· C a t o r c e ·

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Todo a mi alrededor se silencia.

Los ruidos de la fiesta, los chicos que nos rodean silbando y aplaudiendo.

La música.

Incluso dejo de sentir el leve frío de la noche que se colaba dentro del porche.

Ahora todos mis sentidos están puestos en una única cosa: Oliver, y cómo sus labios son suaves y delicados bajo los míos.

O en cómo su barba incipiente pica bajo mis dedos.

O en su respiración, mezclándose con la mía.

El tiempo se congela y de pronto, como si me hubiesen golpeando con un balde de agua fría, me doy cuenta de lo que acabo de hacer.

MIERDA MIERDA MIERDA.

¡Lo he besado!

Corrección:

¡EN ESTOS MOMENTOS CONTINUO BESANDO A MI GUARDAESPALDAS!

El repentino pánico hace que me quede congelada. Contengo la respiración y el corazón me comienza a martillear con fuerza en el pecho. Tengo los ojos cerrados y durante las siguientes milésimas de segundos, que se me hacen muy largas, planifico cómo alejarme de él, como soltar sus mejillas y separar los labios, sin que resulte más embarazoso de lo que sé que será.

Y lo peor: tampoco quiero hacerlo.

Hasta que Oliver entreabre sus labios sobre los míos y profundiza el beso.

Se me corta la respiración, tomada por sorpresa. Siento que sus manos se deslizan por mi cintura y tira de mi cuerpo contra el suyo mientras el sabor de su boca se apodera de la mía. Las voces y la música vuelven, pero no les presto atención.

Ahora es Oliver quien me está besando a mí. Sus dedos se cuelan bajo mi blusa, acariciándome la piel, y creo que me deshago. El calor comienza a crecer en mi interior a una velocidad que me hace estremecer.

Deslizo las manos por sus mejillas hasta llegar a su cuello. Entierro los dedos en su cabello. Es mucho más suave de lo que imaginaba. Y me fundo. Total y completamente. En este maldito beso.

Estoy tan metida de lleno en él, devorándole con cada latido de mi corazón, que no me doy cuenta de en qué momento soy yo quien vuelve a llevar la voz cantante. Hasta que Oliver aprieta un poco más mi cintura, tomándome de ella, y me hace girar.

Sus labios apenas abandonan los míos mientras me levanta con una facilidad pasmosa y me sienta en la barandilla del porche. Aprieta contra mis piernas y yo las abro para dejar que se cuele entre ellas.

El ímpetu hace que me incline hacia atrás, pero estoy bien sujeta a su cuello, y él me aprieta con fuerza contra él. No me importa nada, ni el momento, ni el lugar. Solo el con quién. Lo que está pasando. Lo que me hace sentir.

En estos momento creo que podría estar besándolo durante toda mi vida.

No sé cuánto tiempo pasa, cuánto seguimos comiéndonos el uno otro. Solo sé que no es suficiente antes de escuchar una conocida voz carraspear a nuestro lado:

—¿Debería informar sobre esto a mi padre?

Me separo despacio de Oliver. Alarmantemente despacio, porque parece que cada célula de mi piel grita por permanecer pegada a él.

Primero son sus labios los que se alejan y después siento frío cuando aparta las manos. Me veo obligada a quitar las mías de su cabello mientras se termina de alejar. Cuando me giro, todavía sentada en la barandilla y con Oliver a apenas un paso de distancia de mí, encuentro a Mateo. A juzgar por su expresión, no parece nada contento de lo que acaba de ver.

Seamos Un Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora