· U n o ·

8.9K 877 265
                                    


Los domingo por la mañana mamá solía despertarme con el olor de las tortitas recién hechas. Era el único día de la semana en el que me dejaba tomar café, y también salíamos a la terraza a disfrutar de nuestro desayuno.

Las dos solas, pero en compañía. Porque ninguna persona era mejor que mi madre. Nadie la igualaba.

En aquella época no lo sabía, pero era feliz. Nosotras dos contra el mundo. Nosotras dos planeando nuestro futuro. Nosotras dos juntas para siempre.

Pero la vida a veces tiene otros planes, aunque tú no los quieras. Aunque los odies.

Y aprendes a la fuerza que un "para siempre", en realidad no existe.

La vida se llevó a mi madre mucho antes de que fuese su hora. Un cáncer de estadio 4, con metástasis, al que ya no se podía vencer. Pusimos todo nuestro tiempo, dinero y esfuerzo en tratar de combatirlo, incluso cuando mamá se negó a recibir tratamiento para disfrutar de sus últimos días juntas.

Pero nada funcionó. Y aunque tuve algunas semanas para despedirme de ella, no estuve preparada cuando el momento llegó.

Porque nunca es suficiente tiempo.

Y ahora estoy sola en el mundo. Sin mamá. Sin la persona que ha sido mi única familia, mi otra mitad, durante mis diecisiete años de vida. Sin saber cómo continuar el camino a partir de aquí...

Hasta que ese maldito abogado apareció en casa tras su funeral.

—El juez ha decretado que debes vivir con su padre a partir de ahora, tu familiar más directo —había dicho ese hombre trajeado—. El señor Scott ha aceptado y se encargará de todo lo relativo a su traslado a partir de este momento, señorita Sco...

—Torres —interrumpí—. Novalee Torres.

Recuerdo que durante unos segundos me miró confuso, pero acabó por asentir y dejarme en paz. Y aunque mi amigo Ethan y yo buscamos las mil y una formas de librarme del terrible castigo de ir a vivir con mi padre, nada hizo cambiar de opinión al abogado. Ni siquiera cuando la madre de Ethan propuso que viviera con ellos y así no cambiar de ambiente.

Y ahora, este domingo en concreto, no sabe a tortitas recién hechas ni a café orgánico de la tiendecita de al lado. Sabe a prisas de aeropuerto. A asientos de plástico con niños llorando. A parejas a punto de embarcar en su luna de miel. A equipaje perdido. A toda tu vida metida en una sola maleta.

Sabe a un adiós.

A soledad.

Creo que tengo pase para soltar un poco de dramatismo, ¿no?

—¿Está ocupado este sitio?

Me vuelvo para mirar al chico que tengo en frente. Me sonríe con amabilidad bajo su barba de dos días. Tiene el pelo revuelto y la camisa mal abrochada. Casi podría apostar mi paga mensual a que es un universitario que vuelve a casa después de un fin de semana de juerga.

Sacudo la cabeza con una sonrisa suave.

—Adelante —añado.

Posa la mochila de tela a sus pies y se deja caer sobre el asiento con un suave gemido. Me vuelvo casi por curiosidad hacia él y lo descubro mirándome. Su sonrisa se amplía y siento la mía tirar de mis labios, pero no logra aparecer del todo.

Después de que mamá se fuera, a mi sonrisa siempre le cuesta dar señales de vida.

—Me llamo Joe, ¿y tú?

Estoy a punto de abrir la boca para responder, cuando delante de nosotros una mujer abre su revista. Hace años que no compro prensa en papel. De hecho siempre me reía de mamá cuando ella lo hacía, porque ahora todas las noticias interesantes aparecen en redes. Sin embargo algo llama mi atención.

Seamos Un Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora