La caída de la máscara

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La mañana pasó y estuvo realmente ajetreada, como los dos días anteriores en los que había ido de tienda en tienda entregando currículums. Si la contrataban en una tienda de ropa, estaría salvada. Ahora que tampoco era estudiante y legalmente seguía emancipada, le urgía encontrar trabajo si no quería tener a los servicios sociales pisándole los talones y buscándole una familia de acogida los meses que tenía por delante con sus diecisiete años. El fiscal tenía potestad para anular su emancipación si ella no podía subsistir por su propia cuenta. Pero tenía fe en que podía encontrar un trabajo a jornada completa. Después de patearse durante toda la mañana un sinfín de locales, su móvil sonó. Era Nami. Descolgó.

—¡Hola, Nami!

—Buenas tardes. Se me hace raro no verte en el instituto...

—Ya... —sonrió algo apenada— va a sonar muy mal, pero sentía que perdía el tiempo allí... me estaba costando mucho estudiar. Requiere una concentración y una tranquilidad de la que no dispongo.

Reika ignoraba por completo el ataque de furia contenida que Nami acababa de tener. El chófer había sido testigo ocular -y afortunadamente muy lejano- de cómo pisoteaba y pateaba salvajemente a un gato en pleno bosque antes de meterse en la limusina. Los motivos los desconocía. Sólo sabía que había estado un rato en la cafetería con un par de amigos con los que la vio salir.

—¿Haces algo ahora? Tengo a mi chófer conduciendo en este momento.

—Bueno, aún tengo que repartir algunos currículums en otra avenida... me queda bastante caminito.

—Puedes hacerlo mañana, ¿no?

—Bueno... sí... aunque no quiero dejarlo estar. Son ya las cuatro de la tarde.

—¿Dónde estás?

—Entraré en la tienda de Yoggjey. ¿La conoces?

—Sí, estaremos allí en unos cinco minutos.

Prácticamente le colgó. Reika se quedó mirando el móvil y suspiró.


Tienda de ropa


Una vez dentro y después de presentarse, Reika supo, por la charla que veía tener de lejos al empleado con su encargado, que estaban hablando de ella. Uno de ellos sonreía un poco, el otro seguía hojeando el papel. Era un informe de vida laboral bastante corto el que les había dado, pues sólo había trabajado unos meses en una panadería y era la única referencia a la que podían acudir para preguntar por su trato al público. Reika estaba tranquila en ese sentido, porque sabía que su jefe actual hablaría bien de ella, eran amigos y siempre la había tratado muy bien. Aprovechó de mirar algo de ropa que no se le saliera de presupuesto.

Nami no tardó en atravesar las puertas deslizantes. Se quitó los airpods de las orejas y buscó con su mirada siniestra a Kitami; las pupilas se detuvieron en la única rubia que encontró. Kitami estaba mirando una sudadera en una percha por delante y atrás, como estudiando si le quedaría bien la talla. La japonesa sintió sus sentidos crisparse al verla. Ya había empezado a refrescar más temprano y Reika llevaba un fino jersey beige que se ceñía a su cuerpo. Los pechos, enormes, resaltaban, y también su cintura estrecha. Tenía un cuerpo de reloj de arena que a Nami le volvía loca. Ya se estaba relamiendo, dentro de su infinito enfado y condescendencia. Los pantalones vaqueros que llevaba, estilo alto, se ceñían en su cintura con un cinturón negro y le marcaba el culo y las piernas en la justa medida. Era perfecta.

—Reika...

—¡Ay! —la rubia dio un brinco, riendo por el susto que le había dado de repente—. ¿Cuánto llevas espiando?

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora