III

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Cuando Alejandro nos "habló" a Jennifer y a mí en esa cena sobre la posibilidad de irnos a México, se notó a la legua que ellos ya lo habían discutido y que más bien querían planteármelo a mí como pregunta en vez de aviso, porque querían seguir pensando que éramos una familia bien democrática y que ' aquí todos tenemos voto en las decisiones familiares". Creo que les preocupaba mi reacción y cuando, emocionada ante las posibilidades infinitas de cambio en mi vida insulsa, dije: "Está bien, yo voto por que sí nos vayamos , creo que les sorprendió mi falta de tristeza por dejar la casa, la calle y el pueblo en el que había pasado mi corta vida. Ellos siguieron hablando de los planes y de todo lo que se tendría que hacer antes de la mudanza. Para entonces yo estaba ya un poco distraída con mis pensamientos. En mi cabeza pasaban muchas cosas, pero todo estaba mezclado con la escena que había visto en la calle unas horas antes. La escena es la siguiente, inolvidable, dolorosa y a la vez inspiradora: Ximena en el convertible de Dago, dándose un beso apasionado mientras yo estaba parada allí, como tonta en mi bicicleta, a un lado de ellos, sin querer mirarlos, pero a la vez fascinada al ver cómo "los otros" pasaban sus vacaciones de verano. Quería saber qué sentía Ximena al estar con el chavo más increíble del universo, en un Mini cooper black and white, escuchando a Linking Park y sintiendo esos labios que la besaban con tanta pasión.

Dago, además de ser el más guapo de todos los guapos de diecisiete años de la Tierra, es un chavo muy inteligente, tan inteligente que a pesar de su edad, yo lo llamaría brillante. Era el segundo en calificaciones de toda la clase y ni siquiera se esforzaba como yo, y yo siempre quedaba en tercer lugar. Es un gran atleta: corre, nada, juega futbol, básquet y beis y además salió en la obra de teatro de la escuela. Sus padres han de pensar que dieron luz a un Mesías o algo así. Para personas como Ximena o Dago -su verdadero nombre es David Gorman-, la gente como yo somos el público que existe únicamente para aplaudirlos, porque toda gran obra de vida necesita del artista, pero mucho más del espectador. Sus amigos son los extras, pero ellos dos son los protagonistas.

Debo aclarar que ninguno de ese grupo es "mala onda" y no se burlan de nadie; ése no es el rollo en mi escuela activa. Llevábamos años juntos y supuestamente nos respetábamos con nuestras diferencias. Pero aun así las clases estaban claramente divididas entre los rechas (rechazados) y los popus (populares). Todo lo que nos enseñaron, de que hay un lugar en el mundo para cada tipo de personalidad y "viva la diversidad", es absolutamente falso en la práctica. En la realidad de esa escuela, como en el mundo entero, existen los fantasmas, los que caminan con la cabeza agachada ya sea porque tienen un libro detrás del cual esconderse o porque tienen poca personalidad.

Yo me mantuve siempre al margen de todos por igual, pero acepto que siempre admiré en secreto a Ximena y a sus amigas, porque me parecía que vivían la adolescencia como si fuera una visita a un parque de diversiones. Siempre se estaban riendo. Siempre se la pasaban tan bien. Siempre se veían tan bonitas usando los colores de la temporada, el pelo perfectamente lacio y el brillo sutil de los labios con los que le sonreían a la vida. Yo nunca me reía. No, eso no es cierto, a veces me reía a solas en mi cuarto cuando leía algo chistoso, pero en general en la escuela, mi cara estaba siempre seria y mis ojos miraban intensamente el piso. Sólo, muy a veces, miraba a la gente cuando no se daba cuenta. No fuera a pasar que lo advirtieran y pensaran que los admiraba o que me intrigaban. Especialmente NUNCA miré a Dago a los ojos, ni siquiera cuando fue mi compañero en el laboratorio de química en quinto. Seguramente pensó que era una chava rarísima y malhumorada, a comparación de la buena onda de sus amigas, que siempre estaban de buen humor, al igual que todo su feliz crew como le dicen ellos a su banda de amigos.


Mi vida de rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora