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Annalise Lim Wise


La cama está demasiado cálida como para moverme. Huele demasiado bien y las sábanas están demasiado impregnadas en mí. Sería un pecado levantarme, pero mi puesto lo he descuidado demasiado y tengo que ganar la posición de jefa del departamento internacional de artes. Es algo he venido codiciando desde hace años, me preparé demasiado para esto. Si lo pierdo, tendría que esperar años para volver a postularme. La licencia de maternidad de Aidan me atrasó mucho y tomaron ventaja sobre mí.

Termino mi ducha matutina, me pongo ropa interior y una bata y salgo a ver qué tanto ruido hay afuera de mi habitación.

—No lo recuerdo, pero decía que el ángel y el demonio se enamoraban a cada cien años. Uno renunciaba a su paz, y el otro renunciaba a su odio.

—¿Y los ángeles y los demonios son felices?

—Sí, hasta que la sociedad se entromete. La gente no soporta ver feliz a un enemigo, menos con su especie. Por eso todos son infelices —la espalda desnuda de Yohan es una escultura tallada por demonios y ángeles.

Yohan le está sirviendo un sándwich a Aidan. Él ya está vestido con el uniforme. Me pregunto de dónde salió la plática de esa frase familiar.

—¡Mami! Bonjour —Le doy un beso en la frente y doy la vuelta de la barra desayunada para meterme a la cocina.

—Buen día —saludo a Yohan de largo. Creo que ambos estamos conscientes de que no podemos ser muy cariñosos frente a Aidan. No me he tomado la tarea de explicarle las cosas, solo tiene cinco años y medio. Me vio besarme con Marco dos veces por mis descuidos y tuve que explicarle que era mi novio y ahora cómo le explico que ya no lo será más y que me vea intentando las cosas con su papá de la nada. Aparte, los sueños de un niño siempre serán mantener a sus padres juntos, no quiero alimentar sus esperanzas con algo que aún no es seguro.

Me atacó con la nalgada que me pega Yohan cuando se agacha a disque ordenar los sartenes del lava vajillas. Miro a Aidan por inercia, pero él está concentrado en darle las fresas a Rocko mientras nadie lo ve.

Yohan intenta abrir mi bata, pero recuerdo que mi feminidad anda en sus días débiles. Le levanto la mandíbula con mis manos aún teniéndolo de cuclillas a mis pies.

—Sigo con... ¿Por qué tienes un golpe? —se levanta y su altura me deja más pequeña que él. Palpo la zona entre rojiza y morada qué abarca su labio y parte de la mejilla.

—Se golpeó cuando se cayó, mami. En el gimnasio. Por eso no puedo acompañarlo, porque puedo lastimarme yo también.

—¿Acaso te agarraste con las pesas?

—No lo sé, es un golpe muy chistoso. Me lo merecía.

—Estás loco. Luego te echaré un ungüento. Tu padre se lo regaló a Aidan para cuando viene con moretones por el Taekwondo. Dice que tú lo usabas.

♣️Your♥️Eyes♦️Tell♠️ (♣️House♥️OF♦️Cards♠️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora