Han pasado 4 meses desde que vi a Harry por última vez.
120 días desde que lo besé.
2.880 horas desde que ya no puedo sentir nuestro núcleo de almas gemelas.
Y 4 meses desde que el llanto y las pesadillas no han parado en mi vida.
Cada vez que cierro los ojos para intentar dormir, solo puedo ser capaz de soñar con Rabastan, cerca de la habitación de mi madre, estrujando su corazón y convirtiéndolo en un débil y frágil cristal. Todos los días sentía una opresión punzante por no saber cuando los Lestrange dejarían de jugar el gato y el ratón conmigo y actuarían contra mí familia.
Por otro lado, el llanto no paraba desde que no podía sentir las protecciones que causaba la unión de nuestros núcleos y nuestra magias unida. Todas mis pesadillas se trataban sobre la cara destruida de Harry como actué tan horrible contra él.
Poner distancia, cuando regresé a Hogwart, no funcionó. Al contrario, hizo más agonizante la separación.
Cambié mucho mi comportamiento en el colegio cuando regresé. Todos caminaban sobre vidrio roto cuando me veían. Debo admitir que desde que pisé la escuela no he sido otra cosa que un hijo de perra. Contestaba en clases altaneramente, provocando que le quitaran puntos a mi casa. Seguidamente, tampoco me importaba que la Snitch dorada pasara en frente de mis ojos, no tenía ganas ni de jugar Quidditch. Perdimos 2 veces por mi falta de concentración, causando que me relevaran de mi puesto de buscador.
No me importaba en lo más mínimo.
Actuaba despectivamente con los años inferiores, eso nunca lo había hecho. Siempre trataba de protegerlos y ahora yo era el que les causaba miedo. Cuando caía la noche estaba tan afligido por mis acciones que vomitaba en el baño y me sentía cansado durante horas. Hasta el día siguiente que mis emociones y mi carácter estaban a flor de piel y volvía a ser un idiota con todos.
La mayoría de los estudiantes sabían que no podían acercarse a mí, cuando los veía con una mirada fría y mi rostro amenazaba con cruciarlos si se atrevían a hablarme, solo giraban sus cabezas en dirección contraría.
Sin embargo, la regla de no hablarme no lo comprendió un chico de 4to año que estaba en Griffindor, y sin tener idea de que se estaba metiendo en la boca de una serpiente malhumorada, con la estupida valentía que los caracterizaba, se acercó un día hacia mí, para hablarme.
-Yo...yo-yo eh...bueno, so-solo queri-yo quería darte esto y....y decirte que eres mmuy...muy-eh lindo.
Ante mí, se encontraba una rosa roja que el pobre tonto sostenía con sus manos temblorosas. El chico me lo había dicho en voz baja, sin llamar la atención. Pero, era el hecho de que nadie se acercaba a mí en los últimos meses, y que este Griffindor lo haya hecho, que sorprendió a todos. Causando que dirigieran sus miradas a la escena que estábamos protagonizando.
Solo pude darle una mirada sin emoción alguna, había estado despierto por unas pocas horas ese día y ya sentía que mi cabeza iba a explotar. Sabía que esa mañana en particular algo iba a suceder, pero no creía que fuera esta tontería.
Volviendo mi atención ante el chico y la rosa, no dije nada por unos segundos. Esa rosa me hizo recordar el paisaje de los tulipanes blancos que Harry y yo habíamos visitado y se me aceleró el corazón de la ansiedad que empecé a experimentar.
No pude soportarlo.
Tomando mi varita, hechicé la rosa para que poco a poco se incendiera ante la vista de todos. Con voz decidida y tratando de no ser aún más cruel con el chico le dije.
-No me gustan las rosas, lo siento.
Sin esperar una respuesta y con los murmullos de los estudiantes, me di la vuelta y empecé a caminar, alejándome de ellos. Una mano tocó mi hombro, obligándome a ir más despacio.
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La vida de Harry Potter no tiene un día de aburrida
FantasyCuando el mundo mágico peligra, deben buscar la ayuda de Harry Potter. Él podría encargarse de los problemas que este mundo está por sufrir y volver a darles tranquilidad. Sin embargo, lo que él mundo mágico no sabe es que es el propio niño que vivi...