Un pacto verbal

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Reika Kitami empezaba a tener problemas para concentrarse en clase. No tenía ánimo para estudiar por las tardes en casa ni en la biblioteca, y había dejado de socializar tras lo ocurrido en las duchas. Para colmo, coincidía en muchas clases con Kozono, lo que le era aún más contraproducente para intentar espantar ese recuerdo. Pero aquella mañana pasó algo todavía peor: alguien había envenenado al cachorro y lo había dejado muerto y pisoteado en la zona donde todas las mañanas ella le daba de comer, y aquello le afectó mucho.

Cuando la alarma de fin de clases sonó, Kozono observó que nuevamente la rubia plebeya, a la que le estaba cogiendo rabia por sus constantes rechazos, se quedaba mirando sus apuntes y la pizarra con los últimos ejercicios de trigonometría. Lo que más le molestaba era que pese a los acontecimientos, aquella estúpida pobretona aún no le había pedido disculpas y ella seguía sin habérsela follado. Todas las experiencias sexuales que había tenido en su adolescencia habían sido consentidas, y en la mayoría de casos propiciadas por ella misma. Era la primera vez que alguien no le doraba la píldora o tenía la necesidad de agradarle. Pero incluso eso podía aguantarlo. Lo que no aguantaba bajo ningún concepto, era demostrar su interés sexual por alguien y que ese alguien, que encima era de tan bajos recursos, que sólo tenía una cara y un cuerpo bonito y ni siquiera tenía buenas notas, se diera el lujo de rechazarla. Se le pasó por la cabeza buscarse una manera rápida de expulsarla de la Academia. O humillarla. O simplemente mandar a los pandilleros que su familia tenía a buen recaudo para darle una golpiza y desfigurarla. Al perro ya no podía volverlo a matar, ¡una pena que Reiko no viera cómo agonizaba tras probar el veneno! Ese último recuerdo, que ella sí vio, la hizo sonreír un poco.

Cuando ya casi no quedaba nadie en el aula se puso en pie a recoger sus cosas y las fue guardando en su bolso. La oyó. Estaba llorando sin hacer ruido, y sin moverse aún de su pupitre. Como estaba en uno de los laterales y en la primera fila, no había nadie que pudiera verla. Pero Kozono vio que se quitaba la humedad de sus ojos con la manga y suspiraba entristecida. Su ego pareció cobrar fuerza en ese momento. Le parecía bien que sintiera pena, al menos satisfacía un poco la ira que guardaba dentro. La dejó allí y se marchó a comer.


Comedor de la Academia


—Algo le ocurre a la nueva... ¿cuánto dices que lleva sin venir?

Kozono no aguantaba tanto cotorreo acerca de Kitami. Su mesa, donde se sentaban las chicas y chicos más populares de toda la Academia, aquel mediodía estaba siendo un maldito caos.

—Kozono-san, estás muy callada... ¿un mal día en el Consejo?

Kozono se quedó mirando a las tres chicas, a lo lejos, que intentaron iniciar un club de magia negra hacía ya un par de semanas. Mientras comían seguían con aquel maldito libro del pentáculo invertido, no se separaban de él. Una idea se le cruzó por la mente, pero era absurda. Ella no creía en aquellas bobadas. Devolvió la mirada a su compañera del Consejo pero antes de responderle, uno de los muchachos habló más fuerte.

—Teníais que haber visto al perro, chaval. ¡Alguien lo pisoteó y le rompió todos los huesos! La chica nueva se puso a llorar como una niña de cinco años cuando lo encontró, os lo juro. Además, la policía le encontró veneno en la lengua.

—Pobrecito... ¿quién ha podido hacer algo tan horrible? —dijo otra, aunque el chico le tiró una gyoza a la cara, y enseguida empezaron a pelearse con la comida.

—Ya basta. Si queréis comportaros como monos de un zoo, ahí tenéis al representante, esa rata de cloaca. 

Todos viraron la atención a Hiratani, que iba encogido como siempre con una bandeja en las manos, y todos se rieron de él automáticamente. Kozono sonrió, le animaba ver cómo se metían con él, le empujaban al pasar, le robaban la comida e incluso le lanzaban bolitas de arroz. Hiratani no contestó, siguió cabizbajo y se sentó en la única mesa donde no lo repudiaron: entonces los gritos y los comentarios pasaron a ser cuchicheos más bajos.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora