capítulo 24

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Desperté cuando el sol estaba en su punto más alto y todo en lo que podía pensar era en el hermoso hombre frente a mi. La preciosa piel suave y oscura de su espalda estaba expuesta en su totalidad para mí, así como el resto de su cuerpo apenas cubierto por mis sábanas. La noche anterior me convertí en una bestia salvaje y desesperada, y él se convirtió en mi amante, en aquello que más deseo en el mundo, la fuente del más divino placer en esta tierra, mi todo, mío.

Acerqué mi rostro a su espalda y sentí su olor, el aroma de su piel me llamaba a probarlo. Deslicé mis dedos en una caricia ligera sobre la línea de su costado, ese punto de vista que muestra la inmensidad de su persona en contraparte con el mundo exterior. Recorrí las colinas de su cuerpo con el sol atardeciendo en sus hombros.

No pude resistirme a probar su piel, a tener su sabor en mi lengua. Deslicé mi nariz un poco más arriba, hasta llegar a su nuca. Esa piel tan frágil y vulnerable, listo para ser mordido y pertenecerme en cuerpo y alma para siempre. Ojalá fuera un animal para poder marcarlo con una simple mordida, para volverlo completamente mío. Pero soy humano, tanto que prefiero pensar en la suavidad de su cabello, en la oscuridad y frialdad coronando su cabeza.

Pensé en él, en devorarlo ¿cuánto podría demorar en comer todo su cuerpo? Por que nadie podría quitarmelo si viviera dentro de mí. Y podría, si tan solo la soledad no fuera capaz de consumirme en vida, el mismo día que ya no pueda ver sus ojos o escuchar su voz. Que dios guarde mi alma si vivo solo un día más que él.

Naya tiene razón, soy demasiado dramático.

Mis labios recorrieron la amplitud de su piel con ruidosos besos descuidados, mientras mis manos se deslizaban por sus costillas, deleitando mi tacto con cada textura que estuviera a mi alcance. Naya despertaba lentamente pero mantenía los ojos cerrados mientras se acurrucaba más adentro entre mis brazos, incluso extendió su cuello para que pudiera seguir besandolo. Cuando encontré uno de sus lindos pezones lo encerré entre mis dedos y jugué con él. Naya apretó sus piernas e intentó escapar de mi agarre, pero eso solo consiguió que siguiera divirtiendome con su cuerpo. Gemiditos y suspiros no se hicieron esperar mientras lo sostenía como a la cosa más preciada en el mundo.

— Franco — exhaló mi nombre con dulzura, con deseo, como tanto había hecho en la noche. Él me volvía completamente loco.

— Naya.

Seguí besando su cuello y parte de su mejilla. El volvió a gemir cuando mi mano bajó hasta su entrepierna y lo acarició. Él atrapó mi mano entre las suyas e intentó detenerme.

— esperá.

— no quiero esperar, te quiero ahora.

— pero...

— solamente un poco, por favor. Te necesito.

Naya terminó cediendo, dejó que siguiera tocándolo e incluso llevó su mano hasta mi pene, se movía lento pero firmemente.

Había algo en sus ojos cerrados, el temblor de sus labios y los sonidos que escapaban de él. Es lo más hermoso sentir su aliento tan cerca de mí, escuchar su corazón acelerado como el mío, enredar nuestros cuerpos casi como si fueramos capaces de volvermos uno solo, un alma vagando en la eternidad.

Ese sentimiento encantador que llena mis sentidos, solo quiero flotar con él entre sábanas blancas como nubes suaves que me acarician mientras me pierdo en su cuerpo.

Y lo besé otra vez, besé cada parte que pude. Y él me besó como si muriera por cada uno de mis besos y en su boca me derretí hasta perderme entre sus labios. Quería desaparecer entre sus pestañas y los lunares en su rostro, entre cada peca y las comisuras de su boca, entre las grietas de sus labios y seguir deslizandome entre sus dientes y ser envuelto por su lengua.

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⏰ Última actualización: Oct 14 ⏰

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