninguna de las chicas cool entraba, habían hecho una lista de las MÁS WUAPAS de sexto y estábamos las cuatro, sin Vania, en el top cinco. El quinto lugar se lo habían dado a Mofl. Así le decían a una chava que yo no conocía, pero que les parecía muy guapa a los niños de sexto. Lía dijo que era una zorra, que se había acostado con un tal Santiago Herrera, el año pasado. Santiago no estaba ya en la escuela, así que no podíamos saber si las acusaciones de Lía eran ciertas. Ella dijo que eso era un crimen imperdonable. Allí me enteré que las reinas eran orgullosamente vírgenes, porque habían hecho el pledge en primero de prepa, que consistía en una promesa de esperarse por lo menos hasta la universidad para tener sexo. Decidí entrar un día a "La jaula" para ver de qué se trataba y allí aprendí muchas cosas sobre lo que se decía de nosotras, además de otros chismes de la escuela. Seguramente Lía, Pola, Vania y Manuela también entraban, pero era impensable hablar de eso entre nosotras, sólo era posible mencionarlo casualmente como: "Alguien me dijo que en la jaula... . Cuando entré vi que en "La jaula" nos decían "las intocables" porque éramos las más "wuapas y también vírgenes, lo cual significaba que los hombres nos amaban, pero que éramos absolutamente inalcanzables e inaccesibles para todos. Ahora creo que lo de "intocables" era sobre todo porque ninguna de nosotras había tenido sexo con nadie. Pola, Manuela, Hannah y Lía habían romanceado con algunos de los niños del salón en cuarto y quinto, pero era verdad que no se podía decir nada sobre la vida sexual de ninguna de las reinas por la promesa pública que habían hecho de no tener relaciones sexuales mientras siguieran en la prepa, el famoso pledge, como le decían en la escuela. Fajes, sí; besos, bastantes; pero nadie se acostaba con una de las intocables y eso las hacía aún más mágicas. Ese placer le tocaría a algún suertudo en la universidad tal vez y a Lía después de casarse porque así lo había decidido. Dentro de todo lo malo que sucedía, en cuanto a drogas y sexo en la escuela, a nosotras no nos tocaba nada, no teníamos cola que nos pisaran. Todavía no.

Mi vida de rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora