Eclipse lunar

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Suspiró impresionada al ver el semejante cargamento que tenía entre las piernas. No le gustaban los penes, pero era por lo que simbolizaban para ella a causa de sus recuerdos. Pensaba que los hombres no sabían usarlos. Había tenido sexo con tres hombres a lo largo de su vida y estaba convencida de que jamás disfrutaría con ellos a menos que los tuviera sometidos. Lo que se traducía nuevamente en lo que pasaba ahí y ahora: ser ella la que los utilizaba. Pero estaba alucinando. El libro, ¡era real! ¡No  estaba loca! ¡Todas esas absurdas creencias que luchaban contra la práctica de la magia negra eran en balde! 

Ni siquiera sé por qué me permití dudarlo. Lo poco que he intentado con él ha funcionado. El mundo de la ciencia temblaría.

Igualmente, el libro del monje avisaba del cansancio físico que tendría cuando la práctica sexual culminara, así como la posibilidad de que el miembro perdiera solidez en cuanto el eclipse hubiera pasado. Nami quería saber cuál era el placer masculino sin dejar de ser mujer. Ver si era igual o superior. El que le había tocado poseer no era gigantesco ni desproporcionado, pero sí de un tamaño superior a los que ella había visto, fuerte, marcado por venas y ligeramente curvado hacia la derecha. Miró a Kitami tumbada bocabajo, con las prendas inferiores bajadas a la altura del muslo de su intento de penetrarla antes con uno de sus strapon. Se acercó a Kitami y, con esfuerzo, logró levantarla de la cama y situarle los pies, pero no pudo con su peso y se volvió a volcar sobre las sábanas.

No era fácil levantar el cuerpo de una muchacha cuya voluntad prácticamente estaba dormida. No al menos cuando la que lo intentaba era otra muchacha.  Después de dos intentos infructuosos, Nami se puso a sus espaldas, se agachó y le rodeó la cintura con ambos brazos. Contó hasta tres y la arrimó contra su propio cuerpo de golpe, poniéndose en pie con fuerza y mucha más rapidez, y se giró lo más rápido que le permitieron las piernas para estamparla sobre su escritorio. Un balbuceo se escapó de los rosados labios de Kitami. Nami evitó que se escurriera hacia abajo al hacer un último esfuerzo de soportarla en peso y elevarla, hasta que su cuerpo quedó tendido sobre la mesa de cintura para arriba. Trabó sus piernas con las suyas propias y entonces, por fin, pudo respirar un poco. Estaba muy excitada. Su miembro estaba como un ladrillo obligado a apuntar hacia abajo al tenerla pegada, pero cada vez más duro con la presión con la que se adhería a las nalgas de Kitami. La morena suspiró y dejó caer medio cuerpo sobre Reika, soltando una bocanada de aire al sentir el suave aroma perfumado de la rubia invadirle las fosas nasales. Sacó la lengua y se llevó parte de esa acidez en sus papilas cuando la recorrió desde la base hasta la mandíbula.

—Na... Nam... hm... —Nami elevó unos escasos centímetros de su piel al escuchar cómo la nombraba. Tenía la mirada ida. Movía instintivamente las piernas, pero con debilidad. Debido a los cortos movimientos que hacía, empezó a desestabilizar sin querer la postura en que la otra la había puesto y comenzó a escurrirse hacia abajo otra vez. Nami volvió a rodearla con el brazo derecho y emitió un gemido de esfuerzo cuando la volvió a colocar sobre la mesa.

—Deja de moverte, coño —la regañó, entre suspiros. Pensó en despojarla de la ropa por completo, porque lo que más deseaba era verle esos enormes pechos que tenía mientras la hacía suya, pero aquello iba a estar complicado. Tendría que voltearla. Y sólo colocarla allí la había cansado. La recorrió con la mirada de cintura para abajo, pensando en qué gozada se pegaría con ella primero.

—Ah —soltó sin querer a Reika por pura impresión y se llevó una mano al tronco, con expresión de dolor. Estaba tremendamente excitada. Su cuerpo demandaba algo, y lo hacía con premura. Era como si su pene ordenara ser utilizado cuanto antes. Al mirar a Kitami seguía respirando mansamente sobre el escritorio, parpadeando apenas. Sería difícil mantenerla en esa postura, Nami no tenía la suficiente fuerza y Reika no era dueña de su cuerpo en esos momentos. Tomó aire mentalizándose de que tendría que volver a moverla a la cama. No. Mejor al sofá. Era amplio y tenía reposabrazos que le elevarían el culo por defecto. 

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora