Una llave difusa

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Reika agradeció, por su propia salud mental, la recuperación rápida de Nami. A ella la dejaron en prisión preventiva hasta que la propia Inagawa pudo alegar mediante papel y bolígrafo que Reika sufría de alucinaciones, que necesitaba amparo psiquiátrico con urgencia y que ese fue el motivo por el que la atacó. Pero la policía le dejó la cabeza frita a preguntas a Kitami. Cuando aunaron los hechos proporcionados por las dos, no coincidían en nada, y entonces el fiscal empezó a meter el hocico más de lo necesario. Nami pidió a abogados de su familia que no interfirieran los medios ni tampoco la policía, y no presentó ningún cargo contra Reika, así que ésta pudo salir sin mayor problema. Hubiese preferido quedarse en la cárcel una buena temporada antes que enfrentar el mundo de nuevo, pues en él estaría Nami acosándola.

Nami había padecido por su estrangulamiento daños leves en la tráquea, los suficientes para adormecerla de pies a cabeza unos minutos. Y los suficientes para tenerla lejos de verbalizar unos días. Su esclava le había dado una dosis de realidad, y es que la vida era frágil y no estaba para dar la espalda a nadie. Se había fiado en todo momento de la dulzura e inocencia de Reika y aquello casi la conduce a la muerte.


Estando en mitad del servicio como dependienta en la tienda de ropa donde la habían contratado, a Reika le empezó a vibrar el móvil. Lo dejó en silencio, pero notaba, incluso estando dentro del bolsillo de sus pantalones, que la pantalla se encendía una y otra vez, indicando que Nami no se cansaba de llamarla.

"Estoy en el trabajo", logró escribirle a hurtadillas en un punto ciego de las cámaras de seguridad.

"Sólo necesito que confirmes la hora a lo de mañana".

"Estaré a las cinco."

Nami no tardó ni dos segundos en reaccionar a aquella respuesta, dejándola por fin en paz. Reika suspiró cerrando los ojos. Riku también le había escrito preguntando por su disponibilidad ese día. Pero si quedaba con él, sería difícil después buscar una excusa para ir a casa de los Kozono sin que resultara sospechoso, dadas las macabras circunstancias. Se había librado de la cárcel por los pelos. Obviamente, en un primer momento la policía no pasó por alto el hecho de que Nami fue hallada a medio asfixiar y completamente desnuda, tal y como también estaba Kitami. Y era preferible la carta de la psique alterada antes que la del lesbianismo, al menos en el caso de la familia Kozono. Aquello no había por donde tomarlo. 

Volvería a encontrarse con Nami... y encima, en la propiedad de sus padres. El hermano más grande, primogénito de Rukawa, había insistido al parecer en que su hermana estaría mejor atendida en esa mansión que en el domicilio donde Nami vivía sola desde que era viuda. Nami no había perdido el tiempo esos días, ni aún con las cuerdas vocales irritadas. Le había gustado Odette, la nueva asistente de hogar que sus hermanos habían contratado. Su cuerpo era similar al de Reika, pero más bajita aún, y tenía el pelo oscuro. Guapísima como ella, aunque de mayor edad. Ni siquiera aparentaba los años que tenía, así que a Nami poco le importaba, ya que se creía superior que cualquiera en cualquier término. Y como ya era costumbre en sus conquistas rápidas, Odette no se resistió a los fingidos encantos de Inagawa. Otra mujer más que se prendaba de la carcasa del diablo, justa y precisamente la razón por la que esa y el resto de chicas no llegaría a conocer al auténtico diablo que se escondía tras la máscara. Ese escenario tan terrible solo estaba reservado a las personas que le decían que no o que trataban de hacerle algún tipo de desprecio. Nami solía ser correcta y meticulosa con sus víctimas. Generalmente prefería no perder tantísimo los nervios, con Reika era innegable que se le había ido de las manos varias veces, desde la primera vez que la había forzado. Por suerte, no tenía los recursos para detenerla, y eso le había generado un placer recóndito que ella misma desconocía hasta que lo había vivido.

Dominancia enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora