Primera apropiación

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Kozono entregó el pelo de Kitami y los papeles firmados y llaves que había solicitado para el aula subterránea a Hiroko. Ésta pudo preparar su altar allí abajo y decidir cómo iba a llevar aquel negocio con los propios alumnos, pero tratando de llamar la atención lo mínimo posible.

Durante aquella semana, Reika había pasado mucho tiempo con Kozono. Tuvo que reconocer que parte de ella seguía desconfiando, pero no podía negar que había algo muy atrayente también... empezaba a comprender por qué todo el mundo perdía la cabeza con ella y por qué o la odiaban o la amaban. Pero había algo más. Paulatinamente, su mente comenzaba a asociar el olor natural de Nami con algo positivo, fuerte y cada vez más y más cautivador que para ella no tenía explicación. Le gustaba, cada vez más. Pero luchaba por tener los pies en la tierra. Fuera lo que fuera lo que sintiera el resto por ella, era respetada, y una excelente alumna de matrícula en todas las asignaturas. Sólo dos clases con ella en privado le hizo comprender con facilidad cómo funcionaba la trigonometría y sintió que salía de un bache importante. Además, ahora cada vez que llegaba a casa había un perrito bebé que requería de su cariño y atenciones, y Reika disfrutaba haciendo de mamá.


Cuando acabaron las clases, ya llevaba diluviando bastante rato. El diluvio pilló por sorpresa a casi todos los alumnos, que se escabulleron deprisa. Junko se había dejado el paraguas en casa como todos los demás, así que bufó al ver lo rápido que el pelo y la ropa se le humedecía mientras caminaba rápido hacia la estación. Una limusina corta, de color negro impecable, paró a su lado. Se bajaron las ventanillas.

—¡Junko! ¡Súbete, te estás mojando entera!

Junko paró de andar y miró sorprendida que Reika era quien le hablaba. Tras ella, sentada a su lado, estaba Kozono, que le devolvía una mirada inexpresiva y altiva. Las había visto juntas alguna que otra vez... y Junko la conocía. La conocía lo suficiente como para saber cuándo tonteaba con alguien aunque no lo pareciera en público. Pero ahora lo confirmó al verla subida en la limusina. Rara vez llevaba a nadie.

—¿Adónde... adónde vais...? —preguntó, mirándolas.

—Nami me lleva a casa, aunque primero vamos a por el perrito que está en la suya. Te he visto y le he dicho que te lleve también. ¡Vamos, sube, te resfriarás!

Junko hizo un esfuerzo mental para convencerse de que sólo llevaba a Kitami en la limusina por aquel motivo... pero es que ese motivo escondía el otro motivo detrás. Kozono no solía regalar asistencia por nada a cambio.

—Sube al coche, Mochida —murmuró Kozono. Junko no se resistió y subió rápido a la parte de atrás, frente a ambas. Cerró rápido la puerta y se puso el cinturón.

—Gracias... no hacía falta.

—Sí hacía. No quiero que te resfríes.

Junko sintió que se ruborizaba al oír esas palabras de boca de Nami. La miró y sonrió un poco, pero enseguida apartó la mirada. Las pocas veces que había ido allí subida habían hecho el amor, unas tres o cuatro veces. Esos recuerdos la invadían. Al mirar a Kitami, se dio cuenta de lo bonita e inocente que era.

—Tengo ganas de ver a Byto.

—¿Byto...?

—Es nuestro perrito, es apenas un bebé. Su madre debió de morir, y el pobre se quedó solo... —explicaba Reika.

¿¡Nuestro!?, a Junko se le escapó una risita.

—Pero Kozono-san... pensé que odiabas a los anima-...

El diluvio entonces empeoró, cortando la última palabra de Junko. Reika las miró a ambas sin entender, pero se sacó el móvil y buscó una foto de Byto. Se la mostró a Junko.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora