· T r e i n t a ·

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No tengo ganas de ir a la inauguración de la discoteca del amigo de Mateo.

En realidad, solo quiero quedarme en casa viendo mi maratón de series. Y en silencio, mientras termino de aplicarme el pintalabios frente al espejo, me lamento: ¿por qué dije que sí?

—Déjame, me gusta ese color.

Me quito del sitio del tocador y le paso el pintalabios a Fleur. Nos hemos maquillado juntas en mi habitación, y entre eso y la música que ha puesto, me ha levantado el ánimo.

Además, Mateo está bastante emocionado con la idea de salir esta noche, y Braxton me ha dado una nueva tarjeta de crédito a gastar. En realidad se la dio a Daniel, su asistente, y él a mí. Ni siquiera sé cómo tomarme ese gesto.

El dinero nunca igualará la calidad del tiempo en compañía. O del interés. O del amor.

—Te queda espectacular —admito.

Fleur es guapísima, y el tono rojo resalta sobre su piel y hace brillar sus ojos azules. Apenas nos hemos podido ver los últimos días porque ha tenido mucho trabajo en la casa y también exámenes en la universidad, pero siempre saca tiempo para ser amable conmigo.

—Nos quedan cinco minutos antes de que Mateo comience a aporrear tu puerta para decir que llegamos tarde —comenta tras mirar la hora en la pantalla de su teléfono—. ¿Nos vestimos?

—Claro.

Tal como ella predijo, cinco minutos después Mateo llama a la puerta a gritos. Pero a Fleur no le ha gustado nada como le queda hoy el vestido que ha escogido, y tampoco está de acuerdo con mi elección.

—Estoy hinchada por la regla —se queja—. Y tu pareces mi tía abuela Felisa.

—¿Y eso está mal? —Pregunto, por ambas frases.

Pero ella solo responde:

—Tienes sesenta años menos que mi tía abuela Felisa, claro que está mal.

Miro el vestido negro en el espejo. Si soy sincera, no es mi elección favorita, pero refleja el estado de ánimo en el que me encuentro. En el que me he encontrado los últimos meses.

De luto.

—¿Qué tal algo más animado?

Me pasa uno del armario que no reconozco. Alguien en la casa ha renovado mi vestuario, pero teniendo en cuenta el tamaño de los armarios y la micromaleta con la que llegué a la casa, es lógico que haya espacio de sobra.

—O este.

Ambos vestidos están bien, así que escojo el plateado y marcho a cambiarme mientras ella continua metiendo la nariz hasta el fondo del armario.

La dejo en el vestidor mientras me cambio en el baño, y debo admitir que tiene razón. Es un vestido sencillo, con el tirante cruzado y pegado al cuerpo, pero parezco un poco más yo. Y me siento un poco mejor cuando la chica del espejo me devuelve la mirada.

—Esta noche pásatelo bien, Nova —le digo—. Solo una noche, ¿vale? Te lo mereces.

La chica del reflejo no parece muy convencida, así que añado:

—Mamá lo querría así.

Y solo con eso, mis ojos brillan con más seguridad.

Cuando regreso al vestidor Mateo vuelve a llamar a la puerta.

—¡Ya vamos diez minutos tarde!

—¡Perdón! —Exclamo—. ¡No tenía nada qué ponerme!

Lo escucho refunfuñar pero sus pasos se alejan de la puerta. Al llegar con Fleur, ha tomado un vestido rojo de mi armario.

Seamos Un Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora