Cuando el desfile de antorchas acaba, creo que Darien me llevará de vuelta a casa en su moto. Error.
—¿A dónde vamos? —pregunto. Esta vez, conduce él, así que me toca ir detrás.
—Adivina.
—No me lo dirás.
—Correcto.
Bufo, exasperada, pero me resigno. No me queda otra cuando se trata de él, aunque tengo la certeza de que me gustará. Como todo lo que Darien prepara para mí.
Se dirige hacia el norte de Edimburgo, aunque no sé porqué si yo soy del sur. Mas tarde, aparca en una calle que no conozco y me quita el casco, revolviendo mi pelo.
—¡Oye! —le protesto. Él se ríe.
—Vamos, baja.
Le hago caso y echamos a caminar. El
aire gélido se cuela en mis pulmones, haciendo que me encoja. Darien se da cuenta y se acerca a mí para pasar un brazo por mi hombro.—¿A dónde vamos?
—A un hotel.
—¿A un hotel? —repito, confusa.
—Sí —me observa para luego echarse a reír—. ¿Por qué pones esa cara? ¿Nunca has visto un hotel?
—He visto varios, pero no esperaba ver uno hoy.
Él frena en la puerta del ya mencionado hotel. Tiene un sistema de puertas giratorias y está todo decorado tonos dorados y negros. No puedo evitar ponerme a dar vueltas por la puerta, bajo la mirada atenta de Darien.
Cuando salgo, la mitad del hotel está mirándome. Pero nada de eso me importa cuando el rubio toma mi mano y me lleva a recepción. No escucho nada de lo que dice durante todo el papeleo, pero discuto con él cuando planea pagarlo todo.
Una vez solos en el ascensor, lo encaro.
—¿Por qué has hecho eso?
Él reposa sus brazos detrás de su cabeza, calmado.
—¿Hacer qué?
—Pagarlo todo para los dos.
—Porque he ganado una carrera, Edith, ahora mismo lo único que no me falta es dinero para pagar una noche de hotel.
Pero yo niego con la cabeza, frenética.
—Podrías usarlo para pagar la fianza.
—No, Edith —su semblante se endurece—, no sería suficiente ni aunque ganara varias carreras. Sólo Benjamin podrá salvarse.
—No tiene porque ser así. —insisto, pero, por la mirada que me dedica, sé que ya he perdido.
—La realidad es la que es —sale del elevador—. Y si alguna vez quieres salvar a alguien, que sea a Zane, no a mí.
—¿Por qué dices eso? —las lágrimas amenazan con bullir de mis ojos.
—Porque Zane tenía un futuro con su banda, yo no. Yo estoy perdido por el camino.
Lo tomo del hombro y lo hago frenar en medio del pasillo.
—Me dijiste que me veías a mí.
Darien asiente, con dolor en su rostro.
—Te sigo viendo —confiesa con voz ronca—, pero sería muy egoísta de mi parte pedirte que me esperes mientras estoy en la cárcel y tú estás aquí, libre para hacer lo que quieras.
—¿Y si yo quiero esperarte?
Él se encoge de hombros.
—No puedo obligarte a nada.
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De corazones rotos y otros desastres ©
RomanceUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.