El señor Martin curva sus labios en una mueca de alegría. Pocas veces lo he visto ser tan expresivo conmigo.
—Así que este chico... Darien, te ha hecho volver a Edimburgo.
Yo asiento ligeramente.
—Fue sólo por unas horas y ni siquiera fui capaz de comer, pero...
Él me interrumpe con un gesto de manos.
—Es un logro increíble —anota en su libreta palabras que no alcanzo a ver—. Hace unos días, jurabas que jamás pisarías Edimburgo.
Me encojo de hombros, algo avergonzada. El señor Martin lo nota enseguida y afloja su entusiasmo.
—Darien me convenció.
—No creo que fuese solamente Darien.
Muerdo mi labio, odiando lo mucho que sabe mi psiquiatra sobre la mente humana.
—Está bien, no fue sólo él —suspiro sonoramente, él aguarda a que yo continúe—. Pensé que no era justo que ellas me arrebataran algo como mi cuidad natal. Sigo sin querer vivir ahí y, desde luego, moriría si me cruzara con ellas, pero he de admitir que me sentí bien cuando recordé mi infancia en esas calles.
El señor Martin asiente y sonríe.
—Eso es perfecto, tu progreso es alucinante.
Pero yo, lejos de estar emocionada, trago saliva.
—No he estado comiendo, señor Martin.
Su rostro no muestra nada de lo que siente y yo agradezco enormemente no ver una mueca de decepción en él.
—¿Tu madre lo sabe?
—No, está muy ocupada con las preparaciones de Navidad porque enseguida viene mi padre por sus vacaciones.
—Tengo entendido que hoy está aquí.
—Así es.
—Está bien —sigue escribiendo—. Un bache no es un retroceso. Dime, ¿qué es lo que ha provocado este bache?
Retuerzo mis dedos con nerviosismo en mi regazo.
—La crisis empezó cuando mi madre escondió mi báscula —le explico—. He perdido el control de mi peso.
—Pero tú sabes que no tienes porque controlarlo, que tu peso está perfectamente bien.
—Esa no es mi opinión.
—¿Seguro? —me observa, atento— ¿De verdad que es tu opinión y no lo que te han dicho o te han hecho creer?
Titubeo y él sonríe victorioso cuando se da cuenta.
—Creo que antes de que mi TCA me dominara, me gustaba mi cuerpo, aunque no fuera normativo ni delgado.
—Eso es porque no necesitas tener un cuerpo normativo para ser bonita y quererte a ti misma. Cuando quieras dejar de comer para verte delgada, recuerda que tu cuerpo es solamente tuyo y que, si no lo cuidas, acabará pasándote factura.
—Sigo escuchando a esas chicas en mi cabeza, las pesadillas siguen.
El señor Martin me contempla durante un rato breve antes de contestar.
—Te voy a ser sincero: quizás, las voces o las pesadillas no se vayan nunca —él suelta una pequeña risa ante mi mueca de horror—, no te asustes, aprenderás a controlarlo hasta que ya no te dominen.
—Entonces, ¿algún día el miedo se irá?
Él asiente con firmeza.
—Ya se está yendo, de hecho, lo puedo ver en ti.
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De corazones rotos y otros desastres ©
RomanceUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.