Capítulo 0

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Roxanne Blackwin entró empapada en el portal de su edificio de Chicago. Su normalmente ondulada melena rubia estaba empapada, pegada a su cabeza y cuello; al igual que su ropa a las curvas de su cuerpo. Después de pasar todo el día estresada, dando los últimos toques a su nueva línea de ropa invernal. Y lo último que quería era calarse nada más salir de la nave donde tenía el taller. Además, según el chico mono del tiempo del canal 42, iba a ser un día agradable para ser octubre, lo que sólo ha resultado una farsa. Se paró enfrente de las puertas doradas del ascensor deseando que se abriesen ya, para poder ir a su apartamento y quitarse toda la ropa calada.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor y pudo verse reflejada, pensó que parecía a un perro mojado y seguramente oliese como uno. Pero su cabeza se desconectó al instante, pensando en la botella de vino tinto afrutado que le esperaba en la cocina y que tanto se merecía. Eso y ver el último capítulo de la serie "Chicago Fires", a la cual se había enganchado hace poco. Esa había sido su rutina últimamente. Y todo desde que su mejor amigo, Carlos Baker, se había echado novio. ¡Novio! Él que siempre dijo que era un soltero empedernido y que ningún hombre podría echarle el guante, había sucumbido a la tentación. Como todos los conocidos y amigos. Y por lo que veía, ella no saldría de la zona de solteros, no en un futuro muy cercano. Se conformaría con su buen amigo el vino, sus series y novelas románticas.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta séptima, se dirigió a la puerta que tenía una " A" sobre ella, mientras sacaba las llaves. El otro apartamento de su rellano llevaba vacío bastante tiempo. Nada raro, porque valía una fortuna pero era normal, es lo que se pedía por un apartamento en el centro y de primera categoría. Al entrar en casa, se descalzó de los tacones que le machacaban los pies tirándolos por el amplio salón-comedor. Se dirigió al baño privado de su dormitorio, directa a la ducha y sacarse el frío del cuerpo. Al salir decidió ponerse un pijama de camisa y pantalón largo de franela de los típicos cuadros verdes y rojos. Y acordándose de su querido alcohol, se dirigió directa a la cocina de última generación para descorchar la botella. Mientras que ésta se aireaba se hizo un sándwich vegetal y buscó la serie en el gran televisor del salón. Justo cuando iba a empezar, se sentó en el sofá con el plato del sándwich en sus piernas, una copa grande en la mesita de té y al lado la botella.

-Dulce vida - dijo para nadie. Aunque en el fondo no lo pensaba. Podía estar rodeada de miles de personas por el día, pero la noche era diferente. Ella estaba sola, sin nadie que la esperase ni se alegrase por su llegada. Nadie que la abrazase por la noches. Sola. Aunque nunca lo admitiría.

Durante el primer intermedio de anuncios aprovechó para quitarse las lentilla y ponerse sus gafas. La verdad es que la sorprendía que no le hubiesen picado antes los ojos, no solía aguantar muy bien las lentillas y menos si las lleva desde primera hora de la mañana que había ido al taller y de ahí no había salido hasta la tarde noche. Una vez puestas las gafas miró el reflejo de su cara. Tenía una cara simple según ella; con pómulos poco marcados, labios gruesos, pero lo que más llamaba la atención son sus ojos. Violetas. Exóticos. Extraños.

Volvió al salón junto a su tercera co y se repantigó en el sofá durante el resto de la serie. Cuando ésta terminó decidió irse a dormir, en fin, tampoco tenía muchas cosas que hacer.

-"Hace mucho tiempo que ocurrió pero nadie lo ha olvidado. Hubo un grito tan desgarrador que aún se escuchan en los tejados..."- cantó con poca voz. Esa es su manía, cantaba o hablaba con ella misma cuando estaba sola, para evitar el silencio. Pocos lo sabían a parte de Carlos - "Desde entonces nadie más, camina por el bosque... Todos saben que al anochecer puedes encontrarte con el... "- dejó de cantar cuando se disponía a lavarse los dientes, que por mucho que la encantase cantar, hacerlo con un cepillo en la boca no era muy cómodo.

A los pocos minutos ya se encontraba metida en su cama de cabecero de forja, al calor de sus suaves sábanas amarillas.

-Buenas noches, mundo - susurró antes de dormirse.

No fue un sueño muy tranquilo gracias a los nervios que le provocaban la presentación que iba a hacer la noche siguiente. Tenía miedo de estropearlo todo, ahora que su nombre estaba empezando a ser famosos entre el mundo de telas y pasarelas,  y no sólo como la hija de Jeff Blackwin, uno de los mejores y más ricos empresarios del país. Esto lo había conseguido ella sola, sin la influencia de su padre. Y no quería que todo se fuese a la mierda. Porque como todos saben, se puede tardar años en conseguir algo y sólo unos segundos para destruirlo. Porque unos pocos segundos podían cambiar una vida.


Chicago Warriors (Editando)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora