Ve a por el libro

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—¿Adónde vas, Hiroko?

Hiroko paró en seco y movió lentamente los ojos hacia la voz. Se lo temía. Kozono le devolvía una mirada fría desde su coche polarizado, ahora con la ventanilla bajada. Se giró un poco hacia ella y menguó el tono de voz.

—Sabes perfectamente adónde voy. Si vienes a impedírmelo, pierdes tu tiempo.

Kozono no manifestó expresión alguna, pero Hiroko empezaba a saber por dónde iban los tiros con ella. Y sabía que le repateaba acabar de descubrir que era la persona con la que Kitami había quedado para estudiar... nada menos que en un restaurante caro.

—No sabía que se te dieran tan bien las matemáticas.

—No tan bien como a ti. Así que ya ves... hasta dónde tiene que llegar tu antipatía, para que prefiera la explicación de cualquier otra persona.

Kozono se quedó sin palabras. La miró ahora con notable asco, los labios cerrados.

—Sólo vengo a conocer cómo es —murmuró al final la pelirrosa, al captar su mala vibra—. ¿De acuerdo? Parece una buena muchacha.

—Lo es.

Se podía cortar la tensión con un cuchillo. Hiroko ladeó una sonrisa y se encogió de hombros.

—Si la chica es una buena persona, volveremos a hablar. Me he replanteado lo del amarre. Quizá lo deshaga.

—No me hace falta tu brujería barata. Como ves, no he vuelto a sacarte el tema.

—Porque te corresponde. Y porque ya estaba hecho para que no le fuera fácil decirte que no. ¿Qué harás cuando se dé cuenta de lo víbora que eres? La única suerte que tiene el hecho de conocerte, es que la gente se da cuenta tarde o temprano de que tu encanto es pura fachada. Eres como el durian tailandés... —sonrió— precioso, pero en cuanto lo intentas abrir un apestoso y putrefacto olor sale de dentro.

—Vete despidiendo de tu aula.

Hiroko sonrió.

—No sigas por ahí, Kozono...

—¿Quieres ver lo poco que me importan tus amenazas?

—¿Y a mí las tuyas?

Kozono subió la ventanilla y le ordenó al chófer que se movilizara. Hiroko la siguió varios segundos con la mirada pero manteniendo su sonrisa... aunque parte de ella sabía en el lío en el que podía meterse. Tenía que tener cuidado. Detectaba el aura negativa de Kozono a bastante distancia, de hecho, su mirada tenía algo que le seguía pareciendo oscuro. Suspiró y se llevó el móvil a la oreja tras marcar un número.

—¿Hiroko-san?

—Saki. ¿Guardaste el libro bajo llave?

—Claro que sí. Está en la cajonera del aula subterránea, como siempre. Todo dentro de la taquilla.

—Tengo que pedirte un favor. Sácalo de allí y llévalo a casa, iré a recogerlo cuando termine de hacer unas cosas. Se acabó lo de dejar el libro en el instituto.

—Pero... pesa un montón, y todas venimos andando. Si queremos llevar el proyecto en el aula, lo práctico sería...

—Lo llevaré yo todos los días si es necesario, pero sácalo de ahí. Por favor, hazme caso.

—Ogh... qué pereza... está bien, ya voy. Me debes un almuerzo.

—Eres la mejor.

Colgó y se metió en el restaurante. Kitami no tardó en llegar.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora