XIII

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Algunos días después de la invitación, empecé a hablar del concierto y de la fiesta a la hora de la cena. Lo hice de manera sutil para que no sospecharan cuántas ganas tenía de ir. La abuela dijo que era importante que empezara a tener "eventos sociales" y que un concierto sonaba divertido. Me preguntó por los apellidos de mis amigas y al parecer todos sonaban correctos. No tenía idea de lo que hacían las unidades paternas de mis nuevos amigos, así que les inventé historias para que los abuelos estuvieran satisfechos con su pedigrí. Me estaba convirtiendo en la niñita correcta que satisfacía a los abuelos en todo. Mi madre me miraba y sé que no me creía nada, pero poco me importaba, pues en esa casa las decisiones las tomaban los abuelos. Alejandro empezaba a llegar cada vez más tarde, estaba siempre trabajando y a veces no llegaba a cenar hasta las once. Se veía muy contento, aunque cansado y algo estresado. Jennifer siempre lo esperaba y se sentaba a acompañarlo a cenar. Esa tarde en la que empecé mi campaña de convencimiento para lograr ir a la fiesta del sábado de la siguiente semana, fui de compras con las cuatro chicas después de la escuela.

A veces hacía cálculos y me asombraba cómo podían llevar un ritmo tan impresionante de gastos y, aunque suponía que era subsidiado por sus padres, no entendía cómo a su edad podían gastar tanto a la semana en ropa, maquillaje y accesorios para estar siempre al último grito y no trabajar nunca. Ese día lo supe: Vania les regalaba muchas cosas. Ese era su rol dentro del grupo. Pagarles muy seguido la ropa que querían y algunas veces también maquillaje y otras cosas. Manuela me explicó después que Vania no era como nosotras, ella pertenecía a una familia de nouveaux riches. Si no tuviera lana, iría a la escuela pública. Otro día en el coche de regreso a San Ángel cuando les pregunté más, Pola me dijo: "No te sientas mal por ella. Ella lo sabe, Quería tanto pertenecer al grupo que supo llegarle al precio". Pero, aun así, Vania me daba mucha compasión. Sin embargo, yo no me atreví a hacer nada y muchas veces recibí yo también alguno de sus "regalos".

Sentía alivio al pensar que este ritmo de gastos sólo lo tendría que soportar algunos meses más, porque no sabía cómo podría haberlo sustentado más que eso. Y aunque todavía tenía algo de dinero de mis ahorros, gracias a los regalos de la abuela, estaba muy cerca de empezar a acabármelo. Sabía que podría pedirle dinero a la abuela si fuera necesario, pero necesitaba un trabajo o algo para recuperar mis ahorros perdidos. Ya no podía hacer trabajos de escuela por pedido porque me delataría como la nerd que había sido, pero algo tendría que hacer.

Había logrado mi cometido de bajar los cinco kilos en una semana y me sentía bien. Habíamos comprado en la tarde los outfits para la fiesta y el mío era perfecto. Sin esos cinco kilitos no habría cabido nunca en la blusita de Mango. De eso hablábamos todo el día: de la fiesta, de los chicos que conocería, de cómo vernos más grandes, del último shopping spree, y de las monkeys de las que nos burlábamos todo el tiempo. Era importante poner atención a los detalles del día porque al final nos sentábamos para hacer pedazos a nuestros compañeros, hablar sobre quién había dicho qué estupidez en clase o quién había hecho un oso en la cafetería. A veces se declaraba que era el día pro nerd y le sonreíamos a alguna unidad masculina nerd por "buena onda" y ni siquiera por pagar favores, lo cual ya era rutinario. Al principio, todo esto me asombraba e incluso llegó a darme horror tanta violencia, pero dicen por allí que a todo te acostumbras y yo me acoplé con bastante facilidad a esta nueva forma de pensar y de actuar con los demás. Yo también empecé a ver a todas las demás mujeres como "nuestras enemigas" y a todos los demás como "los súbditos". El hecho de que nos burláramos de las mujeres me empezó a parecer, por lo mismo, muy normal y natural en mi nueva condición. Después de algunas semanas dejé de escandalizarme por el comportamiento de mis amigas porque sabía lo que era estar del otro lado y quería de alguna forma vengarme de quien había sido antes. Me reía con ellas de las chavas que eran lo que yo había sido en San Miguel. Mi antiguo ser me daba pena. A veces incluso decía cosas que les parecían geniales, muy importantes y graciosas precisamente porque entendía muy bien quiénes eran las monkeys y cómo pensaban los demás outsiders. Sin embargo, conforme pasaban los días, me empezaron a aburrir más y más las conversaciones siempre sobre lo mismo. A veces sonreía y me reía, pero me ponía a fantasear sobre Pablo o sobre el futuro.

Mi vida de rubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora