Un cuerpo manchado

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Después de dos semanas, Kitami por fin sintió que podía ir al baño sin sufrir dolor. A veces notaba algún picor interno en la vagina, que había padecido lesiones más graves en comparación a la fisura, pero ya podía retomar el tenis sin tener esos molestos pinchacitos. Los resultados de la citología también la dejaron tranquila en cuanto a las enfermedades venéreas: estaba limpia.

Aunque inicialmente había hecho caso a Kozono para las competiciones, su salud no le permitió hacer ningún deporte ese tiempo. La japonesa no había parado de llamarla al teléfono rayando de nuevo el acoso, hasta que se vio obligada a bloquearla. Para su suerte, Nami aún estaba recuperándose y su vida en la Academia se limitaba a las reuniones con el Consejo. Tenía amigas de confianza que le pasaban los apuntes de todos los días y no necesitaba nada más para llevar los estudios al día. Pero se recuperaba rápido, muy rápido, y cada vez se cruzaba más con ella por los pasillos. Para Kitami era un gran alivio que Kozono siempre estuviera ocupada, pero... por otro lado, también se sentía mal. Sabía que había pedido la emancipación para adelantar una boda que no deseaba. Y por otro lado más, se sentía como una mierda porque casi todas las noches la necesitaba. Echaba de menos su fragancia y sus caricias. No sabía por qué se sentía así después de todas las perrerías que le había hecho, era algo que se escapaba a su razonamiento, casi parecía irreal... pero no lo era. Había noches en las que pasarlas sin llamarla era un auténtico calvario. De todas formas, tenía una voluntad de hierro. Ni siquiera esa poderosa sensación de necesidad afectiva por parte de Nami la doblegó, sino que se sobrepuso a ella, y al cabo de un tiempo lo agradeció. No veía el momento en el que buscar un nuevo instituto donde matricularse. Lastimosamente, con el curso ya tan avanzado, no la aceptaban. Tendría que aguantar el tirón. Hiroko la había animado a denunciarla prometiéndole un buen abogado. Pero Reika se negó después de conocer a la familia Kozono más de cerca. Temía acabar con un tiro en la cabeza.

Lo único bueno de aquellos días, es que la lejanía con ella le hizo, muy poco a poco, relacionarse con más personas en clase y retomar amistades. Era una muchacha alegre y cariñosa, y la gente de buen corazón que la rodeaba percibía rápido aquello.


Mansión Inagawa


El hombre la tenía fuertemente agarrada del pelo. Le gustaba que fuera largo, porque así podía enrollarlo bien con la mano y dominarla mejor. Era una muchacha dura, de eso no había duda. El único acto humano que la notó hacer fue quejarse un poco al principio, cuando le metió la polla en seco y la dilató a empujones, pero por lo demás, era totalmente muda. Así que cada vez que volvía a follarla lo hacía más fuerte, y cada vez más fuerte y más fuerte, siendo un auténtico animal.

Pero Kozono tenía un aguante impresionante.

—Eres... preciosa, Nami... menudo cuerpazo que tienes...

Nami nunca le contestaba, ni tampoco le miraba. Aquel era su nuevo marido y no dudaba en recordárselo todas las noches. Odiaba ser penetrada por un hombre. Lo odiaba, la asqueaba. La hacía sentirse inferior. Pero tenía un enorme umbral del dolor, y su ego se sobreponía a todo daño que pudiera recibir. No sentía nada por él que no fuera también asco. Cuando le oyó gemir y embestirla más fuerte cerró los ojos, conteniendo las ganas de vomitar. Siempre se le corría adentro en todos los malditos encuentros, encuentros que, desgraciadamente para ella, eran muy, muy numerosos. Entonces la soltaba del pelo y le volvía a recordar el buen cuerpo que tenía.

—Tu padre le dijo al mío que no eras virgen por un accidente que tuviste de pequeña cayéndote del caballo.

Kozono le miró a los ojos, carente total de sentimiento y atención alguna. El hombre se encendió un cigarro. Tenía el pecho cubierto de tatuajes de su organización criminal. La tocó del seno, sensualmente.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora