N.A: Broooo, mirad la ilustración que he encontrado en Pinterest. Son muy Edith y Darien.
Pd.: Último capítulo del año.—¿Edith Weiss, estás escuchándome?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo llevas sin tu periodo?
Trago saliva, ligeramente nerviosa cuando los ojos del señor Martin se clavan en mí.
—Cuatro meses.
Él vuelve a anotar en su libreta, con rostro serio.
—Entonces, estuviste ingresada hace un año y medio y luego te internaron cinco meses. Viniste a terapia por dos meses y lo dejaste.
—Así es.
—¿Qué te ha hecho volver?
—Quiero cambiar —él enarca una ceja, odio lo bien que me conoce—. Estoy al borde de una crisis.
—¿Has comido algo hoy? —su voz se suaviza.
—No.
—¿Por qué? ¿Es por esas pesadillas de nuevo?
Mi extremidades se sacuden con fuerza cuando mi mente viaja al pasado.
—Son recuerdos, no pesadillas.
—¿Recuerdas lo que hablamos sobre esto?
Yo asiento con la cabeza.
—Que ellas no tienen poder sobre mí, que sólo importa si a mí me importa y que ya no están aquí. Están lejos.
—Te asusta que tus padres te hagan volver a Edimburgo porque están ellas, ¿no es así?
—Sí —admito sin rodeos—, aunque tampoco quiero estar con mi madre.
El señor Martin no parece sorprendido con mi respuesta, pues no es la primera vez que hablo sobre esto.
—¿Qué te asusta de ella?
—Su control —suspiro, me cuesta horrores hablar de esto—, sus manías, sus comentarios, su exigencia...
—Ya veo —vuelve a escribir—. Entonces, debemos empezar por ahí. Dijiste que vendría todos los fines de semana para verificar que estabas bien, ¿no es así?
—Así es. Ella o mi padre.
—Lo que vamos a hacer es ponerle límites.
—¿Límites? —repito yo.
—Sí, Edith, eso es —observa mi reacción—. Muchas personas en tu vida han pasado por encima de tus límites porque no has sido clara con ellos. No es culpa tuya y es más común de lo crees, pero vamos a cambiar eso.
—¿Cómo?
—Cuando tu madre suelte algún comentario desagradable o te exija algo que no puedes hacer, se lo dirás. Parece sencillo, pero no lo es.
—Si se lo digo, se enfadará.
—Y si no se lo dices, seguirá pasando por encima de tus límites y jamás mejorarás —él suspira sonoramente—. ¿Sabes? Esto no sólo se aplica a tu madre, Edith. Es para cualquier persona que, con o sin intenciones, se propase contigo.
—Entonces, ¿la solución a mis problemas es limitar a mi madre?
—Quizás, no la solución, pero sí el principio. Sus comentarios y acciones te dañan y, según me dijiste, crees que ella es otra de las personas que contribuyó a que desarrollaras tu TCA.
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De corazones rotos y otros desastres ©
RomanceUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.