· Veintiseis ·

5.4K 576 152
                                    


Nos vamos del restaurante sin probar ni una cuchara de nuestros postres. El viaje es sumamente incómodo y ninguno de los dos habla.

Braxton parece sumido en sus pensamientos, y yo...

Estoy apretando los puños con tanta fuerza que mis uñas se clavan en la palma de la mano hasta hacer sangre. Aunque he conseguido dominar las lágrimas, tengo los ojos hinchados.

Al llegar a la casa voy directa a la habitación, sin despedirme de nadie. Tampoco me siguen.

Trato de relajarme tomando un baño pero la tristeza se ha ido convirtiendo en rabia y enfado. En frustración.

Necesito sacarla.

Eso es lo que hace que, sin importar la hora, me plante delante de la habitación de Oliver vestida con mi pijama. Esta vez, por lo menos, me acuerdo de llamar a la puerta.

Abre a los pocos segundos. Al igual que yo, está vestido con el pijama, aunque en su caso solo se trata de unos pantalones largos y holgados, sin parte de arriba.

Se sorprende al verme y veo un rastro de preocupación en sus ojos cuando me observa.

—¿Estás bien? ¿Quieres hablar?

Sacudo la cabeza y niego.

—¿Es muy tarde para una sesión nocturna de defensa personal?

Alza las cejas, confuso.

—No sé si es buena idea.

Sus ojos bajan de mi rostro hacia mi brazo.

—Mi muñeca ya está bien —le aseguro, y la muevo como si quisiera marcar mi punto—. Y me vendría realmente bien, si no estás muy cansado, claro.

Sé que a estas horas le estoy pidiendo un gran favor, pero lo necesito.

Oliver me evalúa durante unos segundos más. No sé qué es lo que está pensando o si se ha dado cuenta de lo que me sucede, pero finalmente acepta.

—De acuerdo —dice, y sale de su habitación—. Vayamos al gimnasio.

Vestidos solo con nuestros pijamas y descalzos, avanzamos por el pasillo y caminamos hasta el gimnasio. El suelo está frío, pero no importa.

Solo quiero descargar toda esa energía, rabia y adrenalina que siento correr por mis venas. Es eso o ponerme a gritar.

—De acuerdo, ¿por qué ejercicio comenzamos?

Me encojo de hombros mientras los dos quedamos cara a cara encima de las colchonetas donde hemos practicado otras veces.

—¿Y si comienzas por intentar derribarme?

Asiento con la cabeza y trato de recordar los movimientos que me ha enseñado, pero con la muñeca rota han pasado bastante días y apenas me acuerdo. Mi cerebro también parece incapaz de concentrarse y siento que mi pie se mueve con nerviosismo, incapaz de quedarme quieta.

Así que sencillamente ataco y me lanzo contra Oliver.

Él, que me saca por lo menos una cabeza de alto y sus músculos son el triple a los míos, me frena casi sin esfuerzo.

—Así no, Nova. Vamos, concéntrate.

Me hago a un lado unos segundos, estrujándome el cerebro en recordar la técnica, y vuelvo a lanzarme contra él.

Nuevamente consigue frenarme.

Solo que esta vez no espero a que diga nada, ni descanso. Una y otra vez trato de ir contra él, de derribarlo, hasta que llegados a un punto estoy jadeando por aire, cansada, mientras Oliver sencillamente me sujeta entre sus brazos. No soy yo derribándole, es él inmovilizándome.

Seamos Un Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora