Una buena esposa

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—Ay, Nami... ¿hay alguna otra cosa que prefieras comer...? ¿Un poco de arroz blanco?

—Se me pasa... se me va a pas... —la cortó una nueva arcada. Reika sonrió con ternura.

—Te encuentras mal. No hables... echa lo que tengas que echar.

Nami no entendía cómo su organismo podía ser tan sensible. Era asqueroso el proceso de generar una nueva vida. Al cabo de diez interminables minutos, por fin sintió que su estómago se asentaba solo.

—Ya está. Ya estoy mejor...

Reika la ayudó a ponerse en pie y tiró de la cisterna.


Después de prepararle algo de arroz, Nami se sintió algo mejor. No podía ni acercarse a la cocina. Además, después de aquel asqueroso episodio se notó un malestar corporal que tardó en irse. 

—¿Mejor...?

—Sí. No sé qué me ha pasado.

Reika suspiró, con una sonrisa triste.

—Pues si quieres te lo explico rápido...

Nami ascendió la mirada a ella con lentitud y cabeceó una negativa.

—No, no es lo que piensas.

—Bueno... sólo te digo que por lo menos deberías asegurarte. Porque supongo que... estando casada con él, ya habréis... —Reika habló con cautela y con pesar. Le dolía imaginarse que Nami podía haber sido forzada, y de no haber sido así, igualmente le dolía saber que mantenía relaciones íntimas con cualquier otra persona—. Y perdona eh. Sé que no es asunto mío.

—Sí que es asunto tuyo —Nami descruzó sus largas piernas y gateó hasta Kitami. Ésta le devolvió una mirada algo lastimera, aunque no se esperó tenerla tan cerca. Su nariz estaba pegada a la de ella, y la acariciaba lentamente. Suspiró.

—¿Por qué dices eso....?

—¿Bromeas? Me gustaste desde el primer momento en que te vi —bajó una mano a su cintura y se pegó por completo a ella—, te lo dije... podemos fugarnos juntas. Yo no quiero estar con él.

—Nami... a lo mejor estás embarazada... y yo... yo no puedo irme sin más... es una locura...

—No lo estoy, estoy... con un tratamiento con pastillas. He tenido muchos dolores corporales y de cabeza desde que estoy con él. Es por eso.

Le mintió descaradamente, pero no pareció surtir un gran efecto en la otra. Para Reika no pasaba por alto la forma en la que le habían entrado esas náuseas tan repentinas.

—Bueno... como sea... no puedo irme sin más.

—Déjame verte —le murmuró en los labios, tomando a Reika por sorpresa cuando le gateó más cerca, hasta el punto de empezarla a tumbar. Reika la sujetó de un hombro, pero no se apartó de su rostro. La miraba fijamente.

—Nami... yo... estoy...

—¿Qué pasa...? —preguntó, al borde de la desesperación.

—Es que... he estado quedando con un chico. Nami, escúchame... —Nami evitó su mano y se le abalanzó encima sin fuerza, pero sí con cierta contundencia hasta atraparle la boca— Na... Nami...

Nami la ignoró y volvió a besarla. Enterró los celos con el arduo pisotón de las ganas de follarla que le tenía. Despacio, logró empujarla con su propio cuerpo hasta el suelo. Reika suspiró y ante su insistencia acabó correspondiéndola con mucho pesar. La relación con Riku había empezado a "ir hacia alguna parte", aunque ahora, teniendo a Nami sobre su cuerpo besándola y apropiándose de uno de sus senos con esas ansias, se daba cuenta de quién de los dos era el que le provocaba el auténtico torrente de sentimientos. Había cabos sueltos, su mente y su propio cuerpo se lo estaban diciendo. Empezó a balbucear entre beso y beso al sentir el frote que Nami ejercía con sus caderas, apretándose una y otra vez contra su entrepierna.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora