Capítulo 4

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El evitar estar en el mismo lugar que el capitán es una tarea algo difícil, pero a Javier le gusta llevarlo al límite, incluso saltándose la cena grupal del día de hoy, arguyendo no tener hambre. Es verdad que vive probando todo lo que cocina junto con el chef, pero eso no es igual a alimentarse.

Todos cenan en silencio mientras el capitán juega con su comida. Desde aquella noche que sintió el dulce aroma de su omega no deja de pensar en él. Ya lo considera suyo a pesar de que es incapaz de poder acercarse sin meter la pata.

Él sabe que Javier tiene cierto odio hacia él por alejarlo de su familia, pero aquí tiene una mejor vida a pesar de que son unos sucios piratas.

—Capitán, deje de jugar con las aceitunas y coma —le regaña el chef—. No tiene idea de todo lo que costó cocinar este tipo de pescado.

—No me gusta el bacalao con aceitunas —reclama el capitán.

—Lo cocinó Javier... —murmura Jun.

Tarda unos segundos en reaccionar y se la come con gusto, si la hizo Javier, entonces, es perfecta.

¡Qué no diera para que el omega busque su compañía! Todos sonríen en silencio al ver la actitud del capitán, saben de esos sentimientos, incluso Javier.

—¿No va a comer postre? —James le acerca una bandeja pequeña con pasteles de arroz—. ¡Sus favoritos!

—Sí quiero, pero a mi otro pastelito. —Se levanta de la mesa y se dispone a salir a la cubierta del barco, desea un momento a solas—. Me disculpan.

El capitán siempre es temido en los pueblos a los que llega, con aquella vestimenta llamativa, su espada colgada en la cintura, su arma de fuego y su típico sombrero de pirata con una elegante pluma. Ahora se derrite por un joven omega, pero no cualquiera, era uno con un corazón tan puro que no le impidió ver a través de él y ayudarlo cuando más lo necesitó.

Sus pesadas botas hacen eco en la crujiente madera de la cubierta, el mar está bastante tranquilo hoy, con un viento agradable. Puede oler al omega, pero ¿dónde está? Empieza a buscar y a seguir su rastro hasta que logra conseguirlo en un lado del borde, viendo hacia el oscuro horizonte.

No quiere molestarlo, solo le hacía falta verlo. El omega se voltea al sentir el fuerte olor del alfa, sonríe tímidamente y vuelve a colocar su vista a lo lejos. El capitán se acerca y se coloca a un lado, pero al observarlo, disimuladamente, ve algo que destruye su corazón: Javier está llorando.

—Puedes hablar conmigo —dice el alfa tratando de romper el frío témpano de hielo que se yergue entre ambos—. Sé que me odias, me lo merezco, pero puedes confiar en mí.

—No lo... odio... —Los sollozos de Javier se hacen presentes—. Es difícil para mí ¿sabe?

—¿Por qué me evitas a toda costa o acaso crees que no me doy cuenta? —contesta el alfa.

—Extraño a mamá y... me siento raro con usted —se sincera Javier—. A mi padre no le gusta verme cerca de ningún alfa, dice que eso me perjudicaría.

—Tu padre es un idiota —lo suelta sin filtro haciendo que Javier sonría un poco—. Pastelito, ¿tu padre fue el que te hizo esos moretones que tenías el día que te traje al Whalien?

Quizás ha dado en el blanco, puesto que Javier abre más sus ojos y luego, relaja su expresión asintiendo. Finalmente, coloca su mentón entre sus brazos cruzados y comienza a contarle.

—Sí... Fue por aquel día... Es que... usted me abrazó y tenía su olor en mi ropa —cuenta—. A mi padre no le gustó para nada, pensó que había hecho algo más.

Altamar // EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora