La sonrisa agonizante

63 5 2
                                    


Mansión Kozono

Tres días habían transcurrido desde que Reika había sufrido aquello a las puertas de su casa. Le costó mucho tomar la decisión de volver a casa de Nami, algo le decía que era el último lugar al que debía ir, pero Byto estaba allí y tampoco se fiaba de los cuidados que le estuviera dando. Sabía bien que el hecho de no traerle el perro era la forma de arrastrarla hasta allí. 

Ninguno de los dolores corporales que tenía había amainado en absoluto. Había tomado la decisión de destinar gran parte de los ahorros que tenía a una citología para evaluar los daños, porque nuevamente e igual que había pasado cuando Inagawa la forzó, el dolor no remitía. Al revés. Esta vez se había intensificado tanto el dolor como el escozor. Sospechaba que podían haberle transmitido alguna infección pero, en realidad, lo que más creía era que le habían hecho un daño interno terrible. Por ese lado, agradeció haber estado anulada de voluntad y memoria. Por otro, eso mismo la martirizaba. No tenía nada con lo que acudir a la policía. En esos tres días, el rostro del muchacho se había hecho más difuso. Sólo sabía que tenía una melena corta rubia y que era blanco. Pero ningún otro rasgo. Resultaría infructuoso denunciar. Lo único que le interesaba era solamente dejar de sentir dolor e incomodidad.


Cuando le abrieron la puerta, la primera en recibirla fue Odette con una gran sonrisa. Ambas en su interior sintieron una incomodidad que querían ocultar frente a la otra. Sin embargo, Odette tenía un semblante inmejorable, y Reika en cambio parecía haber sufrido un turbio maltrato esos días.

—¿Se encuentra bien, señorita? Deje que guarde su abrigo.

Reika dejó de andar y negó con la cabeza.

—Ah, no se preocupe... oiga... y puede tutearme. No hay problema —se esforzó en sonreír.

—Ah, bueno, yo... —sonrió un poco más y bajó los brazos—. ¿Quieres pasar? Nami te espera en la planta de arriba.

—No —dijo, más rápido de lo que pretendió. Tragó saliva rápido y bajó el tono de voz—. Sólo venía a por mi perro...

Odette arqueó un poco las cejas, sorprendida por su reticencia. Por supuesto, no había sido partícipe de la canallada que Inagawa le había hecho pasar días previos, incluso estando ella misma de servicio en la planta de abajo aquel día.

—De acuerdo... el perrito está arriba también, con ella. Si quieres voy y le pregunto.

—No —murmuró con tono amargo—, voy... voy yo. Descuida. Muchas gracias.

Odette sonrió un poco y Reika trató de hacer igual, aunque no le salió. La empleada notó que algo no iba bien. Parecía muy, muy mortificada, tenía la mirada perdida, aparte de lo más obvio, que eran sus heridas en la cara. Tenía magulladuras pequeñas repartidas por todo el rostro y un arañazo en sendos lados de la mandíbula, como si alguien la hubiera cogido con mucha saña del mentón. Los moratones no se los vio porque se los había cubierto con maquillaje. La siguió con la mirada mientras subía las escaleras. Lo hacía a un ritmo relativamente rápido pero algo torcido, sosteniéndose bien a la barandilla. Como si le doliera algo.


Dormitorio de Nami


Reika lamentaba cada paso que daba. No le quedaba fuerza en el espíritu para doblegarse y tenía el umbral del dolor tan bajo, que casi creía haberlo perdido. Cualquier roce era sinónimo de ponerse tensa y por ende, de sufrir un calambre interno por esa misma tensión. Tocó un par de veces la puerta y rotó el pomo, abriéndola poco a poco.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora