· T r e s ·

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Duermo prácticamente todo el día y toda noche. No bajo a la cena y tampoco salgo para nada de la habitación. En realidad, ¿para qué lo haría? Ya no queda nadie que me quiera por aquí.

Al día siguiente, tras tanto tiempo descansando, me despierto con los primeros rayos de sol. Mucho lujo pero en esta maldita casa no saben de la existencia de cortinas opacas.

He dormido en el pijama de fresas que mamá me regaló por mi diecisiete cumpleaños, hace casi un año. Me queda algo pequeño y tiene un roto a la altura del estómago, pero me recuerda ella. También el hecho de que según el juez solo debo vivir con Braxton Scott hasta que cumpla los dieciocho.

Una vez los tenga podré ser libre e irme de aquí.

Eso si no me echan a patadas, porque está claro que este hombre no me quiere en su casa. ¿Qué padre es incapaz de acercarse a conocer a su hija?

Uno que solo lo es sobre el papel.

—Vamos, Novalee —me digo a mi reflejo en el espejo de cuerpo completo de la habitación—. Aguanta unos cuántos meses.

Y con las mismas tomo aire y salgo de la habitación. Probablemente darse un baño y cambiarse de ropa fuese lo más adecuado, pero según mi teléfono móvil no son ni las siete de la mañana.

He tratado de ponerme en contacto con Ethan pero mi tarjeta SIM no funciona. Estaba a nombre de mamá. No puedo conectarme a internet ni llamar, y puesto que aún no sé la clave wifi, no me queda otra que salir a investigar y preguntar a alguien.

Necesito con urgencia hablar con Ethan. Conectar con la realidad. Con mi realidad.

La casa se encuentra en completo silencio y me siento como una instrusa. Los pasillos apenas están alumbrados por la luz del día y no se oye nada. No es hasta que llego a la planta baja que empiezo a notar presencia humana.

Mientras me acerco a una sala voy dándome cuenta de que lo que oigo es un teléfono móvil, pero todo se queda en silencio cuando entro a lo que parece el comedor.

Es una sala decorada con esmero. Paredes lujosas, lámpara grande y colgante, mesa de roble oscuro... y solo un comensal ante un festín de café, pastelitos y huevos revueltos.

El chico, que no pasará los veinte años, deja el teléfono a un lado y lo bloquea. Cuando sus ojos se posan en mí siento un escalofrío. He visto ese rostro miles de veces, pero nunca en persona. Reconocería ese cabello arrubiado, el mismo que tengo yo, en cualquier lado.

Es Mateo Scott, mi medio hermano.

Noto sus ojos sobre mi a medida que me acerco. ¿Sabrá él quién soy yo? ¿Alguien le habrá explicado que venía? De pronto me imagino a Braxon Scott poniendo una mano sobre el hombro de su hijo y confesando en voz grave:

"Mateo, tienes una medio hermana. Su madre ha muerto y ahora vivirá con nosotros".

Saco esa idea rápidamente de mi cabeza. Si ni siquiera se ha dignado a conocerme en persona todavía, dudo mucho que Braxton haya hablado de mí.

Finalmente llego a una silla a unos cinco metros de él y carraspeo. Poso una mano en el respaldo antes de susurrar un tímido:

—Hola.

Él me observa hasta el punto en el que resulta incómodo. Un hombre sale de una puerta con un vaso de agua. Cuando me ve casi se le cae pero lo deja al lado de Mateo. Después se retira con rapidez.

Y de pronto mi hermano susurra:

—Novalee Scott.

—Es Torres.

Seamos Un Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora