Noche en el hotel

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Después de cenar hasta reventar, Nami y ella recorrieron las calles mientras se tomaban un helado, hasta que encontraron un hotel cercano a la calle de la clínica. Nami pidió dos habitaciones colindantes y subieron a la última planta.

A medianoche tocó a la puerta de Reika, con la almohada en las manos y un rostro muy afligido.

—¿Qué te ocurre, Nami? ¿Has tenido una pesadilla?

Nami decidió preocuparla hasta el límite. Intentó forzar alguna especie de llanto, pero no le salió, se sentía ridícula intentándolo. Pero el mero intento de poner un puchero bastó para alarmar a su compañera, que la miró con los ojos abiertos y la hizo pasar. Nami se sentó en su cama y se abrazó a su almohada.

—Lo siento, perdona por molestarte... es que... no paro de acordarme de él... le odio, no sabes todo lo que me hizo...

Reika se arrodilló en el suelo para verle el rostro y comenzó a acariciarla de la rodilla. Le sonrió.

—Has tenido que pasarlo mal... no he querido preguntarte detalles. Te vi muy mala cara la última vez.

—Estaba embarazada de él... me hizo... me hizo abortar, ¿sabes? Mi padre no lo sabe... me mataría...

Reika dejó de sonreír.

Aquello le afectó mucho. Nami se ocultó de repente la cara con las manos, pidiendo para sus adentros que aquella pantomima diera algún tipo de resultado. Siguió hablando como si fuera el día más triste de su vida.

—Me golpeaba con un cinturón, me pateaba... era un ser despreciable... y por eso... siento todo el daño que te he hecho, Reika... no he sabido ponerme en tu lugar.

—Para de hablar... sé que estás arrepentida —se sentó a su lado y la abrazó con fuerza. La morena sintió impresionada que el corazón de Reika latía muy rápido, parecía que iba a toda máquina. Era extremadamente sensible. Tuvo un amago de soltar la primera carcajada, pero se sobrepuso a tiempo, y se le pegó al cuello—. Nami, siento mucho lo de tu bebé... qué ser tan despreciable. ¿Por qué querría un marido abortar a su hijo? No me cabe en la cabeza.

—Porque... ¡era un sádico! Casi que lo prefiero. ¿Qué vida le habría esperado?

—Lo siento. Lo siento mucho... —murmuró apenada volviendo otra vez a abrazarla. La otra se excitó al sentirla esta vez con la cabeza mucho más pegada a la de ella. La acarició de la espalda.

—Déjame dormir aquí contigo, por favor... —le rogó.

—Sí, claro que sí —sin tardar se hizo a un lado y se recostó, abriéndole el edredón para que entrara con ella. Nami soltó su almohada en un lado de la cama y se hundió entre las sábanas. El olor del suavizante barato estaba mezclado con el corporal de Kitami. En la oscuridad plena de la habitación, donde sólo la luz de la luna alumbraba un lateral de la cama, Inagawa abrió los ojos y la miró. La tenía ahí. Justo delante, calmada y apenada. Sin decir nada, se deslizó un poco más abajo y pegó su cuerpo al de ella, abrazándola y pegándose bien a su torso. Sentía sus abultados pechos, pero también el fuerte tronar de su respiración. Kitami estaba muy nerviosa, y también se sentía algo hundida tras aquella revelación. No se imaginaba a Nami sufriendo tanto. Pasó la palma de la mano por su espalda pero notó algo raro. Sus dactilares sentían la piel de allí agrietada bajo la fina camiseta que llevaba de pijama. Ajustó los dedos casi por inercia, llamada por la curiosidad, pero cuando lo hizo Nami se quejó un poco y frunció las cejas.

—Es... una herida. No la toques mucho.

—¿Puedo verla? —preguntó en voz baja, mirándola seria. Nami parpadeó algo confusa y se la quedó mirando desde sus pechos. Tenía lógica, supuso que le venía bien para que sintiera más pena por ella, pero le resultaba desagradable que otra persona le mirara una herida tan grande y humillante. Reika insistió ante su silencio—. Déjame verla, por favor.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora